
Hace unos años viajamos en enero a las islas Canarias y pasamos unos días en Tenerife, la isla más extensa del archipiélago.
Desde el avión se aprecia el pico blanco del Teide, la montaña más alta de España (3718 metros), que emerge de un enorme cráter volcánico y domina toda la isla.
A Tenerife se la promociona como la Isla de la Eterna Primavera, pero durante nuestra estada unos nubarrones, como un enorme paraguas gris, nos siguieron casi siempre.
El problema de la nubosidad es tal que en lugar de verse las diez islas del archipiélago, muchas veces se ven once. Nadie ha podido encontrar esta isla que se percibe en el horizonte y llaman San Borondón, porque es un espejismo provocado por los rayos del sol rebotando en las nubes.
De la costa a la alta montaña, el paisaje muestra marcados contrastes: playitas escondidas de arena volcánica negra y extensas playas de doradas arenas; profundos barrancos y gigantescos acantilados y roques; formaciones volcánicas de aspecto lunar, bosques exóticos, valles cubiertos de plataneras... Pueblitos que bajan hacia el mar salpicando las cuestas oscuras como piedras blancas, modernas ciudades y complejos turísticos que ofrecen comodidades y belleza al turismo internacional.
Su capital, Santa Cruz de Tenerife, es una ciudad abierta al mar, cosmopolita, alegre y luminosa. Sus ramblas, con una exposición permanente de esculturas, y su centro comercial de calles peatonales nos invitan al paseo y las compras.
En el Oeste estalla la belleza del fértil valle de La Orotava. En Puerto de la Cruz, donde se inició el turismo canario, se disfruta de la naturaleza agreste, del clima suave, la historia, la gastronomía y artesanías típicas. Frente al mar tomamos un cafecito servido según su nombre: C caliente, A amargo, F fuerte, E escaso. En el Este, las poblaciones se levantan encerradas entre la costa acantilada y las últimas estribaciones de las sierras. Entre los roques costeros y las edificaciones hay invernaderos donde se cultivan hortalizas y frutas.
Más al Sudeste descubrimos Candelaria y su basílica, dedicada a la Virgen Morena de la Candelaria, patrona de Canarias y lugar de frecuentes peregrinaciones. Los orígenes de esta pintoresca villa se remontan al siglo XIV cuando, en la playa, apareció la imagen de la Virgen y un rey guanche ordenó conservar y venerar la extraña figura.
El barrio que rodea la iglesia es increíble: casitas con balcones, callecitas tortuosas, estrechas, sin veredas; las puertas dan sobre la calzada. Al voltear la cabeza se descubren, entre los muros blancos, retazos de cielo y mar azul. Sus playas de arenas oscuras contrastan con el verdor de sus montes.
Finalmente llegamos a la explanada frente al templo, custodiado por las estatuas esbeltas de los antiguos caciques guanches, habitantes originarios que vivían en las islas antes de la conquista española. Algunas de sus costumbres han sobrevivido al paso del tiempo. Candelaria ofrece una excelente gastronomía marinera, un entorno encantador y el carácter amable y acogedor de su gente.
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