Los domingos son de La Latina
España. Las calles de este barrio cosmopolita, famoso por el mercado El Rastro, desde la mañana se pueblan de turistas y locales en busca de antigüedades, baratijas y, sobre todo, buenas tapas y otras delicias
27 de julio de 2014
MADRID.– Al salir del metro en la estación La Latina, la letra de una de las canciones más famosas de Joaquín Sabina se repite en la mente: "Iba cada domingo a tu puesto del Rastro a comprarte, carricoches de miga de pan, soldaditos de lata". Es domingo al mediodía y el mercado a cielo abierto que existe desde 1740 es un mundo de gente. Hay tapados de piel, prendas usadas a € 2, vestidos imitación de la marca catalana Desigual; incienso Nag Champa a € 1,80, fulares a € 3, alpargatas coloridas a € 5. Anillos, ropa de la India, lámparas de papel, trajes de hombre a € 20, zapatos de taco alto y vestidos musulmanes.
Por las calles Mira el Río Alto y Mira el Río Bajo hay antigüedades, libros usados, sifones, muebles, marcos de cuadros, CD y cámaras tipo Rolleiflex. En El Rastro es posible comprar unos zapatos símil gamuza nuevos a € 3, regalos insólitos para llevar a casa por menos de € 2 y luego almorzar el plato del día en la terraza del Delic Café, un simpático restaurante con mesas muy solicitadas en la Plaza de la Paja, el centro neurálgico de Madrid durante la Edad Media.
Los domingos pertenecen a La Latina tanto como el jamón de bellotas a España. El vecindario donde Sabina tuvo su primera casa al llegar a Madrid, en 1978, mantiene la atmósfera de una aldea y es elegido por madrileños y turistas para vivir y pasear.
El rasgo más visible del barrio es la cúpula de la Real Basílica de San Francisco el Grande, considerada como la tercera de planta circular de mayor diámetro de la cristiandad. Antes hubo allí un convento-ermita franciscano, fundado, según dicen, por San Francisco de Asís en 1217. La edificación actual, de estilo neoclásico, es del siglo XVIII, está al inicio de la Carrera de San Francisco, eje central del barrio, y los fines de semana siempre hay gente bien vestida celebrando una boda.
La Latina está delimitada por la calle de Segovia al Norte, la Puerta de Toledo al Sur, la calle de Toledo al Este y al Oeste la calle de Bailén. Por esta última se llega en diez minutos al palacio real y Catedral de la Almudena. En cambio, si se baja por la calle San Buenaventura, el paisaje se torna completamente verde: están la plaza Gabriel Miró, el parque de Atenas y los jardines de Sabatini, a orillas del río Manzanares.
En esta tienda se puede pagar en pesetas, anuncia el cartel de Té y Mi Gordy, el puesto más original de todos los que hay en el Mercado de la Cebada, en la plaza de la Cebada, que en el siglo XVI funcionaba como centro de comercio de las mercancías que entraban a la ciudad por la Puerta de Toledo. Laura, propietaria de la tienda, lleva el pelo y las uñas azules, en combinación con el color de las paredes, que contienen cajones con hierbas de todo tipo, desde ginkgo biloba hasta té negro Mi Gordy, "de violetas, lilas y malbas. Entrañable como los caramelos violeta que me regalaban mis abuelos", dice Laura, y me ofrece una bolsita de estos dulces tradicionales de Madrid, con forma y sabor de flor, que están exhibidos junto a otras bolsitas de rosas, canela, anís estrellado, enebro, regaliz y pimienta de Jamaica; todos condimentos para el trago que está de moda en España: el gin-tonic.
Al lado está el retrato del personaje que le dio el nombre a la tienda, una West Highland Terrier de ojitos redondos. Se acerca un matrimonio y con marcado acento argentino pide ají molido. Necesitan preparar un chimichurri para el stand de choripanes que su hijo, dueño del restaurante Camoatí, tendrá en una feria de diseño que se hará el fin de semana en el Matadero Madrid, el espacio cultural más grande y novedoso de la ciudad. Parece que el ají molido es difícil de encontrar en la capital; contentos, le pasan la receta del chimichurri a Laura y a mí la dirección de Camoatí para ir a conocer. El Mercado de la Cebada no es de los más pintorescos, pero allí sobrevive el clima auténtico de esta heterogénea vecindad que se saluda por los pasillos y conversa con los vendedores de los puestos como si el tiempo fuera una falsa invención.
Frente al Mercado, en una esquina amarilla, está El Viajero, el bar que el uruguayo José Secco de Souza –que no para de viajar– abrió en 1995, cuando La Latina estaba en plena decadencia. "Había varias tabernas, pero ni un bar de tapas. Hoy hay más de 50", cuenta José, que por ese entonces había conocido a una española y terminó quedándose por estas tierras. Aunque la famosa azotea, que es el mayor atractivo del bar, está cerrada, las mesas de la terraza –como le llaman a las explanadas de las plazas o veredas anchas– y los dos salones interiores se llenan de día y de noche. En la carta hay, entre platos como solomillo y croquetas de jamón, chivitos y entrecot de carne importada de Uruguay.
Cava Alta y Cava Baja
A pasos de El Viajero comienzan las dos calles con mayor concentración de tabernas, bares de tapas, restaurantes y los dos hoteles boutique del barrio, la Cava Alta y la Cava Baja, que corren paralelas y curvas desde la calle Humilladero hasta Tintoreros. Las cavas eran las fosas que acompañaban la antigua muralla cristiana, construida entre los siglos XI y XII, por el rey Alfonso VII de Castilla, durante la reconquista del dominio musulmán.
Bajo las baldosas de vidrio de la elegante Posada del León de Oro pueden verse sus vestigios. Al lado está La Posada del Dragón, que data de 1868 y reabrió completamente renovada en 2011. Tiene 27 habitaciones distintas entre sí, distribuidas en tres plantas. En la decoración de cada planta se reflejan los períodos de la ciudad. La primera tiene estilo árabe, como los orígenes de Madrid; la segunda está llena de detalles barrocos, de los siglos XVII y XVIII, y la tercera representa la época contemporánea, los años 80 de la España de Almodóvar. En las mesas del patio central, angosto y sin techar –como debe mantenerse por ser patrimonio histórico–, la gente almuerza los platos que prepara el chef argentino Pedro Olocco, que dejó Buenos Aires, su carrera de contable y su trabajo en Car One para irse a Londres a estudiar inglés y fregar platos, y terminó trabajando en restaurantes con estrellas Michelin.
En La Antoñita, el restó del hotel que mantiene el nombre y el cartel de la casa de jabones que allí funcionaba, elabora la ensalada rusa igual a la original, de 1864, que se llamaba Oliver y llevaba como 30 ingredientes: zanahoria, papa, cangrejo, lengua de ternera, alcaparras, pepinillos, huevo, cebolla y caviar, entre otros. De la pizarra del menú se destacan además las croquetas tigre, rellenas de mejillones, y otro plato típico –y reformulado– de la cocina madrileña, el crujiente de rabo de toro.
En la misma cuadra del hotel, la Cava Baja, está uno de los restaurantes más famosos de España, Casa Lucio. En la puerta hay cola, la antesala, repleta, y su propietario, don Lucio, es la persona más fotografiada de toda Europa, según declara él mismo mientras varios clientes esperan su turno para sacarse una foto a su lado. Más tarde, el fotógrafo de la casa, cuyo padre también fue el fotógrafo de la casa desde que abriera en 1974, trae un especial del diario Nexo dedicado a Lucio, con fotos de las visitas que pasaron por allí: la reina doña Sofía, Bill Clinton, José María Aznar, Néstor Kirchner, Gabriel García Márquez, Plácido Domingo, Michael Douglas, Jane Fonda y Ted Turner, Richard Gere, Tom Cruise, Penélope Cruz, Sylvester Stallone, Mario Moreno Cantinflas y Pelé, por nombrar apenas algunos. La especialidad de la casa son los huevos rotos, hechos en la cocina de carbón. "Se fríen, se dan vuelta y se rompen", explica Tomás, encargado de cortar jamón de bellotas en la barra desde hace dos años, y camarero durante otros 32.
Vagueo por las calles angostas y laberínticas, paso por delante del emblemático Teatro La Latina, por la iglesia de San Andrés, recorro el Museo de San Isidro que cuenta los orígenes de la ciudad, me río con los nombres de las calles: de Caños Viejos, del Cordón, Mediodía Grande. Y con el de un bar, Latina Turner, al que entra un señor que vive hace 60 años en el barrio y se presenta como Santiago, "con alegría y simpatía las 24 horas del día". En la verdulería Luis y Ana, de 1958, sobre la Cava Baja, otro cartel que denota el humor local: Los aguacates están maduros, si quiere tocar algo, toque los cocos.
Historias y sabores latinos
Para dar un descanso a la potente gastronomía madrileña voy a almorzar a El Estragón, el único vegetariano de la zona, que está frente a los jardines del príncipe de Angola –un oasis de sombra, al final de la Plaza de la Paja–, desde hace 18 años. Pido pakoras de champiñón rellenas de berro y queso, y pruebo el seitán, una carne vegetal hecha a base de gluten de trigo, que viene con salsa roquefort y guarnición de papas. El restaurante está repleto, en la mesa de al lado una familia festeja el cumpleaños de la abuela y la nieta cuenta que para estas vacaciones se va con una amiga a Dinamarca, a trabajar en una granja a cambio de alojamiento y comida. Satisfecha y leve me despido de Bárbara, encargada del lugar e hija del poeta y periodista Esteban Peicovich, y bordeando el río Manzanares voy a pasar la tarde al Matadero de Madrid, donde hay un festival de ciclismo urbano, exposiciones de arte y la Central de Diseño, una feria que reúne lo más novedoso del diseño español, en la que participa el hijo del matrimonio que buscaba ají para el chimichurri.
Parecería que lo que más hay en La Latina son historias de gente que cambia de vida y comida. Y es cierto. A toda hora y en cualquier lugar hay pinchos, tapas, bocatas, calamares, jamón y cañas, la cerveza tirada que cuando está bien servida deja tres marcas en el vaso. E historias como la de Julián Nenadovit, otro argentino, que paseaba perros y estudiaba Derecho en la UBA y un día se fue a Tailandia por un mes y se quedó viajando un año y medio. "Así llegué a España, con US$ 200 y casa por una semana, y terminé trabajando en las giras de Joaquín Sabina", cuenta en una de las mesas de su restaurante Camoatí, mientras una camarera guapa trae dos vasos de tinto de verano, esa mezcla refrescante de vino y Scheppes de limón.
Entran dos españolas. "Está guay", le dice una a la otra y eligen una de las pocas mesas que van quedando libres. En la barra, el actor vasco Unax Ugalde, que interpreta al joven Florentino Ariza en El amor en los tiempos del cólera, toma una caña sin que nadie lo moleste, y dos amigos altos, que bien podrían ser actores, comen pinchos y hablan en francés. "Son clientes del lugar donde trabajé durante cinco años en Montecarlo", comenta Julián, y así queda sentado que Mónaco fue su gran escuela, antes de inaugurar el restó bar en 2007.
Llega a la mesa un tartar de salmón con mango, luego un provolone con miel, tomates secos, uvas pasas y piñones, y más tarde una entraña tierna. Entrañable. Aunque los dueños son argentinos –Julián y su socio Francisco Soros, que está en la cocina–, la carta es mediterránea y el ambiente, cosmopolita e informal. Como el barrio.
Datos útiles
Dónde dormir. La Posada del Dragón. Cava Baja 14 (34 91 119-1424). info@posadadeldragon.com. www.posadadeldragon.com. A partir de 90 euros la habitación doble. El desayuno es preparado en el momento con ingredientes frescos, 12 euros.
Dónde Comer. Camoatí. Alfonso VI 3 (34 913 669-550). camoatirestobar@gmail.com. www.facebook.com. camoatidemadrid
El Estragón Vegetariano. Plaza de la Paja 10 (34 91 365-8982). elestragonvegetariano@hotmail.com. www.elestragonvegetariano.com
Casa Lucio. Cava Baja 35 (34 913 653-252). info@casalucio.es. www.casalucio.es
Café Delic. Costanilla San Andrés 14. Plaza de la Paja. Tel.: +34 91 364-5450. www.delic.es. Únicamente pago en efectivo.
Dónde salir de copas. Latina Turner. Calle del Almendro 19. www.latinaturner.es. info@latinaturner.es
El Viajero. Plaza de la Cebada 11. Tel.: (34 913 669-064). www.elviajeromadrid.com