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Los garimpeiros le ponen a la historia páginas insoslayables




BRASILIA.- Hay tristeza en sus rostros que se acrecienta cuando piensan en el pasado. Fueron garimpeiros. Habitan un pequeño poblado llamado San Jorge, en el borde del Parque Nacional Chapada dos Veadeiros.
El lugar en que viven sólo tiene de importancia un cruce de esquinas. El modo de vivir de los habitantes es sencillo. Ellos disponen siempre de tiempo para detenerse a conversar. Hay ráfagas de viento que se desplazan por las arterias centrales y levantan polvo. Enturbian la atmósfera, pero a nadie le interesa. Meses sin que caiga un milímetro de agua.
Llegará el día en que la propia naturaleza traerá las lluvias; lo mejor es sentarse a esperar. Un anciano, de pelo duro como lija, reposa al lado de un cajón de frutas gigantes. Habla solo y agita una botella de vidrio verde que contiene arnica, una bebida muy fuerte, de la zona. Otro hombre, con los pies descalzos, camina a paso cansado arrastrando la arena de la calzada. Acarrea un puñado de piedras violáceas. Tienen la apariencia del cristal de cuarzo, mineral abundante en la región central del Estado de Goiás: roca dura, de aspecto límpido las más puras. Si contiene impurezas el color es amarillo, negro o violeta, como el que está a la vista.
El provinciano tiene la piel negra curtida por el sol, también es minero y su mirada es abatida como la de muchos de sus coterráneos.
¿Qué aqueja el espíritu de los nativos de San Jorge? Basta ver la palma de la mano diestra para inferirlo. Se ven surcos profundos que denotan una dura faena. Fingen ser huellas añejas, están como cicatrizadas.
Hay grietas ásperas del color de la tierra. Se observan heridas, uñas quebradas aunque en el semblante general se infiere bondad y nobleza. Las penurias de San Jorge se originan en 1961, cuando sus habitantes debieron asumir un cambio en sus vidas: dejar de ser mineros.
Hasta entonces, cientos de personas vivían de la minería. Cavaban pozos de boca rectangular y descendían al fondo, donde permanecían horas. Con el pico, y otras herramientas manuales, hurgaban la tierra. Siempre aspirando hallar el mejor ejemplar de cuarzo de su historia, garantía de eterno orgullo y prestigio entre sus pares. San Jorge fue inicialmente llamada Baixo. La mayoría vivía de la venta de piedras a intermediarios y revendedores. La fundación de la localidad data de 1951, luego de la finalizada Segunda Guerra Mundial, momento en que el cuarzo poseía aún gran demanda para la fabricación de material bélico.
Diez años después, el Instituto Brasileño del Medio Ambiente y de Recursos Naturales Renovables -Ibama- estableció que 60.000 hectáreas de los alrededores del pueblo de San Jorge serían propicias para la creación de un nuevo parque.
La honrosa intención de proteger el ecosistema chocó con la también honrosa actividad de la minería. La noticia sucumbió a los habitantes con la fuerza expansiva de una dinamita. Poco a poco, los boqueteros de San Jorge se volcaron al turismo. Ahora son guías de trekking.
José Barboza de Souza, de 66 años, regenta un área de acampe. El sanjorgino abre la puerta, se presenta y de adentro de su vivienda extrae un manual escolar tan viejo como cualquiera de sus vecinos. De Souza es de los que creen que la prohibición que recayó sobre la minería tuvo que ver con la reputación que entonces se tendría de los mineros.
"Yo le voy a leer -comenta-, vea el manual: Los garimpeiros son verdaderos ejemplos de honestidad . No lo digo yo, lo dice acá -insiste el paisano-. Vea, lea... los garimpeiros pasan enormes fortunas que entregan a los patrones o jefes de turno, sin ellas despertar su ambición ."
Pasaron décadas y los más ancianos insisten con obtener respuestas en ellos mismos. A pesar de todo, San Jorge despide más un aire de pueblo minero que de antesala de una reserva ecológica. Con excepción de las todo terreno de los guardaparques de la Chapada dos Veadeiros y la presencia de turistas de Brasilia que se acercan al parque los fines de semana. Ciertos vecinos ni advierten que las cosas hayan cambiado. Muchos recorren la campiña con la mirada fija en el suelo. Pasan frente a las garimpas y es raro que no estiren el cuello a ver si hay algo dentro. Incluso, San Jorge está fuera del límite del parque y eso deja margen para que se desarrolle cierta actividad minera.

Una vieja serranía

Chapada dos Veadeiros es el séptimo parque creado en Brasil. Protege un bioma conocido como cerrado, que después del amazónico ocupa el segundo lugar en extensión de todo Brasil y América del Sur, con una superficie de 200 millones de hectáreas.
La altura sobre el nivel del mar de la entrada del parque se encuentra en los 1000 metros.
La zona está compuesta de extensas chapadas, una formación rocosa de mil millones de años. Cuando se produjo la separación de los continentes, la fragmentación de rocas provocó la cristalización de cuarzo.
La elevación de los cerros es la más importante de Brasil central. Oscila entre los 600 metros como el Pé do Morro Vermelho y el Pico do Pouso Alto, de 1676 metros. Elías Martín es guía. Pertenece a la Asociación de Conductores de Visitantes de Chapada dos Veadeiros. Es menudo, de barba blanca, la propia de los hombres sabios. El no fue minero, pero luchó para que los nativos de San Jorge guiaran por senderos del parque otra noble forma de ganarse la vida.
Elias lleva una diminuta mochila de origen extranjero que algún gringo le debió haber regalado hace lustros.
El bolso tiene escudos cosidos en el dorso y un cierre fallado. El ha preparado una vianda para la salida.
La reparte entre quienes lo van a acompañar: un jugo de durazno tipo Cepita, dos sándwiches y un exiguo puñado de pasas de banana caseras, cortadas en rodajas.
Es plena época seca. Hay columnas de humo en los alrededores, también en la lejanía y en las tierras intermedias. De todos modos, el agua nunca falta en la chapada porque la roca tiene buenas condiciones de infiltración. El líquido almacenado, lentamente sale para alimentar las nacientes de varios ríos, incluso cuando las sequías.

Frondosidad del cerrado

Elías sabe mucho de naturaleza. De pájaros, de plantas, de ríos, pero fundamentalmente de gente, por su gran humanidad. Cuando no se ahoga en su silencio hace comentarios precisos. "En el cerrado están muchas de las nacientes de ríos brasileños, recurso de inestimable valor", dice.
Luego de traspasar la entrada del parque, andamos por un ambiente conocido como cerrado ralo, compuesto de estratos herbáceos y arbustivos. Hace calor, las rocas del cerrado están hirviendo. El clima es tropical.
No vale hacer trekking estando distraídos, en este parque del Estado de Goiás; los vestigios de la minería se conservan a cielo abierto con decenas de metros de profundidad.
Elías se mantiene adelante. Camina rápido. Entramos en la mata de galería, en la que cedros, palmeras y otras especies de árboles se elevan hasta los 30 metros. Los senderos serpentean entre la vegetación.
El río Preto atraviesa el parque casi por completo. En su curso se hallan increíbles cascadas como la del Salto 1, con una caída de 80 metros. El cauce del Preto es ancho y rocoso.
La piedra ahora tiene un color negro, pero que cambia de tonalidad de acuerdo al ángulo de la luz. Chapada dos Veadeiros es un mundo de accidentes naturales. Saltos de agua, pozones para el snorkel, miradores naturales y corredores de agua para dejarse llevar con chaleco salvavidas.
La mirada de Elías se pierde en un cañón profundo. Imaginamos un parque picoteado y boqueteado. Suponemos animales de tremenda ferocidad ahora protegidos. Soñamos con que los mineros goianos guíen, orgullosos, a turistas por los agrestes senderos del parque con la misma alegría con la que entraban en los boquetes a procurar la piedra de sus vidas.
Andrés Pérez Moreno

Convivencia

  • No produzca basura dentro del parque o trasládela al depósito de área urbana más cercana.
  • La pesca y la caza deportiva están prohibidas en todos los parques nacionales.
  • Los parques nacionales brasileños poseen un área de entorno de 10 km por fuera de los límites del área protegida, donde las actividades deben ser compatibles con la preservación.
  • Al disfrutar de actividades al aire libre, evite molestar animales o dañar la vegetación autóctona. No mate nada, a no ser el tiempo. No tire nada, a no ser una fotografía.

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por Redacción OHLALÁ!


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