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Los gitanos del mar se asientan en Tailandia

Las islas Phi Phi están pobladas de pescadores, artesanos y turistas que repiten la ancestral costumbre nómada de deambular por las paradisíacas tierras de la bahía de Phuket




KO PHI PHI, Tailandia.- En el muelle de Ko Phi Phi, una de las islas minúsculas del sur de Tailandia, descansan algunos veleros mientras sus dueños los arreglan, limpian, pintan y preparan para continuar con travesías que duran meses o hasta años.
Entre tanto velero europeo y norteamericano se destaca el Charrúa, con su bandera uruguaya impecable, flameando al lado de otra hecha jirones, donde apenas se alcanza a distinguir el indio con lanza y taparrabos que alguna vez pintó su dueño.
Eduardo salió hace quince años de Montevideo, cruzó sólo el Atlántico durmiendo poco para poder controlar el barco, conoció islas que apenas figuran en los mapas. Recaló en Sudáfrica, donde encontró a la mujer que, lejos de establecerlo, abandonó su cómodo puesto en la embajada uruguaya para acompañarlo en su vida nómada.
Conocedor profundo de las islas del Pacífico, trabajó una temporada en el reinado de Tonga; en Papúa, Nueva Guinea; en Micronesia, y en Melanesia. Sin embargo, Eduardo no perdió la capacidad de asombro y todo lo que lo rodea en Ko Phi Phi lo fascina. Mientras prepara su primer amargo de la mañana saluda y bromea con unos pescadores que se desplazan en pequeñas embarcaciones de madera.

Fieles a costumbres ancestrales

Son los gitanos del mar , un pueblo que mantiene como puede su cultura de nómadas, desplazándose de isla en isla como sus antecesores. Sufriendo también, al igual que los gitanos de Occidente, por la incomprensión y el rechazo de sus compatriotas. Fieles a sus costumbres, no tienen patria ni bandera, y el progreso parece no tocarlos.
Eduardo los ve alejarse y sonríe, los entiende, él también es, de alguna forma, un gitano del mar. Mientras tanto, la isla empieza a despertar, las primeras horas de la mañana son las más agitadas (si es que se puede hablar de agitación en una isla como Ko Phi Phi). Las lanchas repletas de turistas ansiosos y acalorados se acercan al puerto y no ven la hora de alojarse para poder darse un chapuzón en el mar de Andamán.
El pueblo es una aldea desordenada, todos sus habitantes parecen concentrarse en la calle principal donde además se amontonan restaurantes, oficinas de turismo, casas de masaje thai y algunos hotelitos que la gente ocupa cuando los que están sobre las playas están completos. La circulación es simple: a pie o en bicicleta ya que no hay forma de que los autos ingresen en la isla. El desfile de turistas tatuados, vendedores de frutas, pescadores, y chiquitos que corren y hablan con los visitantes en un inglés casi perfecto transforman a Phi Phi en un sitio encantador.

Una isla con mucho picante

En el aire flota el olor picante de las especias. Curry, cardamomo, canela, pimienta y todo tipo de chiles son usados con gran maestría por los cocineros tailandeses. No en vano la cocina del país es una de las más sabrosas y variadas.
Loei es una anciana que tiene la fama de ser la mejor cocinera de Phi Phi. Prepara panqueques de banana en su puesto de la calle principal y aunque no entiende ni una palabra de inglés sonríe a todos mientras se abanica con un hoja de palmera y atiende a sus clientes. Ella es testigo de cuando europeos y americanos decidieron que Tailandia era un buen lugar para pasar las vacaciones.
Las playas de Ko Phi Phi son largas y muy diferentes entre sí. En la bahía de Lo Dalam se encuentra la más concurrida por estar cerca del pueblo. En Hat Yao y Laem Hin están las playas más tranquilas de la isla. Para llegar a estas últimas desde el pueblo, lo más cómodo es embarcarse en un long tail , especie de canoa con motor fuera de borda, conducido por los lancheros. Para quienes disfrutan de la naturaleza y no extrañan el confort, esta playa es el lugar indicado, ya que los bungalows que se ofrecen no tienen muchas comodidades, aunque el placer de vivir sobre la misma playa es algo que merece la pena experimentarse.

Sueño de una noche de verano

Al anochecer son muchos los que prefieren ir a cenar al pueblo, quizá porque necesitan sentir un poco de bullicio, quizás hartos de la pésima atención que ofrecen los restaurantes de Hat Yao. Aunque la mejor manera de sobrellevar una cena en las islas de Tailandia es con paciencia ya que la buena atención en estos locales es una excepción (aunque la comida es excelente).
El camino que une Hat Yao con el pueblo es un pequeño sendero que se interna en la selva y baja hasta la playa entre lomas y una vegetación profusa y enmarañada que en ocasiones llega a cubrirlo casi por completo. Cuando oscurece es un lugar ideal para perderse, nada mejor entonces que tomar un long tail , más seguro y divertido.
El viaje en bote una noche cualquiera puede transformarse en una experiencia mágica. Las olas que se levantan brillan como si se tratara de fuegos artificiales en el agua. Lo que en realidad vemos son millones de organismos microscópicos, luciérnagas del mar, la noctiluca. Mientras los turistas gritan y se sorprenden ante el espectáculo, el lanchero se ríe y hace comentarios socarrones. No entiende cómo un mar que resplandece de noche o un delfín que salta bañado en agua plateada pueden ser tan llamativos para sus pasajeros, la magia que envuelve al espectador desprevenido parece no rozarlo.
Muchas de las islas de Tailandia tenían hasta hace unos años grandes plantaciones de palmeras que, poco a poco, fueron abandonadas para dar lugar a la floreciente industria turística.

El largo adiós

Los antiguos propietarios se dedican ahora a manejar hoteles y restaurantes, pero quienes se encargaban de la cosecha quedaron sin trabajo y fueron abandonados: los monos. Amaestrados desde pequeños para que trepen a las palmeras, elijan los cocos maduros y los arrojen a tierra donde su dueño los recoge, hoy en día son mendigos que recorren las playas tratando de robarse algo o bien se alimentan de lo que la gente les ofrece.
Nunca aprendieron a buscar su alimento en la selva como sus parientes salvajes y no podrían sobrevivir lejos de los humanos. Un grupo de estos monos corre por la playa, obligando a los veraneantes a agarrar fuerte sus cosas en un gesto entre divertido y asustado.
El sol cae a pique sobre los veleros anclados a metros de la costa. Nuevos barcos se acercan mientras el Charrúa se prepara a partir. Eduardo ya pintó la cubierta del barco, comió en el mejor restaurante de la isla, tomó sol y compró provisiones. Su filosofía de hombre nómada le impide quedarse mucho en un lugar por más maravilloso que éste sea.
Seguirá recorriendo el mundo a bordo del Charrúa, deteniéndose donde encuentre una bahía agradable o una isla amistosa que lo reciba. Así como lo reciben en las embajadas uruguayas o argentinas, donde lo esperan las cartas de mamá y por supuesto nunca faltan algunos kilos de yerba mate que lo acercan a esa otra tierra oriental que dejó allá lejos y hace tiempo.
María Fabiana Callejo

Huellas

El arrefice de coral, que se extiende frente a la costa, está tan cerca que basta con hacer un par de brazadas para alcanzarlo. Por eso es particularmente accesible para la práctica del snorkeling, incluso para aquellos que no sepan nadar.
Pocos lugares reúnen las condiciones óptimas para una buena observación de la vida subacuática. Este sí: es accesible, muy poblado, el agua es calma y la visibilidad alcanza el máximo.
A pesar de estar protegido por la ley no existe un control real y efectivo, su cuidado depende en gran medida de la conciencia de cada uno. Bastaría con observar los carteles que se repiten en todas las playas de Tailandia: "Saquen solamente fotografías, deje solamente las huellas de sus pisadas".

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por Redacción OHLALÁ!


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