
Antes que nada, quiero agradecer y aplaudir de pie a mis amigos Deephouse y MartiCool, cuyo debut en este blog ha sido un éxito rotundo.
Yo, Catalina R., voto por los "Deep Cool Mondays". Estoy segura de que ustedes, también.
Y ahora, a lo nuestro.
Anoche mi hijo menor se despabiló a las 2:00 AM.
A veces me agarra cruzada y me quedo en su cuarto a oscuras, hasta que se duerme, haciendo oídos sordos a sus carcajaditas, balbuceos y demás intentos de seducción.
Anoche me agarró derecha.
Lo agarré, me hice mate, lo senté en su sillita y me dispuse a disfrutar de mi hijo y de la noche.
En un momento me aburrí de jugar, le puse un Baby Einstein y me quedé pensando, entre otras cosas, en que hace mucho que no hago una reunión de amigas en casa.
Esto disparó mi asociación libre mental, en lo siguiente:
Desde que estoy casada, mis amigas ocupan un lugar muy privado de mi vida.
Las veo seguido, acudo religiosamente a todos los eventos que puedo (con y sin hijos), hablo por teléfono periódicamente y por mails kilométricos.
Ahora, cuando organizamos comidas de parejas, en casa, es en el 98% de los casos, con amigos de Nicolás.
Ellos y sus mujeres.
Del club, del colegio, del estudio, de la facultad, en fin, de todos esos antros a los que concurrió mi marido por años.
Son muy pero muy pocas las veces que nos vemos mis chicas y sus parejas.
Es más, yo me he hecho amiga de algunas de las mujeres de los amigos de N. En cambio la relación de N con los maridos de mis amigas es sólo cortés, cordial y de compromiso.
"Sí sí, es macanudo"
Eso es lo más jugado que le he escuchado decir sobre alguno de ellos.
Lo que más me llama la atención es que esto mismo le pasa a muchas mujeres.
Durante un tiempo me dio bronca.
Después me di cuenta de que lo que hago, preservando mi propio espacio con mis amigas, es cuidar mi relación con ellas.
A veces todo cierra.
A veces, no.
Y anoche, mientras elaboraba esta teoría, era MUY tarde.
Sepan entender.
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