
Todavía se usaban los pantalones cortos hasta cumplir los 15 años cuando nos poníamos los largos, los leones. Por eso no tenía ningún conflicto interno para vestir el uniforme de boy scout. Era seguir mostrando las rodillas sin vergüenza. Como lo hacen hoy los turistas en la calle Florida apenas sube la temperatura y se sienten en un safari tropical.
Además era muy tentador convertirse en explorador, lo que significa el nombre. Y aprender a tocar el tambor en el patio de ejercicios donde nos reuníamos después de la escuela. Como solía ocurrir y sigue ocurriendo, los más chicos queríamos imitar a los más grandes y siguiendo el ejemplo de los mayores me convertí en lobezno, principiante.
El grupo pertenecía a la iglesia de la Merced, aunque había de otras religiones o laicos. No era confesional y defendía valores tradicionales: la familia, el respeto al prójimo, la solidaridad y todo aquello por lo que vale la pena vivir. Por algo entre sus apoyos iniciales contó con Francisco P. Moreno, el creador de nuestros Parques Nacionales.
No sabía entonces y recién me entero de que John F. Kennedy fue el primer presidente de los Estados Unidos con pasado de boy scout de los 12 a los 14 años. Tenía la jerarquía de Eagle, águila, que le dio motor a su espíritu de aventura. Su imagen juvenil, emprendedora, solidaria con los débiles, confiada en las propias fuerzas, está asociada a mis fantasías de muchacho criado en departamento que deseaba escalar montañas o atravesar la selva.
Era la llamada del campamento, el clásico Jamboree, de aprender a manejarse solo sin la mamá al pie.
Pero me quedaba leyendo historietas en lugar de ir a las prácticas de las tardes. Me arrepiento de no haber seguido porque no sólo hubiera aprendido a tocar el tambor, sino muchas cosas importantes para la formación del carácter en los años decisivos entre la infancia y la adolescencia.
Prefería las historietas del Corto Maltés en lugar de intentar hazañas por mi cuenta. Por eso no sé hacer un nudo ni prender un fueguito sin el gas y entro en pánico si no tengo un enchufe de electricidad al lado.
El tiempo no pasa
Ahora, al visitar el National Scouting Museum en Irving, Texas, me visitaron estos recuerdos de una manera tan vívida. Es cierto lo que dicen los psicoanalistas, los detectives del alma, que en el inconsciente no pasa el tiempo. Y a pesar de mi barba blanca sentí volver a vivir con mi uniforme de Lobezno con el pañuelito al cuello.
Este museo del tamaño de una cancha de fútbol, inaugurado el año último, se basa en aprender haciendo. Por eso está prohibido no tocar. Aproveché para hacer un nudo siguiendo las instrucciones aunque sólo lo practiqué para atarme los zapatos.
Los chicos y grandes, porque es una visita para hacer juntos, pueden reconocer animales por medio de sus huellas, prepararse para sobrevivir la naturaleza en situaciones muy diferentes y recibir respuestas a las preguntas más frecuentes con el uso de computadoras. En total son 13 áreas con varias que son interactivas.
Disfruté con todo y en especial con la parte dedicada al gran ilustrador Norman Rockwell, que durante muchos años hizo las tapas de la revista del Scout y nunca abandonó la relación cuando la fama le llegó con las portadas del Saturday Evening Post.
Sus valores, regresamos siempre a lo mismo, tenían ese hilo conductor. Lo mismo que en Kennedy.
Y al volver exploré en Internet www.scouts-de-argentina.org.ar para saber qué siguen haciendo en mi propio país dentro del movimiento scout mundial.
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