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Los vuelos largos enferman, pero hay remedio

Por Horacio de Dios Para La Nación




Volar es para los pájaros y los pasajeros frecuentes. En avión se llega a todas partes pagando cada vez menos. El Caribe está a un paso, igual que el Mediterráneo, y para llegar hasta las pirámides de Egipto, la isla de Bali o ver la cima del Everest sólo hay que proponérselo. Destinos inalcanzables o exclusivos están a tiro de tarjeta. La diferencia no está tanto en la tarifa, porque por 1000 dólares o poco más tenemos el globo terráqueo a disposición. Hace 5 años el boleto más económico a Alemania costaba 2000 dólares, y hoy menos de 700. El problema no está en el costo, sino en la duración del viaje. Nueve horas bastan para aterrizar en Miami, Nueva York o Ciudad del Cabo, sin escalas. Ya hacen falta 12 o 13 para viajar non stop a Europa. Y necesitamos 15 horas directas para Nueva Zelanda, y 23 hasta el Sudeste Asiático. Conviene prepararse. No es lo mismo volar de noche que de día, con una diferencia de 4 horas, o cruzando la barrera del tiempo con 12 horas en las antípodas. Por eso, antes de iniciar mi vuelo con Malaysia Airlines le pregunté a los expertos. Y respeté mi propia experiencia. No tomé melatonina ni otra droga para engañar al reloj; nunca tomo ningún remedio antes de viajar. Una amiga azafata me aconsejó que aguantara el sueño hasta Sudáfrica para dormir en el tramo largo de 11 horas entre Johannesburgo y Kuala Lumpur. Me fue bárbaro, dormí de un tirón y aterricé por la mañana bien descansado. Recorrí la ciudad durante toda la jornada para acostarme rendido por la noche y respetar mi nuevo ritmo cronológico.
También le hice caso a otro veterano que pone la hora local de arribo para olvidarse de la propia. Como me costaba ajustar las diferencias y saber en qué hora estaba mi familia, me compré a bordo un reloj de dos cuadrantes para no hablar a casa cuando estaban durmiendo.

En buen estado

Y lo más importante fue mantener un buen estado físico. Tuve la ayuda del profesor Jorge Brisco, presidente de la International Sport Trainners Association (ISTA), y seguí su rutina como si estuviera en el gimnasio. Para empezar, sentarme bien, sin cruzar las piernas para no comprimir la columna, evitando las malas posiciones que contracturan. Y, por supuesto, no descuidar la hidratación tomando bastante agua mineral.
Para mantenerme despierto me llevé un libro grande porque la lectura suelta nos aburre fácilmente y las horas no pasan nunca. En cambio me atrapó la lectura de las 619 páginas de Creación , la fascinante novela de Gore Vidal sobre las costumbres y religiones en el antiguo Oriente. Luego, aprovechando las escalas, hay que elongar. Igual que antes y después de hacer jogging o fierros. Estirar y girar el cuello y subir y bajar los hombros como diciendo ¡qué me importa! Durante la espera no apoltronarse en un sillón, sino subir y bajar alguna escalera, darle movimiento a los miembros inferiores que permanecieron en estado de sitio. Es entretenido mirar el duty free, una manera de caminar. Sería ideal, y es posible, en algunos aeropuertos, tomar una ducha y dejar correr el agua caliente sobre la espalda. Uno queda nuevo. Doy fe. Otra recomendación es elevar las piernas. No siempre hay lugar a bordo, pero si queda un asiento vacío o tiene la valija de mano para crear una plataforma, hágalo. O aproveche un rincón aislado en el hall mientras espera el llamado para seguir. Al volver hay que hacer lo mismo, pero cuesta más recuperar la rutina. Seguimos en Oriente y durante dos o tres días nos despertamos de madrugada, en la mañana de allá. Entonces, seguí leyendo la novela que no había podido terminar.

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