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Lujos y misterios en la vida de los sultanes




ESTAMBUL.- Topkapi fue durante cuatro siglos, del XV al XIX, la residencia de los sultanes, hasta que, en 1853, Abdül Mecit se instaló en el palacio barroco de Dolmabahce.
Durante los años en que Topkapi fue habitado, cada soberano imprimió sus marcas al conjunto: la construcción de la biblioteca, de la mezquita, del hammam (baño turco), de los patios, de las fuentes, de los belvederes sobre el Bósforo y sobre el mar de Mármara y las sucesivas ampliaciones del harén son expresiones del deseo y del gusto de cada sultán que habitó el palacio. De los 36 sultanes de la dinastía otomana, 30 vivieron en Topkapi. La sencillez de las construcciones realizadas durante el siglo XVI en Topkapi contrastan con los caracteres de los palacios del Occidente renacentista.
Topkapi está marcado por una fuerte conciencia religiosa de lo efímero, que toca la arquitectura civil turca hasta el siglo XIX.
La construcción del palacio se inició por orden de Mehmet Fatih años después de la conquista (1461 o 1462) y, al principio, se llamó Casa de la Felicidad (Dar-us-Saadet), ya que los sultanes encontraron allí el descanso y el placer.

Puertas y patios

El palacio era impenetrable. La Puerta de Augusto era la entrada principal y estaba custodiada día y noche por 50 guardias. El primer patio era la Plaza de las Ceremonias. Allí estuvo la panadería, la casa de los panaderos, la enfermería, un depósito de leña y el hotel imperial de la moneda.
Cada víspera de una batalla, la armada se congregaba en ese lugar, donde se realizaba una gran ceremonia. A un lado del patio, está la iglesia bizantina Santa Irene, contemporánea de Santa Sofía y construida, como ésta, por orden del emperador Justiniano después de los incidentes de Nika.
La puerta siguiente se elevó por orden de Süleyman el Magnífico. Durante el Imperio Otomano, sólo los sultanes podían atravesarla a caballo. A un lado se suceden las habitaciones donde vivió el jefe de la guardia; al otro, las habitaciones de sus hombres y la casa del verdugo.
En el segundo patio está el edificio donde se congregaba el Consejo Imperial hasta el siglo XVIII. A la derecha del patio, están ubicadas las diez salas que constituyeron las cocinas y las habitaciones del personal de servicio.
La tercera puerta es la de la Muerte. Por allí salían los coches fúnebres arrastrados por caballos.
La siguiente es la Puerta de la Felicidad, que conduce al tercer patio, donde estaban las dependencias del sultán, la escuela de los pajes, las habitaciones de los eunucos blancos y de los maestros, y la mezquita.
En el cuarto patio o Jardín de los Tulipanes, se encuentran los quioscos y la sala de la circuncisión, construida por el sultán Ibrahim para celebrar la circuncisión de su hijo.

Con la huella de Sinán

El acceso al harén está en el segundo patio. En la primera habitación se situaban los eunucos negros para impedir la entrada de los intrusos al Camino del Oro. En las cuarenta habitaciones, que ocupan tres pisos, residían alrededor de 600 eunucos. Un pasillo conduce a las antiguas dependencias de la sultana madre y a las habitaciones de las dos mujeres que ocupaban el rango más alto entre las cuatro esposas legítimas del sultán.
Otro pasillo conduce a las dependencias del sultán, las más grandes y majestuosas del harén: chimeneas de bronce, azulejos, un escenario para la orquesta, una fuente de mármol en la que se advierte la huella del gran arquitecto Sinán... La biblioteca, los estantes de mármol, las cajoneras con incrustaciones de nácar y carey, los muros cubiertos de azulejos verdes y azules, y las ventanas que se abren sobre el mar de Mármara, el Cuerno de Oro y el Bósforo, reflejan el deseo de Ahmet I realizado en 1608.
Una puerta de mármol conduce a la habitación de las frutas, que fue el comedor de Ahmet III, con los muros decorados de espejos y pinturas de copas desbordantes de frutas y flores.
Sobre los jardines con horizonte del Bósforo, se abre la Terraza de las Favoritas, en la que está la puerta del dormitorio donde convivieron las mujeres del sultán.
Topkapi es una ciudad en la ciudad, habitada en un tiempo por miles de personas.
Este conjunto extraordinario de corredores, habitaciones y jardines conserva los misterios de una vida cotidiana cuya imagen llegó a Occidente, tramada durante siglos por relatos de comerciantes y peregrinos que navegaron hasta el país de los sultanes para marcar nuestra percepción de ese mundo sorprendente... Tal vez, por esa causa, mirar Topkapi, caminar sus amplios corredores, sentir el perfume de sus jardines, el agua de sus fuentes, el misterioso recuerdo de los ausentes, ya no sea posible para nosotros, sino a través de esas imágenes de leyenda...
Carolina Lerena

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por Redacción OHLALÁ!

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