Cierro los ojos y veo tu cara...
¿Era así la canción, no? Me la acuerdo perfectamente y lo que también recuerdo perfectamente y no creo olvide jamás, es la velocidad a la que atravesó el living una laucha diminuta que se detuvo apenas cuando la miré (creo que hicimos eye contact un microsegundo) y siguió su camino hasta esconderse atrás de un mueble en la cocina. Grité, grité y grité.
Solo una persona para llamar a esa hora, Pedro el Grande, el eterno insomne que vino a casa (volvía de una cita de la que no me quiso contar nada) e hizo intentos por encontrar a la fiera. Se metió con medio torso abajo de la pileta de la cocina; revolvió todo, sacó, corrió y movió cada plato. Un santo.
Juro que pensé que no les tenia miedo a las lauchas (porque esta no era rata, era miniatura) pero estuve todo el tiempo trepada al sillón del living mientras el revisaba.
-¿Vos estas segura de que era una rata?
-Laucha, Peter, laucha.
-Ok, ok. El tema es que no la vamos a agarrar ahora ni locos. Mañana comprás las trampas esas o un veneno que hay y lo resolvemos. Ahora dejá la puerta de la cocina cerrada y listo.
Cara de terror.
-¿Y no sale por ningún lado, no?
-A menos que se haga finita como una factura de Metrogas lo dudo...
Mi cocina está cerrada desde anoche. Yo llamé al portero. Portero llamó a fumigador. Yo no quiero volver a casa. Nueva presión por mudarme. Pedro, además de mejor amigo, es mi nuevo superhéroe.