Maastricht y sus ferias de las maravillas

El impulso del alto coleccionismo le cambió la cara a la pequeña ciudad de origen romano construida en las márgenes del río Mosa, que ha dejado atrás el clima provinciano para crecer en la dirección de la sofisticación y el cosmopolitismo. No es para menos. En la última edición de la Tefaf, los organizadores vistieron los pasillos feriales con cien mil tulipanes blancos y negros llegados del mercado de flores de Amsterdam, que reproducían una composición geométrica a la manera de Mondrian.

Las exclamaciones y los gestos de sorpresa de los visitantes ante tamaño despliegue decorativo forman parte del programa. Cada año la feria se supera en el afán de conquistar a la crema del anticuariato global: galeristas belgas, coleccionistas californianos y compradores chinos se dan cita durante cinco días para comprar muebles firmados que cuestan millones de euros, porcelanas, platería, libros antiguos, pinturas impresionistas y cuadros de los old masters, que son la especialidad de la casa.

Veinte años atrás, un visionario puso la piedra fundamental de la feria en la misma ciudad que fue la cuna de la Comunidad Europea. En Maastricht se firmó el tratado que le dio forma al proyecto de una Europa unida de 300 millones de consumidores, que ya son muchos más si se suman los nuevos integrantes de Europa del Este. Y la elección del lugar resultó la más lógica por la ubicación estratégica: está a sólo una hora de viaje desde Colonia, Bruselas o Amsterdam, en coche y por carreteras que son una delicia. Además del paisaje, está la gastronomía proverbial de la región de las Ardenas, que ha merecido una estrella en la cotizada guía Michelin.

En materia de hotelería, la última tendencia es transformar los viejos castillos, elefantes blancos imposibles de mantener, en lujosos hoteles boutique que concilian la tradición y la historia con el confort y la tecnología.

En este momento terminan las obras de reciclaje de una iglesia barroca ubicada en el centro de la ciudad, que un millonario inversor ha convertido en hotel. Se han respetado los vitraux originales del siglo XVIII y en la nave central de la iglesia de triple altura se ubicará el lobby coronado por un fresco recién restaurado.

Por la gran reputación y calidad de la clientela que convoca, Maastricht se reserva el derecho de admisión. Sólo los grandes nombres recalan en el sur de Holanda, como Didier Aaron, Acquavella, A la Vielle Russie, Aronson, Baroni y Von Bartha, cualquiera de ellos es capaz de exhibir en sus stands pinturas, muebles o cuadros dignos de un museo.

En esa feria de maravillas sólo dos anticuarios argentinos midieron sus fuerzas con sus competidores globales: Jaime Eguiguren, para la firma que lleva su nombre, y su hermano Javier, para Eguiguren, casa especializada en platería iberoamericana y en una serie de objetos vinculados con nuestra identidad.

Un caballo criollo ataviado con sus atalajes dominicales hizo las delicias del público, que en su mayoría ignora las costumbres camperas de la pampa argentina. Jaime Eguiguren salió a la cancha a jugar con una pintura europea antigua del genovés Lipozzi, lindas tapicerías de colección, una escultura del valenciano Benlliure y dos puertas de hierro originales de España con un trabajo de tal calidad que sedujo a una joven pareja de coleccionistas peninsulares.

Pasada la prueba y el juicio del Comité de Veto, un cónclave de especialistas que puede sacar de exhibición piezas que considera mal atribuidas o que no alcanzan el nivel esperado, los Eguiguren son parte del convite anual. Ya están seleccionando los tesoros que llevarán en 2006 y, aunque no lo digan, sueñan en voz alta con la posibilidad de que Máxima, la compatriota que es princesa de Holanda, haga escala en Maastricht para disfrutar de la feria.