PALMA DE MALLORCA.- La Cartuja de Valldemosa se empina en lo alto de un valle rodeado de montañas. La vegetación está casi compuesta por cipreses y los añosos y torturados olivos que se encuentran en toda la isla. Corre un viento áspero y frío. Los mallorquines llaman a Mallorca la isla del viento, pero sólo en Valldemosa se experimenta la exactitud del apelativo. No era éste, evidentemente, el sitio propicio para fortalecer la salud de Federico Chopin, que llegó, tuberculoso, junto con la novelista George Sand y los hijos de ésta, Maurice y Solange, a fines del otoño de 1838.
Los extranjeros se alojaron en varias pensiones de Palma, pero tuvieron que trasladarse a este lugar ante el hostigamiento de quienes, avisados de la enfermedad de Chopin, le dieron a conocer su aprensión no muy discretamente. También los valldemosines trataron de imposibilitar la permanencia de los artistas. Les negaban los alimentos o se los vendían a precios exorbitantes. Y no sólo por temor a la tuberculosis del músico, sino como rechazo a los pantalones y los hábitos insólitos de la escritora francesa.
La cartuja sirvió asimismo de morada a Jovellanos, Rubén Darío y Unamuno. Su iglesia, edificada en 1717, tiene cúpula y muros decorados por Bayeu, el cuñado de Goya. Los cartujos habían hecho voto de silencio; sus voces se escuchaban únicamente cuando se reunían en el coro. En una de las salas se ve un tablero con perforaciones y cuñas encastradas que los frailes utilizaban para comunicarse las órdenes del día. El artefacto es llamado el indicador del prior. Se pasa luego por la farmacia del convento, la única que existía en Valldemosa el siglo pasado, en cuyos anaqueles se enfilan potes de cerámica, algunos de los cuales todavía contienen medicamentos del siglo XVIII. Aquí debe de haber acudido Chopin en más de una oportunidad.
Pero lo más interesante del antiguo convento son las celdas de las que fueron expulsados los monjes, en l835, como consecuencia de la primera guerra carlista, alquiladas posteriormente a particulares, lo que se hace hasta hoy. Las celdas números 2 y 4 no se alquilan, pues están destinadas a museo. ¿Hace falta consignar quiénes vivieron en ellas? La primera está compuesta por tres habitaciones pequeñas y un jardín en el fondo. Es la que albergó al compositor. En una de las salas se conservan dos pianos; en el más pequeño -según la tradición-, Chopin compuso su obra de plenitud: los 24 preludios, la Balada en fa mayor, varios scherzi y estudios. El otro piano, de cola, es usado por los concertistas de prestigio que pasan por aquí y a quienes se les permite ejecutar las composiciones del refinado artista en el ámbito donde fueron creadas.
Muchas fotografías de pianistas contemporáneos decoran una de las paredes. Hay también un daguerrotipo de Chopin, tomado pocos meses antes de morir, en el que aparece con rasgos duros y angulosos, de expresión dolorida, muy diferente del rostro espiritualizado que reprodujo su amigo Delacroix en la tela del Louvre, de la que hay aquí una copia. Se exhibe también la mascarilla y el vaciado en yeso de sus manos, cartas y partituras manuscritas.
En la celda ocupada por George Sand se pueden observar elementos que pertenecieron a la escritora; los originales de su libro Un invierno en Mallorca (en el que no se menciona a Chopin), paisajes pintados por Maurice Sand que ilustraron el libro de su madre, prendas, objetos y unos muñecos que representan palleses con su traje regional, regalados por el músico a la novelista. En el jardín de esta celda veo un rosal con dos rosas grandes y blancas, de las que se desprende un delicado aroma y que se me antoja un símbolo. ¿Es posible que las agencias de turismo puedan lograr efectos como éste? No, las rosas, como la música y la poesía, son obra de la Gracia, no del cálculo.
El guía, que habla además del español y el dialecto mallorquín (parecido al catalán pero más melodioso), inglés, francés, italiano y alemán, informa que cuando los artistas se marcharon, los pobladores del lugar, por temor al contagio, quemaron todo lo que había quedado en las celdas. Se salvaron unos pocos enseres y el piano que pocos días antes habían enviado a un amigo. A continuación, el cicerone justifica la actitud de sus antepasados. "George Sand debió olvidar aquí sus excentricidades -dice-, no estaba en París. Su obligación era adaptarse a las costumbres del nuevo ambiente..."
No debe de haber mucha diferencia entre los valldemosines de ayer y los de hoy.
Antonio Requeni