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Manaos abre el portón de la selva

Después del auge del caucho, se convirtió en uno de los destinos ideales para internarse en la naturaleza




MANAOS.- Supo tener una época dorada con el boom del caucho. En plena Amazonia, Manaos cuenta su historia única, plena de mitos y leyendas, junto al esplendor de la selva que la envuelve.
Bendición y maldición, eso dicen los nativos cuando se habla del caucho. La ciudad que soñó ser la París tropical guarda una colorida historia, importante condimento de su innegable atractivo. Tiempos de fábula surgidos a partir del descubrimiento fortutito del látex por Charles Goodyear en 1839, que se sumó a la naciente industria automotriz. El jugo lechoso de la Hevea brasiliensis de la selva amazónica era la necesaria y valiosa materia prima para los neumáticos. En 1870, Manaos era ya una floreciente ciudad, la primera del país con luz eléctrica y tranvías, donde recalaron toda suerte de aventureros para sumarse a la fiebre del oro blanco .
Nacieron así los barones del caucho , que manejaron fabulosas sumas de dinero y vistieron la ciudad con fastuosas mansiones decoradas con materiales y objetos traídos de Europa, igual que el guardarropa de toda la familia. Alguno de los testimonios de esa época son la Aduana y el gran muelle flotante, ambos proyectados y prefabricados en Inglaterra; el Mercado Municipal, un émulo de Les Halles en París; el Palacio Río Negro, y el imponente Teatro Amazonas, la joya de la corona de esa época.
La maldición llegó, en 1876, de la mano de Henry Wickham, un inglés que se alzó con 70.000 semillas de la hevea y que, en un barco, logró burlar los controles aduaneros. En el invernadero del aristocrático Kew Gardens de Londres experimentaron distintas plantaciones, perfeccionaron el sistema y las enviaron a sus colonias, especialmente Indonesia y Singapur, donde lograron un rendimiento mayor que el brasileño. En 1912 invadieron el mercado internacional con inmejorables precios, y Manaos despertó abruptamente de su sueño para sumirse en un depresivo letargo que duró más de cincuenta años. En 1967 fue declarado puerto franco, y cual ave fénix renació de sus cenizas.
Colorida y febril, como toda ciudad portuaria, la capital de la Amazonia se abre sobre el Río Negro y recibe al visitante con su clima húmedo y tropical, donde inesperados chubascos, cortos pero intensos, hacen del paraguas un indispensable compañero. Su condición de puerto libre la convierte en una suerte de gran shopping a cielo abierto, pletórico de puestos que debajo de brillantes sombrillas ofrecen toda clase de objetos: mucho oro para comprar o vender, relojes, anteojos, juguetes e infinidad de chucherías, junto a carritos de jugos.

Muestrario de frutas

En las calles principales del centro hay grandes tiendas de ropa y negocios de electrónica, salidos de las importantes fábricas que pueblan la región, y algunas perfumerías con las mejores fragancias y productos de belleza a buen precio.
Pero nada mejor que darse una vuelta por el puerto, junto al gran río, donde la vida bulle en un ir y venir de barcos y lanchas que descargan pasajeros y mercancía de la orilla opuesta. Allí se levanta la estructura de vidrio y hierro de su antiguo mercado, verdadera esencia de la Amazonia en un rico muestrario. Pasar una mañana aquí es todo un programa. Se puede probar los sabores de exóticas y fragantes frutas tropicales, como el capuacu, el açai, la taperebá, la ata y la graviola, o beber el energizante guaraná natural. Vale la pena asomarse al sector de pesca donde seguramente los asombrará la increíble variedad de formas, colores y tamaños de los ejemplares exhibidos, como el pirarucú. Los puestos de hierbas medicinales, famosa farmacopea regional que es materia de estudio en la carrera de Farmacología de Manaos, aseguran, curan todos los males y es otra de las atracciones del mercado, junto con la artesanía amazónica, y los misteriosos elixires y talismanes del culto umbanda.
En los paseos por la selva tupida, donde apenas se filtra el sol, es común ver serpientes. "Esa es una anaconda", dice el guía, y uno se prepara para lo peor. En realidad se trata de una liana que se asemeja a la gran boa, y como ella envuelve el tronco de un árbol. Hay víboras de distinta forma y tamaño, buenas como la saracura mirá, medicinal y afrodisíaca, y otras venenosas. Un paseo por la espesura, un ecosistema donde crecen más de 45.000 especies vegetales, 500 diferentes mamíferos, y más de 2000 peces de agua dulce detectados, es un programa imperdible que se puede disfrutar en los diferentes lodges de la selva. Muy cerca de Manaos y sobre el Río Negro hay una serie de ellos, algunos flotantes, especiales para viajeros jóvenes, amantes de la aventura y la ecología, y que quieran internarse en la floresta amazónica.

Datos útiles

Cómo llegar

Gol y TAM vuelan a Manaos, desde 650 dólares.

Alojamiento

Hay variedad de pequeños y modernos hoteles a buenos precios, y algunos más importantes como el Tropical, con sus torres y piscinas, rodeado de la selva, a 15 km de la ciudad. En Manaos está el Taj Mahal, con un restaurante giratorio en lo alto desde para disfrutar de la cocina regional con vistas al río y al Teatro Amazonas. Las tarifas van desde US$ 85 a US$ 123 por día, base habitación doble.

Gastronomía

La cocina amazónica se basa especialmente en su variada pesca, con nombres exóticos como el tambaquí, el pirarucú y el pacú. En cualquier restaurante se puede probarlos al horno, fritos o en milanesa. La tradicional caldeirada de peixe es un suculento cocido que mezcla pescado, verduras y legumbres, aderezado con especias.

Paseo

El encuentro de las aguas es un espectáculo imperdible. Los dos ríos, de diferentes colores y densidades, el arenoso Solimoes y el achocolatado Negro, corren paralelos, sin mezclarse, por más de 6 km. El paseo en barco acompaña el trayecto hasta su unión.
Por Marta Salinas
Para LA NACION

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