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Mancha & Gato




Como todo lo importante, la relación complementaria con el caballo viene de lejos. La historia nos cuenta que Bucéfalo, el caballo de Alejandro Magno, era negro azabache con un lucero blanco en la frente y el mismo carácter indomable que el conquistador. Mahoma llegó con Lazlos, su primer caballo, en la primera peregrinación a La Meca y decía: El diablo jamás osará entrar en una tienda habitada por un caballo árabe.
En nuestro país hay un capítulo excepcional sobre este tema. Porque la Argentina se hizo a caballo y la mayoría de los próceres llegó al bronce montada.
Esto no lleva a Mancha y Gato. Ellos le dieron título a una de las mayores hazañas del siglo XX cuando Aimé Tschiffeli, maestro nacido en Suiza que enseñó muchos años en la Argentina, unió a caballo 21.500 kilómetros de Buenos Aires a Nueva York. Y desfiló por la Quinta Avenida.

Superhéroes

Mancha y Gato ya tenían 15 y 16 años al partir de la Sociedad Rural. Y su raza había hecho un largo camino desde que llegaran sus lejanos parientes, los caballos andaluces que acompañaron a don Pedro de Mendoza. Luego participaron de la gesta emancipadora en América y el mestizaje les fue cambiando características. Poco se parecerían al modelo que siguió el francés Antoine Bourdelle en la bellísima estatua ecuestre dedicada a Carlos María de Alvear en Recoleta.
El criador Emilio Solanet, que quería recuperar la nobleza original de la especie, ubicó estos dos superhéroes de caballitos criollos en la Patagonia, junto a la tribu Liempichun, y se los compró al cacique. Mancha y Gato se habían formado bajo las condiciones más duras. Entonces se los regaló a Tschiffeli para que cumpliera su sueño.
El 24 de abril de 1925 se inició la travesía conquistando el récord mundial de distancia y altura, al alcanzar 5900 metros sobre el nivel del mar en el paso El Cóndor, entre Potosí y Chaliapata (Bolivia). El viaje se desarrolló en 504 etapas con un promedio de 46,2 kilómetros por día por caminos inexistentes o precarios.
Mancha desconfiaba de los extraños y no permitía que hombre alguno, aparte de su jinete, lo montara. Si los extraños se le acercaban, hacía una buena advertencia levantando la pata, echando hacia atrás las orejas y demostrando que estaba listo para morder. "Mis dos caballos me querían tanto que nunca debí atarlos, y hasta cuando dormía en alguna choza solitaria, sencillamente los dejaba sueltos, seguro de que nunca se alejarían más de algunos metros y de que me aguardarían en la puerta a la mañana siguiente, cuando me saludarían con un cordial relincho."
Tschiffeli terminó el raid el 22 de septiembre de 1928 y La Nacion le dedicó el editorial: "Después de más de tres años y cinco meses, Aimé montado en Mancha, su fiel compañero, llevaba en los cascos de su caballo criollo el polvo de veinte naciones atravesadas de punta a punta, en un trayecto más largo y rudo que el de ningún conquistador", decía.

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por Redacción OHLALÁ!


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