
Monsieur Le Divorcé resultó ser antes que nada el padre de una hija, no de un hijo. En mi desconcentración habitual escuché cualquier cosa. Padre, abogado de un estudio grande con oficinas relativamente cerca de la agencia y manso. Manso y tranquilo. Monsieur Le Divorcé habla despacio, es paciente (aún cuando la comida tardó unos 35 minutos en llegar) y no se altera por nada. Cuando maneja va seguro, ni rápido ni lento. Cuando hay que acelerar lo hace y cuando hay que rebajar, rebaja pero no se manda esas frenadas de ansioso y anda esquivando autos como otros -como el Turco por ejemplo-. Yo observo mucho a los hombres al volante y el neurótico que maneja a 200 km/h y no tolera tener un auto adelante me saca de quicio; no lo aguanto y además de todo, me da pánico.
Monsieur Le Divorcé es de lo más entretenido para hablar, lleno de hobbies y un gran lector apasionado por la historia y la astronomía. Monsieur Le Divorcé muere de amor por su hija y lleva varias fotos de ella en la billetera y en su teléfono (que me mostró orgulloso en cuanto la mencionó). Monsieur Le Divorcé me dejó tardísimo en casa después de la comida y mandó un mensaje al día siguiente para agradecerme y decirme que la había pasado muy bien. Un exceso de formalidad para mi gusto pero tan agradable que me terminó encantando el gesto.
¿Si saldría de nuevo? Sí, creo que sí. Pero así tranquila, sin sobresaltos.
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