Con una panza chatita, chatita, salgo de casa para la agencia. Líquidos y apenas una tacita de arroz blanco cada tanto tuvieron sus efectos. Hace días que sueño con una taza gigante de café con leche (tamaño Alicia en el país de las maravillas) pero estimo que aún no es tiempo.
En la puerta me encontré al vecinito corriendo a los apurones hasta el estacionamiento de acá a la vuelta.
-Anotame tu mail o tu teléfono, vecina. Ayer no sabía dónde ubicarte.
Opa. Ubicarme. Bien. Peor es esos que te tocan el timbre de prepo y se te apersonan cuando estás en jogineta y la casa en caos (vamos, casi siempre). Garabateé mi gmail en un papelito y el teléfono al lado. Vivaracha. Si el vecinito tiene gmail podemos chatear. El MSN está prohibido en estos pagos. Lo agarró y se lo metió en el bolsillo del traje y salió corriendo. Pasó como un remolino. Casi no me dio tiempo de saludarlo y yo que quedé en modo ralentado después de estos días de cama apenas llegué a moverle la mano un poco en algo parecido a un saludo. Quedé lenta. Camino despacio y me tomo mi tiempo. algo entre debilucha y colgada. Parezco Manuelita. Ahora sí, lo bien que me vendría que me planchen en francés al derecho y al revés. Ando con una pollerita de lino que es la arruga viviente. Todo bien con eso de que el lino se arruga y así se lleva pero hasta yo lo veo medio impresentable. Tarde.
Ya estoy sentada en la agencia y Pedro me alcanza un tecito con limón. Está de lo más enfermerito el muchacho. Al mediodía tenemos un almuerzo de laburo en el que pediré… ¡arroz, claro! La lenta monotonía de la recuperación del malestar estomacal.
Yo con todas las pantallas abiertas espío la del gmail. Nada por ahora.