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Marco Polo, en el camino de la duda




"No he contado ni la mitad de lo que vi..." En su lecho de muerte, en 1324, así comenzó a contestar Marco Polo a un religioso cristiano, llegado hasta él para intentar absolverlo de las mentiras que, decían en la Venecia del siglo XIV, había dictado casi dos décadas atrás a Rusticello de Pisa en una cárcel de Génova.
Ese texto, con el título original de Divisament dou Monde -también conocido como Libro de las maravillas del mundo o El libro de Marco Polo, ciudadano de Venecia, llamado Millón, en el que se narran las maravillas del mundo -, fue publicado por primera vez en lenguaje franco-italiano, muy de moda en aquel entonces.
El volumen, recibido con el mayor escepticismo en su época, conquistó con el tiempo el lugar del primero conocido en Occidente acerca del Lejano Oriente, y no fue sólo un modelo para Colón -que lo leyó antes de emprender su travesía por las grandes aguas-, sino para todo aquello que después -ayer, hoy y mañana- vino a significar diarios de viajes, puntos de vista descriptivos sobre usos y costumbres de otros pueblos, y relevamientos económicos de geografías ignotas.
También, tal vez ante todo, es ineludible citar que su lectura desprende cierto aroma, cierto hálito, que describe la frase pasión viajera .

¿Venecia o Korcula?

Marco Polo parece cargar con el sino de la duda desde su origen. Hay controversia por el año de su nacimiento (1251 o 1254), pero también, en dos posturas separadas, sobre su lugar de llegada al lugar que ayudó a conocer.
La teoría clásica lo hace veneciano; la otra quiere verlo nato de una pequeña isla de la costa dálmata, Korcula, en el sur de Croacia; todos concluyen que en 1271, natural de una familia de mercaderes y huérfano de madre, partió rumbo a Asia junto a su padre y un tío. Volvería a Venecia casi cinco lustros después.
Las peripecias que durante ese lapso vivió en tan diversas y lejanas tierras quedaron registradas gracias a que, al poco tiempo de regresar, cayó preso en Génova, país vecino y enemigo del suyo. En prisión, merced a un comentario recibido por un caballero genovés, decidió dictar -Polo era iletrado- sus memorias de viaje, única fuente de consulta, a un compañero de celda, Rusticello.
Su itinerario no puede despertar más que asombro aún hoy: Israel, Turquía, Siria, Irak, Irán, Afganistán, Turkmenistán, China; y en el regreso por mar Vietnam, Tailandia, Indonesia, India, otra vez Irán y Turquía, hasta su llegada por el Mediterráneo a Venecia, puerto de salida.

En la corte del gran Khan

Eso sin mencionar que, según el mismo Polo, sirvió con altos cargos en la corte del Kubilay Khan, el emperador mongol que en esa Asia de finales del siglo XIII dominaba China y mucho más. Catay se la conocía entonces, y en ella se utilizaba papel moneda -folios de seda especial con el sello del Khan-, calendario solar, había hospitales, y una organización social notable.
Hay también en su relato espacio para mencionar el monte Ararat, según la Biblia, donde varó el arca de Noé; palacios recubiertos de lajas de oro; orangutanes, a los que Polo tomó como hombres con cola; y mucho más.
Sin embargo, a fines del año último, Francis Wood, una bibliotecaria inglesa desestimó todo en el libro Did Marco Polo go to China ? ( ¿Fue Marco Polo a China? ) Allí asegura que, de haber estado, es imposible que no haya hecho ninguna alusión a la Muralla China, como tampoco referencia al té o a la costumbre en ese país de mantener atados los pies de las bebitas para que se conserven pequeños.
Algo de esta incredulidad ya sufrió Polo en el momento de publicarse su volumen. De hecho, el llamado Millón del título largo se debe a que recibió ese nombre por sus exageraciones (algunos dicen que por su riqueza).
Incluso, después de su muerte, en los carnavales venecianos no faltaba nunca una máscara que lo representaba y hacía su papel contando todo lo más inverosímil y ridículo que pudiera inventar.
Más allá de eso, Marco Polo demostró convicción en sus dichos hasta la hora final. "No he contado ni la mitad de lo que vi...", comenzó a contestar a aquel cura, y así terminó su frase: "...porque nadie me habría creído".
Luis Ini

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por Redacción OHLALÁ!


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