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Cómo vaciar tu mente para bajar el estrés

Por el momento, nuestra mente no cuenta con mecanismos automáticos para desagotar pensamientos innecesarios y tóxicos. La sugerencia es darle a nuestra cabeza un mecanismo para dejar ir lo que ya no va, para luego poder ubicar en lugares claros lo que sí responde a nuestras necesidades de hoy.


Créditos: Ramiro González.



Nuestro organismo está en constante regeneración y purificación. Para esto, tiene algunos mecanismos que le permiten deshacerse de lo que no le sirve. Cada vez que vamos al baño, o cuando transpiramos, desechamos lo que no necesitamos y lo que ya resulta hasta tóxico para nuestro cuerpo. Esto –tan necesario y beneficioso– ocurre sin que lo busquemos o lo pidamos siquiera.

Ahora, ¿qué pasa con nuestra mente? Por el momento, no cuenta con mecanismos automáticos para desagotar pensamientos innecesarios y tóxicos. Lo sabemos: podemos mantener por años una creencia que nos hace daño y no hacer nada con ella. Nuestra cabeza solita no la va a enviar a la papelera de reciclaje. Ella, si no le indicamos otra cosa, va a seguir acumulando en modo automático. Como dice la especialista en neurociencias Melina Vicario, "nadie nos enseñó a pensar a propósito".

Cuando nos juntamos en la redacción a charlar sobre este tema con Inés Dates, nuestra psicóloga, uno de sus primeros conceptos y propuestas que trajo al diálogo fue "marikondear" nuestra mente. Sí, siguiendo un poco la filosofía de la reina mundial del orden, Marie Kondo –que le mostró a Occidente cómo descartar lo que no va, ordenar lo que sí y hasta cómo reservar un sitio especial para los tesoros–, del mismo modo nosotras tenemos que darle a nuestra cabeza un mecanismo para dejar ir lo que ya no va –y acá entran ideas, emociones, vínculos, hábitos, lo que quieras–, para luego poder ubicar en lugares claros lo que sí responde a nuestras necesidades de hoy (¿sabés exactamente cuáles son?) y, finalmente, reservar un lugar especial para lo que sentimos como sagrado. Una vez que limpiamos, ordenamos y elegimos lo que sí queremos..., recién entonces podemos entregarnos a lo nuevo, con más claridad y liviandad.

Marikondeo mental

Todas destinamos energía a cuidar cosas. La pregunta que de modo inevitable llega es: "Esto que cuido..., ¿es importante para mi esencia?". Sí, tenemos que preguntarnos qué es exactamente lo que estamos cuidando. A qué cosas les estamos destinando tiempo, energía, espacio mental. Y acá viene la palabra mágica: elegir. "Acumular" viene de cúmulo (del latín cumulus: montón, excedente). Es como ir a buscar qué ponerte entre la pila de ropa sobre la silla: la mitad está para lavar y, de la otra mitad, una parte está arrugada, otra parte es ropa deportiva, la otra... ¡ya te la pusiste ayer! Nuestro "yo" de hoy necesita que le demos lo que le hace falta hoy. Y para eso, igual que con la ropa, necesitamos ver con claridad qué hay y qué no. Y que eso que hay sean cosas que elegimos, no que se acumularon porque nos cruzamos de brazos y las dejamos amontonarse. Recuperar la sensación de elección va a hacer que examinemos nuestras creencias, hábitos y vínculos de otra manera, en la que nosotras somos dueñas. Aquello que definitivamente no elegimos para nuestra vida va a quedar muy pronto en evidencia y es entonces cuando podemos decidir qué hacer al respecto.

Créditos: Ramiro González.

Un permanente diálogo con el hoy

El método de Marie Kondo no es definitivo. El marikondeo mental tampoco. Cuando nos ponemos a ordenar el ropero, o el cajón guardatutti, tenemos que definir un presente. "¿Lo necesito?". "¿Lo uso?". "¿Me da felicidad?". El "no ahora, pero quizá más adelante sí" no funciona. El "ay, pero fue tan importante en un momento de mi vida" tampoco. ¿Cómo podríamos saber qué vamos a necesitar en seis meses? Para la mente funciona del mismo modo: ¿con qué pretexto vamos a guardar un viejo miedo –por ejemplo, al fracaso–? ¿Para qué vamos a atesorar un rencor por algo que ya pasó? Solo somos dueñas del presente, y todo intento de retener el pasado o de asegurarnos el futuro contiene una cuota de imposibilidad demasiado notoria para que se nos escape.

Además, como dice el psicólogo cognitivo Gordon H. Bower, todo lo que pensamos está fuertemente influido por la emoción que nos transita. Y las emociones responden al escenario actual: ahora, ya. Conceptos con los que nos explicamos nuestra vida, tales como "nunca", "siempre", son eso: conceptos o ideas, y no tienen que ver con el modo en que percibimos el mundo, que es siempre en presente. "Siempre la misma insegura", "Nunca termino nada de lo que empiezo", son generalizaciones que simplifican el mundo, pero que no nos tranquilizan. Por lo tanto, para hacer una limpieza mental, es importante establecer, cada vez, un hoy. "¿Quién soy hoy?", "¿qué me mueve y conmueve hoy?", "¿de qué está hecho mi mundo hoy?", "¿qué no necesita mi mundo hoy?", podrían ser algunos disparadores.

Los estudios neurocientíficos muestran que el cerebro se ilumina ante dos instancias: el peligro o la novedad. El primero requeriría un estado de amenaza permanente, el segundo, vivir de logro en logro, estrenar cada día ropa nueva: un estado de excitación permanente. Pero la felicidad, dice el monje budista francés Mathieu Ricard, no es "un estado de exaltación que hay que perpetuar a toda costa, sino la eliminación de toxinas mentales como el odio y la obsesión, que envenenan literalmente la mente".

Existe una forma de que nuestro cerebro lea novedad en lo cotidiano: prestándole mucha atención. Así, lo cotidiano se vuelve bueno y novedoso y nuestro cerebro entiende que nuestro tiempo, como dice Spinetta, es hoy.

Transformarnos está en nuestro ADN

El astrólogo director de Casa XI, Eugenio Carutti, compara nuestra resistencia a transformarnos con la resistencia a admitir que nuestro cuerpo cambia. El ADN, dice él, es un código que se despliega, "que tiene un timer, que da instrucciones: ahora serás embrión, ahora serás feto, ahora serás bebé...". En él están todas las indicaciones en el tiempo de nuestras transformaciones biológicas. Van a emerger en el momento en que tienen que emerger. ¿Qué sucede? Nuestra identidad facial anterior se resiste a aceptarlo. Nos cuesta que nuestro cuerpo se transforme. Hay algo de nosotras que dice: "No, no: se deforma". Lo mismo pasa con nuestra identidad. Mi vieja identidad –por ejemplo, la errante, que empezaba mil cursos y los dejaba por la mitad–..., ¿va a aceptar la nueva forma de mi vida? Solemos pensar en los acontecimientos y vínculos de nuestras vidas como cosas que nos ocurren. Pero ellos son el espejo de nuestro ser ahora. Ahora bien, igual que con el espejo de vidrio: ¿nos abrimos a esa información o la resistimos? Estamos aferradas a una identidad que quizá fue tan provisoria como nuestras caritas de bebés. ¿Qué pasa si nos resistimos? Vamos a repetir experiencias porque vamos a reaccionar siempre de la misma manera. Nos impedimos evolucionar.

Esto es lo que le cuesta aceptar a lo que hemos llamado "el yo", porque lo siente como un cachetazo al ego. Una creencia, por más arraigada que esté (por ejemplo: "A mí todo me cuesta el doble que a los demás"), no es la realidad, sino simplemente un pensamiento acerca de la realidad. ¿Se puede cambiar una creencia? Requiere tolerancia y diálogo con la realidad. Requiere trabajar en nosotras hasta tener un "insight", un profundo darse cuenta de que ya no somos eso que creíamos. Estos insights aparecen en relaciones, en experiencias y también en pérdidas y frustraciones que, al principio, creemos que son desgracias, pero que luego comprendemos que nos muestran algo nuevo de nosotras.

Pero si reseteo... ¿qué?

Acá aparece el miedo. Él es el típico que cuando todas las visitas se van, se te instala a tomar café y a meterte ideas en la cabeza. ¡Y no se va más! No podemos ir a ningún lado, porque nos paraliza. Y él ni se entera.

La pregunta es: ¿por qué le abrimos la puerta? Porque creímos que nos protegería. Es natural, lo hacemos todas todo el tiempo. El miedo nos da una especie de techo, un cobijo para protegernos. ¿De qué? De la incertidumbre. De no saber. No sabemos si vamos a obtener ese ascenso, si vamos a encontrar pareja, si la que tenemos va a durar toda la vida, si vamos a lograr ese éxito por el que tanto trabajamos. ¡No sabemos ni siquiera qué va a pasar dentro de un minuto!

Sí, estamos a la intemperie. Pero el miedo es un mentiroso. Es una falsa protección que, más que cubrirnos, nos autojustifica para no explorar nuestro máximo potencial; nos pone un tope de crecimiento. Así, va a llegar el día en que nos ahogue; porque nuestras ganas de ir por más son más fuertes que ese techo invisible que nos pusimos. (¿Te reconocés en esto? Decí ahora mismo: "Hola, miedo, no te tengo miedo" y seguí leyendo).

No debemos combatir el miedo (dedicarle energía negativa solo alimenta su poder), sino verlo, reconocerlo y asumirlo. Si cada vez que aparece le sonreímos, va a quedar bastante desconcertado. Él es apenas un "monstruito" acostumbrado a asustar. Cuando vea que con vos no logra su objetivo, se te va a aparecer cada vez menos, o hasta quizá se convierta en tu amigo. Quizás aprendas a reconocer que no es otra cosa que un indicador de tu deseo. Ahí donde aparece el miedo, hay algo que tu alma anhela en lo más profundo.

Por Gisela Gilges, life coach. IG: @giselagilges.

Por Gisela Gilges, life coach. IG: @giselagilges. - Créditos: Ilustraciones de Vale Boquete.

Y dale con "soltar"

Sí, vuelve una y otra vez la palabrita sobre la que más se ha escrito en la bibliografía de autoayuda en lo que va de este siglo: soltar. ¿Qué es soltar? Dejar de retener, de aferrarnos a algo. Lo suelto: si se tiene que ir, se va a ir. Si era mío, se va a quedar. Como canta Jorge Drexler: "Uno solo conserva lo que no amarra".

Nos cuesta soltar porque creemos que al soltar se termina algo. De lo que no nos damos cuenta es de que algunas veces –la mayoría– las cosas terminan más allá de nuestra decisión. Quizá, cuando empezamos a revisar ese gran ropero desordenado que es nuestra cabeza, descubrimos cuántas cosas simplemente ya cumplieron su ciclo: es hora de dejarlas ir.

Miremos a los chicos: si por ellos fuera, seguirían con su chupete, su pañal y su mamadera, pero un día los dejan. Entienden que ya no los necesitan. Sostener hábitos y creencias que ya no aplican a nuestra etapa de la vida es como ir a trabajar con pañales porque todavía no queremos dejarlos, porque no queremos decirles, como la canción, "buena suerte y hasta luego".

Hacemos esfuerzos inconmensurables por sostener algo que cada vez pesa más, simplemente porque no nos gusta perder. Perder es feo. Pero, como suele decir nuestra psico, Inés Dates: feo no es sinónimo de malo. Y, como también dice ella, solo pierde quien puede darse el lujo de perder. Está lleno de gente que muere (literal o metafóricamente) en la batalla. Dejar de ir contra los molinos de viento es valioso y desagradable. Tenés que ser fuerte para dejar ir viejas creencias y aguantar el bajón.

Tres palabras mágicas

  • Acepto. Aceptar no es estar de acuerdo, tampoco es tolerar con la nariz tapada y cara de asquito. Aceptar es no estar de acuerdo y a la vez no pelearme internamente con ello. Pero ¿qué implica exactamente en la práctica? Que podamos renunciar al intento de modificar aquello que no podemos cambiar –ya sea porque ya pasó o directamente porque no depende de nosotras– es una de las mejores maneras de liberar espacio mental.

  • Perdono. ¡Chan! No todas estamos dispuestas a transitar este camino. Hay personas –quizá mientras estés leyendo esto reconozcas que vos sos una de ellas– a las que les cuesta muchísimo dejar ir viejos rencores: que recuerdan con fecha y hora las palabras que les molestaron de los demás (¿cuántas carpetas en su disco rígido les ocupará todo eso?). Lo peor es que al recordar actualizan el malestar de aquella situación. Perdonar –al igual que aceptar– no significa estar de acuerdo, sino dejar de mantener pensamientos y emociones negativas por cuestiones del pasado. Al perdonar no modificamos lo que pasó, pero le quitamos carga negativa y nos liberamos.

  • Agradezco. ¿La viste a Marie Kondo? A esa remera o a ese libro que va a donar, los abraza y les dice: "Gracias". Gran lección para nuestras cabecitas. Soltar no se trata de decir simplemente "chau", sino también –y sobre todo– "gracias". Se trata de agradecer a esa persona, a esa experiencia, a ese evento, por haber llegado a nuestras vidas a mostrarnos algo, a dejarnos algún tipo de aprendizaje. Cambiar el adiós por el gracias genera una sensación muy gratificante: la sensación de haber dejado ir con felicidad algo que ya cumplió su objetivo en nuestra vida.

En los últimos años todas tuvimos que resetear nuestra cabeza en torno a una serie de temas, sobre todo con relación al feminismo, a nuestras creencias y también para adaptarnos a un contexto y un mundo siempre cambiantes. Nosotras mismas, quienes hacemos OHLALÁ!, hace diez años no imaginábamos que nuestra chica de tapa hoy sería una actriz trans. Desaprendimos algunos conceptos y aprendimos de nuevo. ¿El resultado? Una mayor claridad respecto de la vida, menos prejuicios, más apertura y empatía. Resetear la propia cabeza es un mecanismo súper útil y saludable. Por eso, más que una opción, deberíamos incorporarlo como hábito. Diría el poeta Rumi: "Sé como la nieve derritiéndose: lávate a ti misma de ti misma". 

Expertas consultadas: Inés Dates, nuestra psicóloga. Gisela Giles, Life coach @giselagilges. Melina Vicario. Especialista en programación neurolinguística y neurociencias @labiohacker.

Maquilló y peinó Clara Luelmo. Agradecemos a Paula Cahen D’Anvers y Levi’s por su colaboración en esta nota.

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