
Maroñas, una fija en Montevideo
Para jugar o no, vale la pena apostar al menos una tarde al centenario hipódromo que se reabrió el año último
19 de diciembre de 2004

MONTEVIDEO.- El texano Scott Wells lleva como puede dos panchos bañados en salsas varias mientras pasea bajo la arboleda de Maroñas, el centenario hipódromo uruguayo reabierto a mediados del año último. El hombre tiene algunos de esos rasgos tan vistos en las tribunas turfísticas, de Montevideo, de Buenos Aires o de Dallas: cierta elegancia dominguera, corbata incluida, contrarrestada con toques de desprolijidad, como el almuerzo al paso, el saco demasiado grande y el programa enrollado en un bolsillo.
Sin embargo, Wells no es un personaje ordinario. Trabajó en hipódromos de su país, pero, enamorado del proyecto de rescatar esta pista, vendió caballos y hectáreas en Nuevo México y se instaló con su mujer en Carrasco. Y se lo ve feliz, mordiendo una de las salchichas y observando al burro favorito a punto de correr en Maroñas, donde ahora integra la comisión hípica.
"Es lo que soñé cuando lo vi por primera vez, encantado con esa arquitectura y la arboleda -dice sobre el lugar, que se reabrió después de seis años-. Y no te puedo contar la cantidad de viejos que se me acercaban el día de la inauguración, con lágrimas en los ojos."
Se entiende por qué. El rescate de Maroñas fue una alegría para el ambiente hípico, un orgullo para los montevideanos y una fuente de trabajo para muchas familias.
Recuerdos del abandono
La empresa que ganó por 30 años la concesión de la actividad hípica por apuestas en Montevideo refaccionó la pista de arena de 2000 metros y las señoriales instalaciones del hipódromo, en el barrio Ituzaingó, a unos veinte minutos del centro. Pero antes convocó a un grupo de fotógrafos para que tomara imágenes de las tribunas, los palcos, los pasillos y los baños en estado de abandono, dramáticamente deteriorados después de la quiebra del Jockey Club uruguayo (que controló el hipódromo hasta 1997) y con la ocupación de varias familias (ahora en proceso de reubicación). Hoy las fotos están colgadas ahí, como una muestra de arte y también de memoria.
El predio y el edificio son históricos: en este lugar un grupo de pioneros, liderado por Tomás Tomkinson, estableció la primera pista en 1875, un año antes de que se inaugurara el Hipódromo Argentino de Palermo.
Fundado inicialmente como Circo Ituzaingó, se lo conoció por su nombre actual ya que estaba en la zona de la chacra del gallego Francisco Maroñas. Hubo un primer palco de socios, hecho de tablones y chapa, que se reemplazó en 1888 por una tribuna más amplia, obra del italiano Angel Battaglia, renovada en 1910 y 1920, siempre con un estilo cercano al de los hipódromos de Palermo y San Isidro. Después, en 1938, el arquitecto Román Fresnedo Siri se encargó de la tribuna Folle Ylla.
El lugar, sobre todo en los rincones mejor conservados, como el palco oficial o los magníficos ascensores de cuatro metros cuadrados, da muestras de aquellos buenos tiempos de abundancia, así como las mencionadas fotos recuerdan la decadencia.
Ahora, la realidad es distinta de esos dos extremos. Maroñas ya no es sólo centro de reunión de la elite criadora o de los aficionados y los jugadores, sino que suma además a un público familiar, con más mujeres y chicos de los que se ven en Palermo.
Lo mejor es recorrer los diferentes sectores para apreciar y disfrutar con los contrastes. Por el palco oficial (sólo se puede entrar con zapatos) se encuentra la gente más formal y tranquila, entre la que no es raro distinguir al presidente uruguayo, Jorge Battle, un entendido en pura sangre. Por allí se accede, en el segundo piso, al elegante restaurante Gran Maroñas, con una buena vista a la pista, 28 televisores y personal que se acerca a las mesas para tomar apuestas.
Para largar, el almuerzo
En Maroñas se corre sólo los sábados y domingos, ante unos 8000 espectadores por fin de semana. Son nueve carreras que arrancan a las 15, por lo que si se demora un poco el almuerzo se puede comer (un plato de pasta, 20 pesos) o por lo menos tomar el café (4) mirando la primera desde el restaurante.
La tribuna Folle Ylla es el sector más popular del hipódromo, menos cómodo, pero más folklórico. En el bar La Fusta, por ejemplo, la atención se divide entre los monitores que muestran las carreras y los que pasan los partidos de fútbol, si esa tarde hay fecha. Circulan parroquianos que analizan el programa, intercambian datos, comparan éxitos y derrotas, y responden a apodos de la jerga, como El Favorito ("Porque nunca paga nada", susurra uno para que no lo escuche su colega de camisa guayabera y sombrero). Se toma whisky (Uruguay es uno de los países con mayor consumo per cápita de América latina), y tanto la euforia como la decepción se expresan bastante más que en la oficial.
La experiencia se completa al caminar por la larga hilera de boxes donde los cuidadores ponen a punto los caballos que están por ingresar en la redonda de espera, para dar vueltas, como en un desfile de modelos.
Datos útiles
Cómo llegar
El Hipódromo Nacional de Maroñas queda en José María Guerra 3540, en el barrio Ituzaingó, a 20 minutos del centro de Montevideo. Se puede acceder por la avenida General Flores hasta doblar a la derecha en José María Guerra.
Horario y entradas
Sábados y domingos. La primera carrera larga a las 15 y la novena y última, a las 19. Palco oficial: hombres, 8 pesos (argentinos); mujeres, 3,50. Folle Ylla: 3 y 1,75 pesos. Menores de 18 años, con mayores, gratis. Estacionamiento, 3,50 y 6 pesos.
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