

MARTHA´S VINEYARD.- Quienquiera que haya elegido el nombre del lugar, dejó librada a los lugareños y los historiadores la explicación de un enigma sin solución a la vista, del secreto mejor guardado por este islote al sur de Cape Cod.
Se cree que fue un tal Bartholomew Gasnold, llegado aquí en 1602 en misión exploradora, el que eligió la denominación. Aún nadie ha podido encontrar a la Martha que el aventurero tuvo en mente, y las especulaciones a las que son afectos los habitantes del Vineyard dudan entre adjudicarlo a su hija, a su madre o a alguna amante añorada que esperaba en otro puerto.
¿Qué hay del viñedo, el vineyard al que se hace alusión? Los más antiguos residentes del lugar afirman que en el momento de aquel primer desembarco no había vides a la vista en la franja costera, y que fueron algunos arbustos bajos de frutos salvajes los que confundieron al avezado marinero, poco formado en los asuntos agrícolas. No se confundió, en cambio, cuando registró en su cuaderno de bitácora que el paraíso debía estar cerca de aquí.
El mar es el protagonista de esta geografía. Aparece a cada paso, y su omnipresencia es en ocasiones tempestuosa, imponente. De a ratos, en cambio, se vuelve serena, íntima, profundamente confortante. Cuentan que se produce un vínculo indeleble entre el océano y la gente que habita en Martha´s Vineyard, y quienes frecuentan la isla aseguran que el milagro se repite con igual intensidad entre los visitantes. Así, todos los veranos, la población estable de la isla se multiplica por diez. Todos llegan desde el continente en busca de mar.
Kilómetros de arena
Con 16 kilómetros en su parte más ancha y un largo total de 30, la isla es apta para una visita al paso, durante un día de sol o una escapada de otoño. Sin embargo, el hechizo del mar invita a quedarse por semanas enteras, sobre todo cuando, en verano, las veinte playas con nombre propio que se despliegan frente a Vineyard Sound, Nantucket Sound o el Atlántico abierto se convierten en el destino obligado de nadadores, pescadores, surfistas o simples adoradores de Febo.
Rincón favorito de músicos, escritores y magnates vernáculos, son muchos los famosos que tienen casa en el Vineyard, desde Billy Joel, Carly Simon y Diana Ross hasta el diseñador Tommy Hilfigher, James Taylor, John Kennedy Jr. y otros miembros del clan. Sus propiedades se muestran poco: son el secreto mejor guardado por los locales, dispuestos a preservar la privacidad de sus visitantes. De todos modos, no cuesta adivinar que son ellos los dueños de algunos de los caserones impecablemente blancos, con terrazas de cara al mar y techos de tejuelas de cedro desnudas y sin barnizar, como es característico del Vineyard: estas placas, después de sufrir los embates de las lluvias y los vientos marinos durante no más de cinco años, cambian el color madera por un tono gris viejo, que da la nota distintiva a este paisaje.
Si la recorrida comienza por la orilla norte desde Vineyard Haven -donde arriban los ferries todo el año-, el camino por la zona central de West Tisbury dejará al descubierto los bosques cerrados, en infinitos tonos de rojos en otoño y de un verde intenso desde abril en adelante. También se accede desde allí al Cedar Tree Neck Sanctuary, una reserva de belleza infinita, que combina la vista de lagunas y dunas con los bosques de arces colorados, nogales y robles, y el sonido del oleaje con el graznido de las aves de la costa.
Un poco más allá, Menemsha, la región de aguas profundamente verdes, alterna los negocios de antigüedades del mar con los muelles angostos de un puerto austero y sin pretensiones, donde algún artista local despunta el vicio retratando la costa con sus matices de luz. Quizá sea éste el sector de la isla que más intensamente susurra aquello del embrujo del mar de Martha´s Vineyard.
En las cercanías de Menemsha se asientan 600 personas que viven del océano y sus riquezas, dedicados a la caza del pez espada o a la pesca de cangrejos, langostas y ostras. En Poole´s Fish Market, sobre la bahía, los frutos del mar se conservan vivos en piletas refrigeradas hasta la llegada de los compradores, atraídos en igual medida por el sabroso alimento y por la afabilidad de sus dueños, viejos lobos de mar o bohemios que llegaron a esta porción de tierra para no partir ya más.
El camino termina en el extremo occidental de la isla, sobre los acantilados de Gay Head, que son signo del paso de los glaciares de hace diez mil años por el continente americano. La vista desde allí es la preferida para los atardeceres: los farallones, que repiten las formas de una cola de cetáceo, exhiben sus tonos rosados y blancos de salitre, hasta que los gana la noche y las luces del faro comienzan a centellar sobre la bahía.
En tanto, sobre el extenso frente sobre el Atlántico se abren más de treinta kilómetros de balnearios de oleaje intenso y playas amplias, hasta South Beach o Katama. Allí, sin límites ni condiciones, hay lugar para pescadores solitarios, artistas en busca de inspiración, body surfers y músicos, jóvenes, caminantes... El mar congrega, y en Martha´s Vineyard nadie puede resistir su influjo.
El Vineyard por el Oriente
Sobre la orilla este se encuentra Edgartown, el asentamiento urbano más antiguo de la isla y el más exquisito, con su eclecticismo arquitectónico y su refinamiento de cara al puerto. La construcción revela, a quien quiera mirar, la historia de la colonización desde 1642, con sus casas primarias de líneas simples; habla también de la prosperidad de la caza de ballenas y las inversiones cuantiosas de los capitanes y aventureros de esa época en sus caserones victorianos o federales (la Daniel Fisher House es un buen ejemplo de ello), y del renacimiento de la isla, en pleno siglo XX, como lugar de descanso veraniego, con posadas y hoteles siempre blancos, según lo dispone una ordenanza municipal.
Dos playas aledañas merecen una visita: cerca del faro está Fuller Street, la meca de los jóvenes que frecuentan el poblado, y en el islote de Chappaquiddick, a sólo cinco minutos en ferry, se encuentran Cape Pogue y Wasque Point, espacios ecológicos protegidos que combinan las lagunas de agua salada y el mar abierto.
Más allá, sobre la bahía de Nantucket Sound, se encuentra el más pintoresco grupo de casas de la isla, en la zona de Oak Bluffs. Las cabañas coloridas y la atmósfera festiva que se respira en torno de esta escenografía comienza a dibujarse sobre Circuit Ave., la arteria principal del sector, donde se alinean negocios de artesanías y ateliers de artistas locales; pero alcanza su esplendor alrededor de la plaza de Trinity Church. El lugar, apodado The Campground o Cottage City, era hacia 1830 el punto de encuentro de religiosos metodistas, que acampaban allí mientras duraban sus festividades. Luego de la guerra civil, las carpas fueron reemplazadas por construcciones permanentes: las cabañas de pan de jengibre , de colores vivos y formas caprichosas, zaguanes con canteros y mecedoras, ventanas de líneas góticas, cúpulas decoradas sobre los techos y una profusión de balaustradas, aleros, verjas y escaleras de madera pintada en tonos de celeste, violeta, rosa y maíz.
Y hay más, siempre hay más, detrás de cada curva caprichosa de la geografía costera de la isla de Martha. En cualquiera de sus poblados, con cualquier plan de excursión, un mensaje calará hondo de todos modos: allí, con la fuerza de las olas y sobre el silencio inmenso de las playas vírgenes, el mar reina. El hombre, entonces, no puede más que adorarlo.
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