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Martinica, el Caribe más refinado

Al pie de un volcán, buena gastronomía, hoteles de lujo y playas paradisíacas se condimentan con el gusto francés




FORT-DE-FRANCE (The New York Times).- Martinica, con sus paisajes volcánicos, su cocina autóctona con acento francés, fue un destino muy frecuentado por el turista norteamericano. Pero en décadas recientes, cuando se suspendieron los vuelos directos desde Nueva York y Miami porque la ruta del Caribe no fue más rentable para las grandes compañías aéreas, la isla dejó de ser el paraíso bajo el sol de antaño y se convirtió en un lugar apartado y de difícil acceso.
En cambio, el europeo -con vuelos diarios y directos desde París- hasta hace poco representaba el 84% del medio millón anual de turistas que visitan la isla.
El año último, el Club Med reabrió su complejo Buccaneer s Creek y ofrece un vuelo charter semanal, directo, desde Nueva York, y American Airlines comenzó a operar cuatro veces a la semana desde San Juan, Puerto Rico, y Fort-de-France, la capital de Martinica. En estos días también comenzará a operar la empresa Delta. Pudimos visitar y explorar esta isla de 80 km de largo y nos llevamos una grata sorpresa al comprobar el excelente estado de las rutas, las telecomunicaciones y el agua potable. Después vinieron los verdaderos atractivos: la cocina gala regional, las espléndidas playas, el snorkeling, las caminatas y el solo placer de estar allí durante una semana. Se destaca ante todo la presencia imponente y amenazadora del monte Pelée, el volcán inactivo que, según dicen los expertos, podría hacer erupción nuevamente. Una prueba de su ira es St. Pierre, localidad situada en el noroeste de la isla, que corrió la misma suerte que la ciudad de Pompeya. Hace más de un siglo, 28.000 personas perdieron la vida en la catástrofe. Pese a la amenaza de las construcciones modernas, Martinica tiene oasis protegidos como Les Ombrages, una reserva natural en Ajoupa-Bouillon, y el laberíntico Jardín Botánico de Balata, de muy buen gusto.
Una manifestación perfecta de las contradicciones históricas de la isla es la estatua de mármol decapitada, en Forte-de-France, de Marie-Josèphe-Rose Tascher de la Pagerie, la hija más famosa de Martinica, que se convirtió en la emperatriz Josefina de Napoleón. Los josefinistas se horrorizaron cuando cortaron la cabeza de la estatua en un acto de vandalismo a principios de la década de los noventa; todavía no la han devuelto. Algunos isleños la acusan de reinstaurar la esclavitud en Martinica después de que había sido abolida en la Revolución Francesa.
El lugar de nacimiento de Josefina en Le Trois-Îlets, frente a la bahía de la capital, se conserva en el museo La Pagerie en una muestra pequeña, pero fascinante. Afuera están las ruinas de la fábrica de azúcar de la familia, donde Josefina vivió de niña después de que un huracán destruyó la casa principal en 1766.
También en Le Trois-Îlets se encuentra la evocación más triste del pasado esclavo: La Savane des Esclaves , un conjunto de chozas de barro y juncos.
"Creé el museo en honor a mis ancestros -dijo su carismático propietario y constructor, Gilbert Larose, descendiente de esclavos-. Los jóvenes no deben olvidar esta forma de vida." Pero es tan fácil para ellos olvidar.
Como puesto de avanzada de Francia, lo chic es una característica típica de los más acomodados, los bañistas que hacen topless en Pointe du Bout, el balneario de Les Tríos-Îlets.

Con vista al cráter

Lo más estremecedor de la isla, dejando de lado su gastronomía, es la caminata de 450 m cuesta arriba por el sendero Aileron desde el que se obtienen vistas panorámicas del cráter del monte Pelée, que se encuentra a 1235 m de altura, y cuya cumbre está a 1375 m. Mientras ascendíamos teníamos siempre presente que el 8 de mayo de 1902 había estallado, y expulsado nubes de ceniza y lava ardiente que sepultaron a los habitantes de St. Pierre en tres minutos. Hoy, St. Pierre es una ciudad activa de 5000 habitantes sobre la costa oeste. Entre las ruinas se encuentra el pequeño pero útil Musée Franck A. Perret, sobre la Rue Victor Hugo. Su colección trágica de objetos volcánicos comprende la campana aplastada de una catedral e instrumentos musicales abollados.
A menos de un kilómetro y medio de allí está el Centro de Découverte des Sciences de la Terre, un museo que explica la sismología y geología de la zona.
Pero la isla nunca rechazó la catástrofe en favor de sus poderes reconstituyentes. "Veo llegar a mis pasajeros: canosos, tensos, cansados -comentó Stéphane Baras, gerente general de Cap Est, un complejo suntuoso de la cadena Relais & Châteaux, en Le François, inaugurado hace tres años-. Y cuando se van, están sonrientes, distendidos, me abrazan".
El año pasado, Laurent y Joëlle Rosemain abrieron Le Domaine St.-Aubin en La Trinité, una transformación pequeña y elegante del casco de una plantación de 1919. "Buscamos satisfacer al turista que busca historia, autenticidad y paz en el norte virgen", comentó Rosemain sobre este rincón poco urbanizado de la isla.

El ron agrícola

Recibe a sus huéspedes con un potente ponche del viejo ron de la isla que él mismo prepara. Los habitantes de la isla de Martinica siguen sintiendo orgullo por su ron agrícola, elaborado directamente de la caña de azúcar en lugar de la melaza. El ron es el poseedor de un apelativo francés -como el vino-, así les dice Michel Fayed, director del Museo del Ron, en Ste.-Marie, localidad al nordeste de la isla, a sus visitantes. Los alienta a recorrer las florecientes instalaciones en la destilería St. James. Después de allí, no hay que dejar de ir al Museo del Ron más grande en Habitation Clément, una antigua plantación de tres siglos, en La Trinité, que atrae a setenta mil visitantes por año.
El poder evocador del pasado de estas plantaciones se percibe con mayor intensidad en la reserva natural La Caravelle, parque de 200 ha en Le François, donde las ruinas de la plantación Dubuc, que mantenía esclavos, se convirtieron en la puerta de entrada a los pantanos cubiertos de mangles del parque y a una red de senderos peatonales. Caminamos a través de un bosque de manzanillos venenosos, con su típica corteza gris moteada, sabiendo que el contacto con su savia o fruto de color amarillo puede causar quemaduras serias, en especial debajo de las ramas en un temporal de lluvias. Por último, cuando llegamos al final del sendero, contemplamos el perfecto cielo de la isla y sentimos un gran alivio. Era hora de un ponche, toute suite.
Glenn y Sarah Collins
Traducción: Andrea Arko

Restaurantes ocultos, cocina experimental y muchos mariscos

En cualquier lugar puede haber sofisticación escondida detrás de alguna pared de aspecto un tanto zarrapastroso.
Tomemos, por ejemplo, Le Ghetto, en la diminuta aldea pesquera de Marigot, en la costa norte de la isla. Aquel que ingrese en el restaurante que por fuera no dice nada descubrirá un oasis por dentro, entre las paredes de piedra de un antiguo depósito de ron.
Antes del plato principal nos convidaron con una entrada de caracoles marinos recogidos en un arrecife del lugar y servidos en su caparazón con una salsa caliente a la vinagreta de ajo, cebolla y pimientos. Félix Fleury, el dueño del restaurante desde hace veintidós años (su madre, Tante Lucie, es la cocinera), explicaba la rareza de esta exquisitez. "En la actualidad, sólo un pescador local es lo suficientemente intrépido como para bucear debajo del arrecife de coral y recoger los brigots -decía-, y lo suficientemente joven como para cargar la bolsa de mariscos hasta la superficie. Ofrece cocina regional y mariscos. Una cena por persona, con vino, ronda los 30 euros.
Sobre la costa este hay otro restaurante oculto, La Méridienne en La Trinité. De afuera parece un tugurio en una playa dormida frente a una bahía cristalina. Pero por dentro hay gastronomía de primera: atún frito y luego cocido a fuego lento con puré de apio, trozos de queso de cabra y una ensalada con pesto de menta.
Y a la cabeza de la nueva cocina experimental de Martinica se encuentra el restaurante Le Brédas, en St. Joseph, en el corazón de la isla. Allí, Jean-Charles Brédas, ex jefe de chefs de una cadena de restaurantes exclusivos del Caribe, abrió su propio establecimiento. La comida que se sirve en el patio de baldosas con toques de teca y nogal es una mélange de culturas e ingredientes: papaya y fois gras, langostino con ratatouille, y loup des Carïbes con calabaza al curry.

Otras opciones

Le Belém se especializa en la fusión de la cocina regional con la francesa. Una cena, con vino, cuesta alrededor de 70 euros. Le Brédas (en St. Joseph) sirve invenciones del chef Jean-Charles Brédas, que combina la gastronomía del lugar con la internacional. Una cena, con vino, ronda los 70 euros.
Le Chateaubriand, el restaurante principal del Sofitel Bakoua en Pointe du Bout, se especializa en platos regionales e internacionales. Una cena ronda los 70 euros.

Datos útiles

Cómo llegar

Delta Airlines comenzará a operar a partir del 16 de este mes con un vuelo semanal directo desde Atlanta hasta Martinica.
American Airlines ofrece vueltos cuatro veces a la semana desde San Juan.
Club Med ( www.clubmed.us ) ofrece un servicio charter desde Nueva York sólo durante determinados períodos de vacaciones, este año con tarifas estimativas de 500 dólares.

Dónde alojarse

Sofitel Bakoua, un clásico de Pointe du Bout. Las habitaciones están entre 250 y 500 dólares.
Cap Est Lagoon Resort & Spa en Le François, el nuevo complejo de lujo de la isla, con suites desde 400 hasta 1500 euros la noche.
Le Domaine St.-Aubin, una posada boutique en La Trinité, con dobles desde 88 hasta 159 euros.

Qué ver

Museo Château Gaillard. En Le Tríos-Îlets, inaugurado hace tres años se exhiben artesanías sobre la historia de la producción del café y el cacao. La entrada es gratuita.
La Savane des Esclaves. Una reconstrucción de una aldea de esclavos en Les Tríos-Îlets. La entrada cuesta 5 euros.
Museo y Destilería de Ron St. James. Las visitas guiadas por la destilería se hacen de febrero a junio, con degustaciones sin cargo. Destilería y casco de la plantación Habitation Clément, la visita guiada cuesta 7 euros.

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