
Nos levantamos tempranísimo y fuimos a la estación de Louvain-La-Neuve, la ciudad belga donde mi hija, María Eva, vive hace 28 años. Tomamos un tren a Bruselas y desde allí el Eurostar, tren de alta velocidad que pasa por debajo del Canal de Mancha y une Francia con Inglaterra.
Luego de dos horas de viaje llegamos a Londres, a la estación St. Pancras. Salimos corriendo y encontramos otra estación de donde salía el tren para Wimbledon. Paraba en todas y tardaba 45 minutos hasta la estación del famoso estadio All England. Nos hicimos de algunas libras y tomamos un bus descubierto que en diez minutos nos dejaría en el estadio.
Habíamos salido a las 6 de Louvain La Neuve y llegamos a las 13 a la puerta del court 2, para donde eran nuestras entradas. Allí no jugaban Roger, Nole, Carolina ni Serena. Jugaban Radek Stepanek y Fernando Verdasco. Los vimos un rato y salimos para encontrar el court 18, donde debía jugar Del Potro con Cipolla. Nos pusimos en una fila por si a algún espectador cómodamente sentado le agarraba un dolor de muelas y quedaba un espacio libre. Pasó Del Potro al lado de nosotros y luego Franco Davin. Y seguíamos esperando. Un argentino piola quiso escabullirse y lo sacaron de las narices. El partido comenzó, oíamos los ¡Dale Delpo! y la fila seguía sin moverse: ¡los espectadores estaba atornillados!
Abandonamos la fila y volvimos al court 2, donde Radek y Fernando mantenían una dura lucha con los dos primeros sets en manos del checo. Fernando comenzó a remontar y terminó ganando el partido en 5.
Mientras tanto, asomábamos la cabeza y veíamos a Berlocq luchar con Beck, perdiendo luego de un largo partido. Y más allá, a Malisse; y al otro lado a Hantuchová; y al otro a Hewitt con Nishikori. Y a Mónaco con Youzhny. Nuestros pescuezos se retorcían y nuestra vista de lince todo lo abarcaba.
En cartel nos anunciaba que iba ganando Roddick y que Delpo lo había despachado a Cipolla. Entraron a la cancha Victoria Azarenka y Magdalena Rybarikova.
Nos volvimos a Bélgica haciendo todo igual, pero al revés: bus, tren, St. Pancras, Eurostar... Llegamos a Bruselas a las 22.30, pero ya no salían trenes para Louvain-La-Neuve. Desesperada, María Eva llamaba a su marido, Etienne, que no contestaba. Los taxis nos querían cobrar 80 euros...
Hasta que decidimos llamar a un amigo de Etienne que vive en Bruselas. El hombre ya estaba durmiendo junto con su mujer y su hijo recién nacido, pero igual aceptó llevarnos hasta Louvain La Neuve, que es como ir del centro porteño hasta Castelar. ¡Como para levantarle un monumento! Me pregunté si yo hubiera hecho lo mismo, a la medianoche, en Buenos Aires... Llegamos a Louvain La Neuve a la 1.30.
Conclusión: encender la tele y ver Wimbledon con el control remoto en la mano es más relajante.
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