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Mauricio Wainrot: "Nadie vuelve igual después de conocer Egipto y Turquía"

Algo para declarar




-¿Cuál fue su primera experiencia como viajero?
-Con mi madre, a los 6 o 7 años, cuando nos llevó con mi hermana a Unquillo, en Córdoba. Fue maravilloso conocer las sierras, los ríos, el hotel, la gente que se hospedaba, las comidas, las tertulias y el aroma a peperina. Todo mágico.
-¿Colecciona algún objeto de sus viajes?
-Colecciono memorias, no objetos. Y también amistades que he guardado por décadas.
-¿Extraña Buenos Aires cuando está de viaje?
-No extraño nada. Al revés, no quiero volver, y menos en los últimos tiempos. Cuando vivía afuera (estuve 15 años entre Montreal y Bruselas) extrañaba a mi madre y amigos; en esa época no pensé que volvería a vivir aquí. Regresé por razones familiares primero y profesionales después.
-¿Un pensamiento recurrente de vacaciones?
-Que extraño el trabajo. Pero como puedo trabajar en cualquier sitio, ya no sé si me gusta más viajar por trabajo o viajar por placer. Como me sucede ahora, que estoy trabajando en el Teatro de San Carlos, en Nápoles. Se mezcla la alegría de volver a esta maravillosa ciudad con el orgullo de que me hayan invitado nuevamente a montar una obra mía en la sala más antigua de Europa, que data de 1737. He trabajado con 49 compañías en el mundo y conozco 50 países, entre americanos, asiáticos y europeos, además de Egipto, en África.
-¿El mejor viaje de su vida?
-No lo hice aún. O si lo hice me cuesta decidir cuál fue. Viajé unas 10 veces a Israel. Llegar a Jerusalén es algo indescriptible. También Egipto; viajar por el Nilo y visitar ese país único donde uno se siente tan pequeño. El Museo de El Cairo es el que más me gusta de todos los que he visitado. El segundo piso, donde está la tumba de Tutankamón, es algo que cada persona debería ver una vez en su vida. Este es sin duda el país que más me ha impresionado, junto a Turquía, que tiene tanto, pero tanto para ver y disfrutar. Estambul es una de las ciudades más lindas y vivas del mundo, y ha sido siempre un nexo estratégico entre Europa y Asia, un encuentro de culturas extraordinarias. Esa mezcla se ve en las mezquitas, en los museos y también en el Gran Bazar. Nadie vuelve igual después de haber conocido Egipto y Turquía.
-¿Qué es lo primero que le gusta hacer apenas llega a un nuevo destino?
-Antes tiraba las valijas y salía a las calles a ver todo lo que podía, después llegaba al hotel y me desplomaba. Ahora me desplomo apenas el taxi me deja en el hotel, me baño y me tomo todo con mayor tranquilidad. Cambié museos por restaurantes y teatros. Visitar amigos es lo que más me gusta. Saber de sus vidas, darles un fuerte abrazo, que me cuenten cómo están, cómo les va a sus hijos. O sea que dejé la historia antigua por la contemporánea.
-¿Alguna experiencia traumática con los aviones?
-Con Aeroflot, hace unos cuatro años, el avión comenzó a bajar, tocó la pista con sus ruedas y de inmediato, como un resorte, subió otra vez. Todos gritamos del susto, el comandante no dijo absolutamente nada y tampoco las azafatas. Seguimos dando vueltas hasta que aterrizamos. Nunca supimos qué pasó, no me extraña. Los rusos siguen siendo gente muy extraña. Físicamente, la más hermosa que conozco, y también la más antipática. Tantos años de comunismo no se van con unas pocas generaciones.
-¿Alguna anécdota que lo haya marcado?
-Hace unos 25 años estábamos con Carlos Gallardo (artista plástico, escenógrafo y vestuarista) disfrutando de Egipto cuando recalamos casi sin darnos cuenta en la represa de Aswan. De pronto aparece en el agua un pequeño bote con dos remeros. Nos quedamos con Carlos mirando esa imagen salida de la Biblia, los dos con sus túnicas y tocados en la cabeza. Venían remando, y en el silencio total de ese enorme lago formado por la represa, sus remos hacían un rítmico y acompasado ruido al tocar el agua y empujarla para empujarse. Nos quedamos los dos disfrutando del espectáculo que teníamos frente a nuestros ojos, un pedazo de historia antigua en una arquitectura y espacio tan contemporáneo como era la represa. La barca se acercaba a nosotros, y más y más nos alegrábamos de verla. Cuando llegaron a pocos metros, la barca giró como para regresar al sitio del que venía. Entonces nos agarró un ataque de risa: la barca milenaria se llamaba ¡Maradona!
Es director artístico del Ballet Contemporáneo del Teatro San Martín. Entre el 10 y el 26 de octubre repondrá Estaciones porteñas y Anne Frank.

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por Redacción OHLALÁ!


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