


Cuando meditás en tu casa, los beneficios son claros: más energía, más foco, más entusiasmo en tu vida. Empecé a meditar hace ya ocho años. "¿Es tener la mente en blanco?", me preguntaban. No, debo confesar que en general los pensamientos van y vienen, pero a veces hay un instante, un lapso que quién sabe cuánto dura, en que me disuelvo. No hay nada, sólo vacío, y es tan agradable que contrarresta las miles de otras veces que estuve toda la meditación haciendo la lista de compras para el súper. Ahora, hay un secreto que se esconde en esta disciplina milenaria, y es que cuando vos meditás, influye positivamente en tu entorno. La meditación genera una vibración especial en el ambiente, lo que favorece el buen humor de la convivencia, por ejemplo. Entonces, imaginate que si vos meditando en tu casa accedés a quienes te rodean, ¿qué pasaría si 30 mil personas meditaran al mismo tiempo? Eso es lo que fui a averiguar a The World Culture Festival, que la fundación internacional El Arte de Vivir (de la cual soy instructora desde hace casi tres años) organizó en el Estadio Olímpico de Berlín los días 2 y 3 de julio.
La previa
En la capital alemana no sólo había compatriotas, sino también personas de más de 150 países que habían viajado especialmente.
Si bien no hablábamos todos el mismo idioma, había una frase que nos daba acceso a la sonrisa: "jai guru dev", que en sánscrito significa "honro lo más lindo que hay en vos". Es un mantra ancestral que se usa como saludo, y estaba a la orden del día.
En la cuenta regresiva, algunos argentinos practicaban la coreografía tanguera (la presentación oficial argentina con Maximiliano Miguel Christiani como bailarín principal), otros se sumaban a los ensayos de la yoga performance (ochocientos yoguis haciendo la secuencia del saludo al sol), los guitarristas entonaban los acordes que venían practicando desde hacía tres meses, los mismos que quinientos más de todas partes del mundo toca ron al unísono. Todos teníamos algo que hacer.
Los días venían con un promedio de 35 grados, y el pronóstico prometía lluvia para el fin de semana, cuando sería el evento, pero nadie hacía caso a los malos augurios.
Mientras tanto, nos encontrábamos por las noches en satsang, en un hotel que tenía un gran salón. Sat significa –de nuevo, en sánscrito– "verdad"; sang, "compartir". Y eso hacíamos, compartíamos juntos la verdad de nuestro entusiasmo (¡faltaba tan poco!) y cantábamos bhajans (mantras con melodía). Cada noche se sumaba más gente, y la gran estrella era Sri Sri Ravi Shankar, el fundador de El Arte de Vivir, quien ideó este festival con un único objetivo: celebrar la armonía en la diversidad y meditar todos juntos por la paz.
Llegó el día
"Elegimos Berlín porque es el corazón de Europa, es aquí donde cayó el muro entre las personas, es hora de que caiga el muro entre las civilizaciones, somos una sola familia global", inauguró el evento Sri Sri Ravi Shankar. Llovía, no había caso, llovía y hacía mucho frío. Todos estábamos emponchados con los saquitos que nos habíamos dignado a poner en la valija y la pashmina por diez euros comprada en la calle. Sin embargo, nos manteníamos estoicos porque teníamos una misión: meditar para que la ola expansiva llegara a cada rincón del planeta.
Juntos, con banderas, remeras celestes y make up celeste y blanco, los argentinos miramos el show de cada uno de los países. Esa era la gracia, mostrar lo autóctono, y aun así, a pesar de las diferencias, éramos tan parecidos... Todos queríamos lo mismo: ser felices.
La presencia argentina dio que hablar. Salieron a escena las veinte parejas amateurs y los dos bailarines principales. Pero no bien pisaron el escenario, ella, Anabela Brogioli, se resbaló. Probaron un par de pasos más, pero la pista se parecía más a un show de aqua dance que a una pista de milonga. Entonces, desde la platea, vimos cómo dejaban el escenario. "Uhhhhh", se escuchó del sector argentino. "No siguen", pensé. Pero no, se corrieron ¡al pasto! El seguidor de luz los acompañó porque ya era de noche, y se sumaron nuevamente a la danza. Empecé a llorar. Eso hablaba de nosotros, de cómo el ingenio y la improvisación nos sobrepone a la adversidad. No fue casual que el estadio los ovacionara. Incluso Sri Sri Ravi Shankar se paró por única vez en todo el evento para aplaudir y recibió de los bailarines nuestra bandera, que se puso sobre sus hombros.

A meditar
Después llegó la primera meditación guiada, sólo había que seguir las indicaciones. Duró poco, porque ya era tarde y hacía mucho frío. Durante esa primera experiencia, me dije: "¿Esto era, para esto vine?". No había manera de relajarse, mi cuerpo estaba congelado, a pesar de que nos pusimos hombro con hombro, estilo pingüino Emperador en el Polo Norte. Entonces, pispié qué estaba pasando y mi primer impacto fue: "Guau, 30 mil personas calladas, con los ojos cerrados". Nunca había visto algo así, no quise ser menos y cerré los ojos, entonces sentí una gran paz y el silencio fue más palpable de lo común.
Eso sí, la frutilla del postre fue al día siguiente, el domingo, porque ya no hacía tanto frío ni llovía. El preludio a la experiencia que me cambió la vida fue un show de So What Project, la banda argentina que combina mantras milenarios con música electrónica. Antes de que salieran a escena, se empezó a correr el rumor de que podríamos ir al campo a bailar con ellos, pero la organización era muy estricta y no permitían esos cambios de planes. Hasta que en un momento, escuché: "Vamos a bailar", y hubo un éxodo en la tribuna argentina. Corrimos hasta el corazón del estadio, y comenzamos a bailar, y en un momento, uno dijo: "Hagamos una ronda". Entonces nos abrimos, nos tendimos las manos y abarcamos en una ronda gigante el diámetro del estadio. ¿Estábamos locos? "Puede ser –pensé–, pero qué felices somos." El resto de los espectadores alentaba desde las plateas. Entonces, lo sentí: no importaba la raza, la clase social, la religión, el idioma, las costumbres; éramos uno solo.
Así, plena, y de nuevo en la platea, me sumergí en la última meditación del Festival. Primero, hicimos bhástrika (una respiración que aviva la energía), y así como si nada, desaparecí. No sé bien a dónde me fui, sólo sé que fue el mejor descanso de mi vida. Y mientras volvía a poner los pies en la tierra, resonaron en mi mente las palabras de Sri Sri Ravi Shankar: "Vinimos a este mundo primero a ser alguien, luego a ser nadie, para finalmente convertirnos en todos".
No sé si cambié el mundo al meditar por la paz mundial, lo que sí sé es que cambió mi mundo. Y descubrí que sólo dedicándole tiempo a ser mejor persona cada día puedo hacer la diferencia.
Versión local
En octubre, se realizará América Medita,la versión latina de meditación masiva, que todos los años se viene llevando a cabo en el Planetario. ¡Estate atenta! Más info: www.elartedevivir.org .

Por Soledad Simond (desde Berlín)
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