Memorias de un pasado colonial en la Ruta del Adobe
En la provincia de Catamarca, junto a la cordillera andina, la historia se ha escrito en barro. De Tinogasta a Fiambalá, un circuito de antiguas casonas y viejas iglesias descubren un rico patrimonio cultural
3 de agosto de 2014
Carlos W. Albertoni
En Catamarca la historia se ha escrito en barro. Al poniente, donde la provincia se recuesta contra las alturas cordilleranas, el perfil de su tierra de tonos ocres se salpica con un ejército de antiguas casonas e iglesias de adobe que resisten tozudamente el paso del tiempo.
Construidas muchas hace más de dos siglos, estas edificaciones son la memoria de una época que ya no está y constituyen un patrimonio de altísimo valor cultural que en los últimos años se ha convertido también en un rumbo atractivo para el turismo. Conocido popularmente como la Ruta del Adobe, este rumbo serpentea entre viejos pueblos a los que el barro centenario parece haber alejado para siempre del progreso. Seguirlo es una maravillosa forma de vencer al olvido.
La Ruta del Adobe se extiende a lo largo de algo más de 50 kilómetros de caminos de asfalto y ripio que se inician en Tinogasta y finalizan en Fiambalá, dos de las ciudades más importantes de la región occidental catamarqueña. Orillando poblados de casas bajas y gente humilde, el circuito es muy fácil de seguir y puede hacerse sin inconvenientes en un solo día.
"El adobe es un material de construcción hecho a base de barro al que en ciertas ocasiones se lo mezclaba con paja antes de moldearlo como un ladrillo y ponerlo a secar al sol. Fue utilizado por las etnias aborígenes más avanzadas del noroeste argentino y luego de la conquista española fue adoptado para las construcciones de la época colonial, muy especialmente para levantar iglesias, capillas y ciertas casas importantes, ya que se trataba de un material muy resistente que permitía aislar muy bien al interior de las temperaturas externas, tanto de las altas del verano como de las bajas del invierno", dice Vicente, un catamarqueño que hace bastante tiempo lleva y trae viajeros por los rumbos del adobe. Los años lo han convertido en un invalorable guía turístico y la piel de su rostro es como la de los muros de barro de estas tierras, bien oscura y repleta de surcos que ha ido labrando el sol.
Desde Tinogasta
En quichua, Tinogasta quiere decir reunión de pueblos. Su nombre refiere a su privilegiada ubicación geográfica, justo en el centro del valle de Abaucán, que le ha permitido a lo largo del tiempo ser el centro político y social de esta zona lindera a la cordillera andina. Aquí, en esta ciudad de poco más de diez mil habitantes que marca el nacimiento mismo de la Ruta del Adobe, es posible encontrarse con algunas viejas construcciones de barro de enorme importancia histórica, entre ellas la famosa Casagrande, edificada en 1887 como un fuerte militar en la zona céntrica de la ciudad, y que luego de ser durante mucho tiempo vivienda de cónsules chilenos fue adaptada como un hotel.
"Dentro de Tinogasta, Casagrande es el ejemplo mejor conservado de lo que fueron las antiguas viviendas de adobe de esta zona. De todas formas, a mi juicio, la construcción de adobe más impactante de la ciudad es una casona que está justo fuera del casco urbano. Hace mucho que está abandonada, pero se abre al público todos los días, entre las 9 y las 18. Vale la pena visitarla", cuenta Vicente, como quien revela un secreto.
Desde Tinogasta, el camino del viejo barro sigue la dirección norte de la ruta nacional 60. Por su asfalto se llega hasta El Puesto, un villorrio en el que se levanta el Oratorio de los Orqueras, una capilla consagrada a la Virgen del Rosario que fue construida en adobe en 1747. Sus techos se sostienen con grandes vigas curvadas de algarrobo y en el interior se puede apreciar una gran cantidad de imágenes sacras llevadas a Catamarca desde las tierras bolivianas de Chuquisaca.
"Este templo fue hecho por una familia local muy tradicional, de mucho dinero y que era muy devota de la Virgen. Al lado de la torre del campanario hay un museo que conserva algo del mobiliario que pertenecía a la casa de esa familia", explica Vicente, quien también es creyente y guarda especial devoción por la Virgen del Valle, como casi todos los catamarqueños.
A apenas cinco kilómetros de El Puesto se encuentra el paraje de La Falda. Desde la ruta principal, un sendero de tierra lleva hasta este sitio desolado al que el calor transforma en un infierno en el verano y en el que la única postal destacada es la iglesia de Nuestra Señora de Andacollo, una construcción de mediados del siglo XIX que combina su estructura original de adobe con algunas molduras de cemento y cal surgidas luego de que un movimiento sísmico causara daños en la estructura del templo. Alrededor de la iglesia se extiende una geografía árida, mezcla de arbustos bajos y médanos incipientes, cuyas arenas forman remolinos que ciegan la vista en los días en los que sopla el viento zonda.
"Cuando eso pasa, mejor ni venir por acá. El polvo te lastima los ojos y hay que andar con la cara tapada, como a oscuras", advierte Vicente.
Pura sencillez
Siguiendo hacia el Norte, la Ruta del Adobe ofrece al viajero su joya más preciada. En el minúsculo poblado de Anillaco, solitario en medio de una geografía abierta a los cerros, se levanta la iglesia de Nuestra Señora del Rosario, el templo más antiguo de Catamarca, que fue construido íntegramente en adobe en 1712 por orden de don Gregorio Bazán y Pedraza. Declarado desde hace dos décadas como Monumento Histórico Provincial, posee muros de adobe de un metro de ancho y un techo muy alto en el que se entrelazan maderas y paja. En el interior, al final de un piso de tierra que apenas se ilumina con la luz que entra desde el amplio portón de entrada, se erige un altar de barro que es considerado una pieza única de la arquitectura sacra latinoamericana.
"No hay en ningún otro lado un altar como este de la iglesia de Nuestra Señora del Rosario. Está todo moldeado en barro, todo trabajado con las manos sobre la pared misma de la capilla", dice Vicente, que suele llenarse de orgullo al hablar de este sitio. Del color de la tierra, la austeridad del altar es sólo ultrajada por un crucifijo, un par de figuras de santos y una virgencita que, según agrega Vicente, fue traída desde el Alto Perú en tiempos de la construcción de la iglesia. Pura sencillez.
Desde Anillaco, la ruta 60 mantiene su dirección al Norte y cruza varios badenes naturales formados por los cauces inútiles de ríos, por lo que ya no corre el agua. Atravesando esta zona de extrema sequedad, el camino llega hasta Watungasta, un sitio arqueológico que guarda ruinas del período incaico. Según crónicas españolas del tiempo de la llegada de los primeros conquistadores al noroeste argentino, en este lugar había un fuerte hecho en adobe que servía de refugio para quince mil bravos nativos, dispuestos para las guerras contra los invasores europeos. De aquellos indios y de aquel fuerte hoy nada queda, salvo un recuerdo difuso.
Finalmente, luego de dejar atrás Watungasta, la Ruta del Adobe llega a la ciudad de Fiambalá. Justo sobre el acceso a la ciudad se encuentra la iglesia de San Pedro, construida en 1770 por orden de Domingo Carrizo de Frite, el principal terrateniente de la zona en aquellos tiempos coloniales. Levantado con caña y barro, pintado totalmente con cal, el templo cuenta con una larga nave, techo a dos aguas, un entrepiso de madera en el que se ubicaba el coro y un altar de adobe integrado a sus muros en el que se destaca la imagen de San Pedro, el patrono de Fiambalá.
"Cerca del altar, en un atrio, descansan los restos de Domingo Carrizo de Frite. Dicen que con sus restos descansan también muchas de sus armas, porque era un severo capitán del ejército colonial. Y dicen también que en algunas noches oscuras, en esas en las que no hay luna, se escuchan en la iglesia los ruidos de esas armas, de las espadas y las lanzas, arrastradas por el espectro del muerto que busca a su ejército entre las tinieblas", cuenta Vicente, enfatizando ciertas palabras con una voz de leyenda.
"La gente de por acá dice que eso del fantasma es real y no hay razón para no creerles", añade el catamarqueño, que siempre ríe con la boca bien abierta de dientes escasos. Para él, como para tantos otros en estas tierras de tonos ocres, el viejo rumbo del adobe no distingue mitos de certezas. Al poniente, bordeando la Cordillera, la historia del barro se ha hecho con ambos.
Datos útiles
Cómo llegar: Tinogasta está a 271 km de San Fernando del Valle de Catamarca. Hay varios transportes diarios de las empresas Robledo y Gutiérrez, que cubren el trayecto en cinco horas y cuestan alrededor de 150 pesos para el viaje de ida.
Dónde dormir: en Tinogasta el mejor alojamiento es Casagrande, una vieja casona de adobe restaurada que ofrece habitaciones dobles muy bien equipadas por 650 pesos y triples, por 750. Está en el centro de la ciudad y las reservas pueden hacerse en www.casagrandetour.com
Más información
La Ruta del Adobe comprende 55 km de caminos asfaltados y enripiados, mayormente por la ruta nacional 60. Puede hacerse en un día de excursión, partiendo de Tinogasta y finalizando en Fiambalá.