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Menos fotos y más recuerdos de viaje




El nuevo libro de Beatriz Sarlo sorprende antes de abrirlo. Porque una de las claves de Viajes. De la Amazonia a las Malvinas está en la tapa, en una foto, un retrato de la autora, jovencísima, con sombrero de paja, remera a rayas, jeans.
La imagen fue tomada por Alberto Sato, compañero de las iniciáticas aventuras por América latina, durante la década del sesenta, que Sarlo reconstruye en estas páginas. De hecho, la escritora admite que fueron esta y otras fotos de la misma serie las que la impulsaron a escribir sobre aquellas experiencias, "los últimos viajes latinoamericanos realizados como el Che había hecho el suyo", en un continente poco antes de tornarse demasiado peligroso y mucho antes de volverse demasiado turístico.
En varias entrevistas para promocionar el lanzamiento, Sarlo reveló que comenzó a escribir sobre estos viajes por el norte argentino, la Amazonia peruana, las minas bolivianas y el sur de Ecuador (lo de Malvinas es la excepción, más reciente), al recibir por mail aquellas fotos de Sato. Incluso, dado que había perdido todas sus libretas de anotaciones en el camino, las imágenes resultaron fundamentales en el momento de repasar ciertas vivencias para este libro, tan apartado de la temática habitual de sus ensayos.
Unas cuantas tomas borrosas, en color vintage sin necesidad de filtro de Instagram, medio olvidadas, en un formato casi imposible de imprimir, reaparecieron y generaron un libro. Qué distinto del pormenorizado registro que hoy todo viajero o turista documenta en sus itinerarios, desde la ventanilla del avión hasta la lata de gaseosa en una estación de servicio.
La revolución de la fotografía digital multiplicó las cosas; de aquellas 24 o 36 fotos por rollo a los cientos de instantáneas que quepan en la tarjeta de memoria. Pero esa comodidad y ese abaratamiento de costos parece haber gestado también un nuevo problema para el viajero: la obsesión por fotografiarlo todo.
¿Cuántas veces el turista se encuentra ante un espectáculo natural único, una maravilla arquitectónica, una situación irrepetible y, en lugar de mirarlo directamente, sólo lo hace a través de una pantalla, para luego concentrarse en postear las fotos cosechadas?
Para que la fotografía no arruine los viajes, entonces, una propuesta. La próxima vez que se encuentre ante un paisaje, natural o urbano, de esos que quitan el aliento, que detienen el tiempo, que capturan y paralizan..., renuncie. Despacio, en silencio, apague y guarde la cámara -o el teléfono o ambos-, y conságrese a observar. Nada más. En todo caso, que otro tenga la responsabilidad de disparar las fotos y que se comprometa a mandárselas por mail..., dentro de cuarenta años.
Mientras, sólo disfrute, sin preocuparse por la luz, el movimiento, la batería en rojo, los turistas que se cruzan. Quizás en cuatro décadas, esas imágenes recibidas por correo (o el medio que se use entonces) no alcancen a inspirarlo a escribir un libro, pero seguro le traerán algunos buenos recuerdos.

ENTRETENIMIENTODE A BORDO

Tour sorpresa. Una agencia de viajes de Tiawan lanzó un tour en que los clientes se suben a un taxi sin saber adónde van. Durante 4 horas, el conductor los llevará por sitios turísticos y otros típicamente locales.
Simulador morboso. Un grupo de empresarios chinos creó un juego en 4D -Samadhi- para experimentar... la muerte, una atracción que se inaugurará en septiembre próximo en Shanghai. La entrada tendrá un costo de unos 40 dólares.
Un hotel transparente. El Krystall Hotel, que abrirá recién a fines de 2016 en Noruega, tendrá forma de copo de nieve y estará construido totalmente de vidrio, de manera que el espectáculo de las auroras boreales se pueda ver fácilmente.

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por Redacción OHLALÁ!


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