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Merlo: sierras, aire puro y arroyitos

Un viaje a San Luis para recuperar los sonidos y la calma de la naturaleza, debajo de un árbol o haciendo trekking; además de las caminatas, el deporte de riesgo cobra protagonismo




MERLO.- Si tiene pensado viajar a Merlo, allá donde el extremo nordeste de San Luis se toca con Córdoba, haga una apuesta con quienes lo acompañen: gana el primero que adivine cuál es la tonada local.
Porque en esta villa recostada sobre la ladera occidental de las Sierras de los Comechingones, donde el auge del turismo es tal que la población se quintuplicó en las últimas dos décadas, se puede oír desde el inconfundible cantito cordobés hasta el marcado acento porteño, pero de los merlinos ni noticias.
De hecho, sólo el 10% de los habitantes de Merlo es oriundo del lugar. El resto comenzó a llegar en busca del aire puro de las sierras, de una vida apacible alejada del caos y la inseguridad de las grandes ciudades y, claro, de la posibilidad de invertir en uno de los sectores de mayor crecimiento de la zona. No es casualidad que alrededor del 70% de la población se dedique al turismo.
Pero a pesar de la velocidad con que surgen desde nuevas hosterías hasta barrios cerrados y se ensancha la ciudad -que en 20 años saltó de 3000 a casi 20.000 habitantes-, Merlo aún conserva aquellos aires de pueblo a los que debe su rótulo original de villa.
Acá la siesta es sagrada, las puertas de los autos rara vez se cierran con llave, la gente se saluda al cruzarse en la calle o la plaza y, siempre sin prisa, se detiene a preguntar por la familia o la vida en general.
De lo que no se habla con tanto afán, eso sí, es del tiempo. Es que se sabe que habrá sol casi todos los días -300 en el año, contra 180 de promedio en la costa-, que la humedad será prácticamente imperceptible y que el aire, ese aire traslúcido que se convirtió en una marca registrada de Merlo, será tan límpido y renovador como siempre.
El famoso microclima local, descubierto de la mano de la casualidad (cuando, a comienzos de los años 70, se encargó un estudio de los recursos hídricos de la zona), fue de hecho la bisagra que marcó un antes y un después en el turismo local.
La explicación científica dice que la descomposición del granito de las sierras libera átomos de oxígeno que la atmósfera transforma a su vez en ozono. La explicación popular habla de un aire que deja los pulmones como nuevos y hasta mejora el humor.
Pero si en un principio los turistas llegaban atraídos por el imán del microclima, pronto encontraron razones de sobra para volver.
Entre las más evidentes se encuentra el encanto natural del paisaje, dominado por sierras tan majestuosas como abruptas. También, por los bosques de algarrobos, tabaquillos y molles -con cuyo fruto dice la leyenda que los comechingones preparaban una bebida alucinógena y energizante-, por donde serpentean los arroyos de agua de vertiente y sorprenden las cascadas.
Desde siempre, los turistas se dejan perder por los caminitos de tierra, se sumergen en esas aguas frías y batidas o suben hasta el Mirador del Sol, desde donde las típicas casas de ladrillo y techos de tejas rojas (el código urbano de Merlo estipula que las construcciones deben respetar ese estilo) parecen una maqueta.
Pero a las clásicas caminatas, cabalgatas y baños en los arroyos, en los últimos años se ha sumado, cada vez con más fuerza, el llamado deporte de riesgo. Parapente, paso tirolés, aladeltismo, mountain bike, rappel o escalada en roca son las opciones más populares.
La mayoría se practica con guías y expertos en el tema. Y en rigor, de riesgo hay muy poco. Incluso el parapente (140 pesos para un vuelo de una media hora) puede vivirse como una experiencia de mucha paz y poco vértigo, con una vista privilegiada sobre todo el valle de Conlara.
Si de paisajes se trata, los trekkings son una excelente oportunidad para descubrir algunas de las postales más imponentes que ocultan las sierras. Los hay de distinta duración y grados de dificultad (además de precios: pueden ir de los 25 a los 120 pesos), e incluso se organizan algunos nocturnos (en éstos se enseñan técnicas de supervivencia y orientación con las estrellas).
Un trekking corto e imperdible es el del Salto del Tigre. Para llegar al punto de partida, primero hay que recorrer la ruta cuesta arriba por el filo de la montaña, un camino de cornisa que llega hasta los 2300 metros de altura -fundamental ir en un vehículo 4x4-, hasta el límite exacto entre San Luis y Córdoba.
La caminata dura algo así como una hora, aunque es fácil perder la dimensión del tiempo. Se avanza en el más absoluto silencio, mientras las nubes tapan y destapan las cumbres. Entre las enormes piedras asoman la salvia blanca, la calahuala o carqueja, hierbas medicinales cuyos aromas dulzones impregnan el aire. De pronto, la silueta de dos cóndores se recorta por encima de nuestras cabezas. El guía nos cuenta que son monógamos de por vida, por eso siempre se los ve en pareja (y si la hembra muere, añade, el macho se suicida).
Al final del recorrido asoma en todo su esplendor una cascada de 25 metros de altura, cuyas aguas se estrellan en un piletón de 12 metros de profundidad. La Cascada del Tigre (llamada así porque su rugido se asemeja al del felino) invita al descanso y tal vez a un chapuzón, aunque la temperatura es sensiblemente más baja a esa altura.
Antes de emprender el regreso al valle se puede parar a almorzar chivo y empanadas en lo de Don Tono, en cuyo puesto se crían cabras y ovejas. Después sí, ya se hace hora de pegar la vuelta. En silencio y con las imágenes de cascadas, senderos y cóndores bailando en la memoria.

Huellas de una superaraña

A no asustarse. La araña más grande del mundo vivió hace más de 250 millones de años, por lo que difícilmente pueda topársela en el patio de su casa. Su impronta fósil fue hallada en 1976 en las canteras de lajas del Bajo de Véliz, una estrecha depresión geológica de exuberante vegetación y rica en fósiles de vegetales e insectos, a unos 50 km de Merlo.
La llamada Megarachne servinei medía 34 cm de largo y 60 cm entre pata y pata. Además, tenía tres pares de ojos y cuatro de patas. Hoy se puede ver su huella fósil en la casa de la familia Pollini (Guido Pollini se la compró a un trabajador de la cantera por un precio ínfimo) en Santa Rosa de Conlara, a casi 30 km de Merlo. Los Pollini esperan poder armar un museo con otras piezas fósiles halladas en la zona, pero hasta entonces, la araña gigante descansa tranquilamente en el living de la casa.

Dos pueblos, dos minas y un viaje en el tiempo

Hoy son tan sólo un puñado de casas abandonadas y galpones semiderruidos. Pero hasta 1985, en el caso de Mina de los Cóndores, y 1969, en el de Cerro Aspero, fueron pueblos pujantes, hogar de cientos de mineros y centro de las mayores producciones de tungsteno del mundo.
A Cerro Aspero también lo llaman Pueblo Escondido porque está enclavado en una quebrada -a 1600 m-, oculto entre bosques de sauces y cipreses, y atravesado por un arroyo de murmullo con eco. A medida que uno se va acercando descubre las casitas austeras de los mineros -divididas en secciones para solteros y familias-, las más amplias y lujosas construcciones de los capataces, las salas de motores y las paredes peladas que alguna vez resguardaron una escuela, un cuartel de policía o una panadería.
La mina, que pasó por manos inglesas, alemanas y bolivianas, vivió su época dorada durante la Segunda Guerra Mundial, cuando el tungsteno era un metal muy requerido para la fabricación de armas. Cerró cuando el precio de ese material comenzó a decaer, y el pueblo se fue vaciando hasta quedar en el olvido.
Lo rescató Carlos Serra, un cordobés que se enamoró del lugar, lo compró y se dedicó a reconstruirlo. Hoy ofrece alojamiento -colchones sobre los que se tira la bolsa de dormir- y comida casera si sólo se quiere almorzar (empanadas, tallarines amasados, cerveza artesanal y panqueques con dulce de leche por 20 pesos).
A diferencia de Cerro Aspero, adonde se llega a pie (una caminata de una hora desde la Cascada del Tigre), a caballo o en bicicleta (o bien en algún vehículo todoterreno desde Córdoba, por un camino bastante intransitable), el acceso a Mina de los Cóndores, a 50 km de Merlo, es totalmente asfaltado, salvo un pequeño tramo de tierra al final.
Este es también un pueblo fantasma, aunque más grande que Cerro Aspero -llegó a tener 1200 habitantes- y de casas más esparcidas. Entre los muros que hoy están garabateados y depredados llegó a funcionar una cantina, un club de ingenieros, un salón de baile, uno de boxeo y hasta un cine.
Pero la gran atracción del lugar es la mina. Si bien tiene siete niveles de túneles subterráneos, hoy sólo se puede visitar el primer nivel (el resto fue cubierto por napas de agua). Generalmente son los ex mineros los que hacen de guías por aquellas galerías húmedas y oscuras (aunque se entra con linterna, además de botas de goma, impermeable y casco), y sus relatos sobre el trabajo en la mina resultan tanto o más interesantes que la visita en sí. Más que un recorrido por las entrañas de la tierra, la experiencia termina siendo un verdadero viaje a la historia.

Datos útiles

Como llegar

En avión: desde Aeroparque, en vuelos chárter de Baires Fly ($ 518, hay dos vuelos por semana). En ómnibus: $ 63 semicama y 73 cama.
En auto: son 785 km desde Bs. As. (por ruta nacional 8 hasta Río Cuarto y desde allí por ruta provincial 1).

Alojamiento

Si hay algo que no falta en Merlo es lugar donde parar. La villa cuenta con más de 10.000 plazas de alojamiento en hoteles de 1 a 4 estrellas, cabañas, bungalows, casas de alquiler o campings. Una habitación doble en un hotel tres estrellas cuesta entre 100 y 200 pesos en promedio, con desayuno incluido. En diciembre se inauguró un hotel de la cadena Howard Johnson, con habitaciones a partir de los 250 pesos.

Dónde comer

En Cabeza del Indio, en el paraje de Pasos Malos, con vista imperdible al valle. El plato típico es el chivito (al disco o en horno de barro) o la chanfaina, preparada con menudos. Con vino y postre, el precio ronda los $ 30. En el centro, la Casa de Carlos ofrece comidas caseras a partir de los 20, mientras la confitería Mirador de los Cóndores, a 2100 m, tiene una vista excepcional, y se puede comer desde tostados hasta truchas.

Circuitos turísticos

El circuito de artesanos permite conocer los talleres donde se trabajan materiales como arcilla, lanas, madera o bronce. Otras visitas clásicas son la del algarrobo Abuelo, el inmenso árbol de más de 800 años que fue venerado por los indios; la casa del poeta merlino Antonio Esteban Agüero, o la iglesia de Nuestra Señora del Rosario, una típica construcción colonial del siglo XVIII (una de las únicas, sino la única, que quedan de esos tiempos).

Temperatura

A no confundirse. Microclima no es sinónimo de temperaturas templadas todo el año. En verano, éstas pueden trepar fácilmente a los 35°, mientras en invierno no es inusual que caigan algunas nevadas.

Información

En Buenos Aires, Casa la Provincia de San Luis: Azcuénaga 1087, 4822-3641/0426. En Merlo, Secretaría de Turismo: Coronel Mercau 605, (02656) 476-621/744/078.

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por Redacción OHLALÁ!

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