

PLAYA DEL CARMEN.- La Riviera, que nació en el Mediterráneo, entre Italia y Francia, tiene su versión caribeña en la Riviera Maya, entre Playa del Carmen y Tulum, una espléndida franja de costa bordeada de palmeras, arena blanca como harina y un mar deslumbrante en sus matices de verde y azul. Como la Riviera europea, la mexicana tiene la particularidad de ofrecer turismo de ocio y turismo cultural, a pocos kilómetros: cualquiera que pase su estada en alguna de las localidades costeras no tardará más de tres horas en llegar a Chichen Itzá, el Versailles de los mayas y ahora nueva maravilla del mundo moderno.
Destino favorito de familias y recién casados, la autopista que une Playa del Carmen y Tulum está bordeada de nuevos complejos residenciales y hoteles all inclusive , la meca de los norteamericanos y europeos que descubren el Caribe, pero también de incontables mexicanos que viven en Estados Unidos y vuelven, con sus hijos, a su tierra natal. Es fácil descubrirlos apenas se escucha a los chicos de rasgos mexicanos hablando en inglés o en un curioso spanglish : Ven here, el agua está good .
Pertenecer una semana a un hotel all inclusive se simboliza en la pulsera hermética que se les coloca a los turistas apenas pisan los gigantescos complejos -los hay de 2000 habitaciones- que les permiten acceder libremente a las piletas, los múltiples restaurantes y bares mojados (los bares de la pileta, donde los tragos como piña colada y daiquiri, en sus versiones con y sin alcohol, se toman sin pausa desde la mañana hasta el atardecer).
Todo all inclusive que se precie tendrá al menos un gigantesco buffet al que van llegando los turistas en distintos horarios, según sus costumbres: a las 18, en cuanto abre, ya hay tempraneros norteamericanos en la puerta. Y a las 23, cuando cierra, todavía están los españoles y argentinos apenas empezando con la cena. Más formal, la opción de los restaurantes a la carta exige una reserva previa y ponerse los largos. Es el único lugar del hotel donde se cambia por un rato la rigurosa vestimenta de playa. Temperatura obliga, ya que en el verano boreal roza a diario los 38°C, aliviados de vez en cuando por los chaparrones súbitos y pasajeros que caracterizan a la temporada de lluvias.
Rumbo a Chichen Itzá
Pero la tentación del all inclusive no debe hacer olvidar que además de mar y playa esta porción de costa permite acercarse a una de las más extraordinarias regiones del mundo por su cultura. Esta Riviera es, sobre todo, maya: y la cercanía de sitios como Chichen Itzá, ahora en el candelero por su inclusión entre las siete nuevas maravillas del mundo, y Tulum la distingue de cualquier otra porción de costa de igual belleza que pueda haber sobre el Caribe. El trayecto desde Playa del Carmen, Puerto Aventuras o Pueblo Tulum hasta Chichen Itzá, en el corazón de Yucatán, lleva aproximadamente unas tres horas, por un camino de dos vías y no en el mejor de los estados, que en las primeras horas de la mañana ve pasar una larga sucesión de ómnibus turísticos. La ruta atraviesa una jungla densa y baja, donde asoman aquí y allá las típicas cabañas mayas de paredes de caña y techos de hojas de palma.
El primer alto se puede hacer en el Cenote Ik Kil, uno de los miles que se encuentran en el suelo de Yucatán y Quintana-Roo, y que antiguamente sirvieron a los mayas como depósito de agua dulce, en estas regiones donde no hay ríos en la superficie. Los cenotes, grandes depresiones naturales donde se acumula el agua filtrada desde la superficie calcárea, pueden tener distintas profundidades: el de Ik Kil, o cenote azul, a unos 35 metros bajo tierra, tiene aproximadamente 45 metros de profundidad, ideal para los improvisados clavadistas que se lanzan a las aguas sin temor a la altura y el impacto. Empapados, no tardan en secarse unos minutos bajo el sol que espera afuera, abrasador. Este cenote está dentro de un parque ecoarqueológico, que incluye un centro de artesanía maya donde se encuentran más o menos los mismos recuerdos de obsidiana, ojo de tigre, alabastro, plata y concha de abulón que en el ingreso a las ruinas de Chichen Itzá (pero a mayor precio, de modo que conviene esperar unos kilómetros más, y aprovecharlos para ir interiorizándose en las reglas del inevitable regateo).
Tras la parada del almuerzo, llega el plato fuerte del día: Chichen Itzá, la impresionante urbe maya dominada por la Pirámide de Kukulcán, conocida como El Castillo. En la entrada, todavía se ve el enorme cartel que promueve la votación por Chichen Itzá como nueva maravilla del mundo, en esa nueva clasificación tan discutida y no reconocida por la Unesco, pero que tiene un indiscutible impacto mediático y turístico. Hasta las latas de Coca-Cola que se sirven en el bar de la entrada, mientras una pareja de bailarines atrae con su habilidad para mantener botellas en equilibrio sobre la cabeza, lleva la imagen y la invitación a votar por este lugar.
Al llegar se les pega a los visitantes en la ropa un sticker con el número de ómnibus en que han llegado para no perderse al regreso, si prefieren visitar las ruinas libremente y sin seguir a los guías. El recorrido de Chichen Itzá lleva unas tres horas, y conviene hacerlo despacio y llevando botellas de agua. La primera novedad es que ya no se puede subir a la pirámide desde que fue declarada maravilla del mundo, pero en pleno verano son pocos los que lamentan la noticia.
Pasado de esplendor
La ciudad incluye una espectacular Cancha de Juego de Pelota, la Pirámide de Kukulcán, el Templo de los Guerreros, el Cenote Sagrado y el Observatorio, entre otros edificios que revelan lo avanzado de esta civilización, dueña también de los secretos del calendario. Aquí y allá todavía se ven algunos colores que recuerdan que, lejos de ser un desierto de piedra gris, Chichen Itzá fue en el pasado una ciudad llena de vida y actividad: un buen recuerdo en este sentido es el libro de imágenes, al estilo de los que se ven en Roma y otras ruinas italianas, donde una lámina superpuesta sobre la foto actual revela cómo eran las construcciones originales.
A la salida es difícil resistir el canto de sirenas de los vendedores que, estratégicamente apostados en la avenida de ingreso y egreso, ofrecen recuerdos de Chichen Itzá: réplicas de las pirámides en todos los tamaños, caras de indígenas talladas en obsidiana, idénticas a las que se ven en sus descendientes actuales, tortugas e iguanas de piedra, hamacas de hilo, máscaras de malaquita y cadenas de plata. Como en todas partes, hay que cuidarse de las imitaciones, o simplemente comprar -seguramente más caro, pero más seguro- en lugares autorizados. Al regreso a los hoteles, todavía queda algo de luz para volver a disfrutar del mar, lejano por unas horas, o bien de las piletas exteriores que los hoteles mantienen abiertas hasta las 22. Tal vez una de las mejores horas del día para divisar desde el agua el oscuro cielo estrellado del hemisferio norte.
Por Pierre Dumas
Para LA NACION
Para LA NACION
Fotos: Dante Cosenza, Pierre Dumas y AP
Tulum y Xcaret, imperdibles
Si Chichen Itzá impresiona por lo imponente, Tulum impresiona por lo bello. Ciudad amurallada y centro de culto, a pocos kilómetros de Playa del Carmen, deslumbró a los primeros españoles llegados a México, que no dudaron en compararla con ciudades europeas, pero pocos años más tarde quedó deshabitada.
Su conjunto de edificios, más pequeños que los de Chichen Itzá, se asoman a las playas del Caribe, que sirve de extraordinario telón de fondo. A Tulum también se llega en excursiones, que pueden combinarse con visitas a los numerosos cenotes de la zona, o en taxi.
Adentro, los senderos llevan entre las ruinas hasta el borde del mar, siempre bajo la mirada atenta e inmóvil de las numerosas iguanas que, como dioses inmóviles, observan impertérritas el vaivén turístico sin cesar hasta el atardecer.
La visita a la Riviera Maya no está completa sin pasar por alguno de sus gigantescos ecoparques, como Xcaret o Xel-ha, que bajo el signo del agua invitan a conocer desde adentro la naturaleza mexicana.
El mejor consejo es llegar temprano: hay actividades, como el nado con delfines o la caminata subacuática, que tienen cupos y se completan rápidamente. Las entradas pueden ser con el almuerzo buffet incluido. Xcaret es una suerte de gran zoológico, con sectores de monos, tortugas marinas, un excelente acuario, un cenote y manatíes, mariposario e isla de jaguares, entre otros animales. También hay un sector de playa, ideal para refrescarse; las reconstrucciones de una mina de plata, donde se puede buscar pepitas para llevarse de recuerdo, y de un pueblo maya y un cementerio mexicano, lleno de curiosos epitafios. Junto con el nado con delfines, sin duda una experiencia inolvidable, pero que también atemoriza a algunos chicos cuando se encuentran cuerpo a cuerpo con los amigables animales, la estrella de Xcaret son los ríos subterráneos, que se recorren nadando con equipos de snorkel.
Sin inconvenientes
El paso del huracán Dean por la península de Yucatán no afectó la infraestructura turística ni los servicios en la región.
La Secretaría de Turismo mexicana realizó inspecciones después del paso de Dean en la zona hotelera del estado de Quintana Roo y constató que la infraestructura turística operaba normalmente. También admitió que las zonas más afectadas son las de Costa Maya (no confundir con Riviera Maya, ubicada justo al sur de Cancún), Bacalar y Majahual, en el sur del estado.
La temporada de huracanes se extiende en toda la región del Caribe, América Central y sur de Estados Unidos hasta el 1º de diciembre. Antes de viajar es posible saber con antelación la llegada de nuevos huracanes en www.nhc.noaa.gov
Datos útiles
Cómo llegar
- En avión hasta Cancún, el pasaje cuesta 1000 dólares, con tasas e impuestos
Paseos y ruinas
- Entrada a Xcaret: US$ 53. En www.xcaret.com se pueden consultar las atracciones a las que da libre acceso, y las tarifas de las actividades pagas adicionales
- Entrada a Tulum: US$ 4,5
- Entrada a Chichén Itzá: US$ 10. Las excursiones desde Cancún o la Riviera Maya, con traslado en ómnibus con aire acondicionado y entrada a las ruinas, cuestan unos US$ 55. Tanto aquí como en otros sitios arqueológicos se cobra un impuesto de entre 3 y 5 dólares si uno ingresa con cámaras de filmación de video. Hay opciones de visitas a Chichén-Itzá con un alto en la ciudad colonial de Valladolid, pero es una escala que se puede saltear sin mayor pena
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