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Mil y un cuentos de la China

Un viaje por este lejano país ilumina los marcados contrastes entre Oriente y Occidente




PEKIN.- Hong Kong y Pekín son como dos caras de la misma moneda: ¿la China que fue y la que será? ¿Un sólo país, dos sistemas, como suelen decir los chinos?
Llegué a la isla con algunos preconceptos: que tenía focos de intensa pobreza coexistiendo con otros de enorme riqueza, que era una ciudad violenta y peligrosa (la mafia china, las películas de Bruce Lee y el inolvidable Buster Keaton, en The cameraman , hicieron lo suyo).
Pero encontré una isla con playas y sierras tropicales, a la cual se me ocurrió ver como una mezcla de Río de Janeiro, Nueva York (con una bahía mucho más bella que la de Manhattan) y Ciudad del Este, pero más limpia, ordenada, segura y... llena de chinos.

Made in China

Con medios de transportes envidiables: trenes bala, subtes por abajo del mar -donde nadie vende nada ni se dan estampitas-, modernos ómnibus, veloces ferries y pintorescos tranvías.
Entre tantas cosas sorprendentes que conocí en Hong Kong, para mí una de las experiencias más conmocionantes fue caminar por el mercado popular, a dos cuadras del distrito financiero, que deslumbra con edificios monumentales, como el Koala Building o el Bank of China, construido por el mismo arquitecto que diseñó la pirámide del Louvre.
Caminar por allí es como salir del siglo XXI y pasar al siglo XVI, donde se mezclan la venta de ropa con casas de té; comederos populares con chinos haciendo los rituales budistas en la calle, entre rezos e inciensos; casas de medicina popular china con vendedores de culebras.
Dicen que cuando un chino se confronta con algo que no vio antes o no puede entenderlo, su primer impulso es comérselo (cosa que juro no ocurrió con ninguno de nosotros). Esta afirmación, o cuento chino, avala esa otra que dice que "todo lo que tiene cuatro patas -menos la mesa- lo que nada y lo que vuela va a parar a la cazuela".
No vi en ningún otro lugar la variedad y exquisitez de las diversas comidas chinas, pero tampoco pensé que se comieran las cosas que se ven en el mercado. Amén de todos los alimentos tradicionales, se pueden ver desde patas de oso, enormes palanganas llenas de sapos que miran horrorizados como pidiendo que no los elijan, culebras y anguilas vivas prestas a ser despellejadas, gorriones, lagartos, gordos gusanos de seda, aletas de tiburón, nidos de gorriones (para los nativos, otorgan longevidad debido a la saliva que utilizan para ligar las ramitas).
Además se puede ver todo tipo de pescados vivos y disecados, cangrejos, gusanos de mar, algas, hongos, langostinos que saltan de los callejeros piletones, almejas que salivan a la gente que pasa, ratoncillos recién nacidos -buenos para las úlceras-, patos, patitos y palomas. Animales disecados, huevos de pato, caracoles, patas de gallina, orejas de cerdo y las verduras más exóticas, se mezclan con los olores y colores más inusuales, en un clima tropical.
Sobre los perros y los gatos, que no abundan en las calles, sólo se puede decir que las leyes en Hong Kong prohíben la venta para comérselos, cosa que no ocurre, enfrente, en Cantón.
Hong Kong es una ciudad segura y con excelentes medios de transporte. Uno puede delinear sus propios derroteros y vivir la emocionante experiencia de visitar los templos budistas. Entre ellos el de Shatin, al que se llega muy rápido si se va en tren.

Miles de Budas

El Templo de los 10.000 Budas es un lugar mágico, con los monjes entonando sus cantos, en una sierra florida, entre esculturas que representan deidades y una espiritualidad sobrecogedora.
Justo al lado de este templo hay un cementerio muy impactante, muy distinto de los occidentales, donde la gente va a agasajar a sus deudos comiendo al lado de los nichos y donde les dejan -como ofrenda- comidas y bebidas.
Una experiencia inolvidable fue visitar la isla de Lantau, donde en el templo de Po Lin se encuentra el Buda exterior más grande el mundo, forjado en bronce y luciendo en su pecho una impactante cruz esvástica (de la cual sabemos que los nazis tuvieron la triste idea de tomarla como símbolo siniestro; en cambio, para el budismo representa la rueda incesante de la vida). El Buda está sentado en actitud de rezo, sobre una enorme flor de loto.
La isla de Lantau es un rincón tropical, con montañas y bellas playas. El remate de ese lugar de ensueño es el Buda que vemos y que nos ve desde la cima de una colina, al final de una larga y empinada escalera bordeada de flores. Este es uno de los lugares del mundo que recuerdo con mayor emoción.

Monos a pedir de boca

Uno de los manjares más exquisitos, además del pato laqueado o pequinés (una especie de taco mexicano, pero de pato) es el cerebro de mono (se come directamente de la calota craneana del simio recién sacrificado), plato caro y preciado si los hay. La primera impresión es siempre de asombro: ¡pero qué están viendo mis ojos!, mezclado con un cierto rechazo. Pero luego pasé a una etapa de admiración: ¿por qué no?, ellos supieron conocer, y duramente, las grandes hambrunas y nada, pero nada, se desprecia, todo se deja de comer.

Sobre gustos...

Hoy en las dos Chinas se ha conseguido que los millones de habitantes, todos, tengan arroz para comer. Luego que a la cacerola le echen las cosas más inimaginables para nuestra mentalidad, es cuestión de chinos y sólo a ellos les atañe.
Una noche en Pekín, en un exquisito restaurante con diversas, coloridas y sabrosas variedades de comida, un mozo se me acercó diciendo: "¿Gustaría un tónico vigorizante?" Asentí halagado. Luego vi que se disponían a sacar dicha bebida espirituosa y afrodisíaca de una ánfora de vidrio, donde yacían sumergidos en alcohol un lagarto despanzurrado, una rana, algunos gusanillos, una gran raíz blanca de ginseng, porotos y yuyos varios. Ante lo que sólo atiné a decir que era miembro de la liga antialcohólica.
Por supuesto, nadie se verá obligado a comer lo que no le guste, pero sí puedo decir que en algunos restaurantes de Hong Kong o de Kow Loon (los llamados Nuevos Territorios de la China continental), me atendieron como nunca antes, rodeados de un refinamiento y presentación de la comida -acompañada por humeantes teteras de exquisito té de jazmín- que no se ve muy seguido por nuestra tierra.
Algunos tratamientos de la medicina tradicional china también tienen que ver con la incorporación oral de todo lo animal, vegetal o mineral: así se anuncian como curativos enormes hongos, bilis de oso, y genitales de animales domésticos en primorosas cajitas (allí me dijeron: "¡Es como el Viagra!"). Hipocampos disecados, cuernos y colas, lagartos y serpientes secos; tradición milenaria a la cual, inteligentemente, le suman los avances de la medicina occidental con las hierbas, la acupuntura, el masaje shiatsu y la moxibustión.
Adrián Sapetti

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por Redacción OHLALÁ!

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