

El viajero que quiera tener una idea de lo que eran las mansiones señoriales de Milán hacia fines del siglo XIX y comienzos del XX, puede visitar dos museos de un gran interés histórico y artístico; el Poldi-Pezzoli y el Bagatti Valsecchi. Pero mientras que el Poldi-Pezzoli es un claro ejemplo del legado de un gran señor que convirtió su casa, aún en vida, en un museo destinado a reunir sus colecciones de arte, en el Bagatti Valsecchi se tiene la sensación casi alucinante de que la mesa del comedor, la biblioteca, el escritorio todavía sirven a sus dueños que, por casualidad, en ese momento no están allí para recibir a sus visitantes.
Todo es superlativo en esa antigua residencia que tiene entrada por dos de las calles más aristocráticas de Milán: via Gesu 5 y via Santo Spirito 10. El paseante desprevenido cuando pasa delante de las puertas imponentes y del majestuoso patio de entrada, entrevisto a través de rejas, no puede menos que asombrarse por las dimensiones del edificio en pleno centro de la ciudad.
El hecho de que las guías y cuidadoras del Bagatti-Valsecchi sean señoras voluntarias, elegantísimas, pertenecientes a la mejor sociedad de Milán, contribuye a acentuar la ilusión de que uno se halla en una propiedad familiar y no en una institución cultural.
Los hermanos Fausto (1843-1914) y Giuseppe (1845-1934) Bagatti-Valsecchi formaban parte de la aristocracia milanesa y descendían de una de las familias más ilustres de la Lombardía de mediados y fines del siglo XIX.
Ellos decidieron legar a Milán la magnífica construcción que habían reconstruido y decorado en las via Gesu y Santo Spirito. Sumamente cultos, amaban el arte, eran coleccionistas y disponían de medios casi ilimitados.
Lección de historia del arte
Influidos por el estilo ecléctico, que entonces imperaba en la arquitectura y en los arreglos de la clase alta europea, los Valsecchi se impusieron ciertas restricciones estéticas en la remodelación de la residencia familiar.
Lo más común en aquellos años era que cada ambiente de una villa o de un palazzo estuviera decorado siguiendo un estilo distinto.
Era entonces muy frecuente encontrar en una misma casa una sala para fumar de estilo árabe, una biblioteca gótica, un comedor del Renacimiento inglés.
De modo que cuando uno terminaba de recorrer los cuartos de una residencia se tenía la ilusión de haber viajado en el tiempo y en el espacio y de haber recibido una lección de historia del arte. Los hermanos Bagatti-Valsecchi, si bien se sometieron al revival del pasado, resolvieron elegir un solo estilo para su residencia urbana (tenían otras en las cercanías de Milán): el renacentista. Querían dar un espíritu de unidad a los salones donde vivirían.
Cuando Giuseppe Bagatti-Valsecchi se casó con Carolina Borromeo (una joven que integraba el círculo más exclusivo de la aristocracia italiana y entre cuyos antepasados había santos, mártires y nobilísimos señores), se decidió que a la mansión original se le sumara otro sector.
Se compraron entonces propiedades adyacentes, pero la incorporación de nuevos cuerpos de edificación estaba sujeta a un proyecto de unidad estilística; asimismo, se hicieron los arreglos necesarios en los edificios para que la pareja de recién casados pudiera vivir con total independencia.
De todos modos, las dos partes de la construcción estaban comunicadas y se podía pasar de los departamentos de Fausto a los de Giuseppe y Carolina simplemente transponiendo una puerta interior.
Entre los salones más importantes de la residencia, se encuentra la biblioteca, diseñada por el gran restaurador Luigi Cavenaghi. Los mejores ebanistas de fines del siglo XIX reprodujeron la boiserie de la sala capitular de la iglesia de Santa María de la Pasión.
También se dice que algunas de las magníficas tallas son originales del Renacimiento, tomadas de antiguas iglesias y conventos y compradas por la familia.
Bajo el manto de la Virgen
En la denominada Sala del Fresco, llama la atención precisamente un antiguo fresco presidido por una Virgen, cuyo manto desplegado cobija una serie de figuras cubiertas por una túnica blanca con capucha.
Cada capucha tiene bordada una cruz roja. Se trata en realidad de un homenaje a las enfermeras de la época renacentista.
En cuanto, a la cruz roja es el antecedente de la Cruz Roja de la actualidad, cuyo emblema, en verdad, se remonta a aquellos lejanos tiempos del temprano Renacimiento.
Si bien los Bagatti-Valsecchi buscaron recrear el mundo renacentista en la casa-habitación de arte del hogar milanés, también querían disfrutar de los adelantos de la civilización y de la técnica. Por eso, el palazzo estaba equipado con luz eléctrica, gas y agua corriente.
El magnífico cuarto de baño tiene los muros recubiertos de elaborados trabajos en madera.
A un costado, hay un impresionante atril destinado a soportar alguno de los invalorables volúmenes que satisfacían la pasión bibliófila de los hermanos. Estos, como exquisitos estetas que eran, hojeaban antes o después de sus abluciones las páginas amarillentas transcriptas por monjes medievales.
Apenas si uno sospecha que se está en un baño, hasta que los ojos del visitante se detienen en una especie de antigua y encantadora fuente adosada a una pared y enmarcada por un imponente arco de mármol: la bañera. La utilidad del artefacto está ingeniosamente disimulada.
Uno cree encontrarse ante una espléndida arcada de las que aparecen en tantos cuadros de Carpaccio, pero si se mira con atención la parte más alta de la curva del arco, se descubre, en uno de los casetones de mármol, una pequeña placa circular de metal con agujeros concéntricos: se trata de la ducha.
Las chimeneas constituyen por sí solas uno de los aspectos más destacados de la decoración del palazzo. Se reprodujeron en ellas los hogares renacentistas arquetípicos.
Del estudio de diseños en antiguos tratados se tomaron los modelos más representativos y se los combinó para que así resurgieran en pleno siglo XIX las formas del más insigne arte toscano del 400 y del 500.
El resultado de las investigaciones en archivos del pasado y de los encargos hechos a los artesanos y artistas más importantes de fines del siglo XIX es un renacimiento más ortodoxo que el original, que imprime un espíritu muy particular a toda la morada.
Ese palazzo donde podría haber vivido la corte de Ludovico el Moro, a fuerza de erudición y de fidelidad a los modelos, evoca un estilo renacentista tan puro que nunca existió y fue la creación de los hermanos milaneses, encerrados en esa deslumbrante torre de marfil.
Es lo que podría llamarse el Renacimiento a lo Bagatti-Valsecchi. Todo viajero de paso por Milán debería pasar unas horas en ese universo perfecto que vincula de una manera admirable el presente con el pasado.
Hugo Beccacece
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