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Miles de historias, de ovejas y sin gente

Shropshire, un retazo de tierra muy cerca de Gales, conserva castillos del siglo XII y su tranquila forma de vida




LUDLOW (The New York Times).- Siempre que mi esposo y yo comentábamos a nuestros amigos londinenses nuestra intención de ir a Shropshire, exclamaban, incrédulos: "¿Adónde?" Un día de verano, allá estábamos los dos, saboreando una exquisita comida francesa por la mitad de lo que nos cobrarían en Londres, en una encantadora ciudad antigua, llena de casas de la época jacobina ¡y sin ningún turista a la vista! Decidimos que ir a contrapelo de los itinerarios turísticos habituales tenía sus ventajas.
Nuestro viaje se centró en el sudeste de Shropshire, una región agrícola relativamente poco poblada, a poco más de 240 kilómetros de Londres y sobre el límite con Gales, en la que predominan las sierras altas, los páramos alomados y los valles verdeantes.
A cada paso nos topábamos con ovejas... y con la historia, desde restos de asentamientos prehistóricos hasta castillos erigidos por los señores normandos para protegerse de los galeses, que resistieron la conquista de su tierra hasta el siglo XII. Hay tantas viviendas antiguas todavía en pie, que casas cuatro veces centenarias se están desmoronando por falta de fondos para restaurarlas.
Iniciamos nuestra semana de vacaciones en Ludlow, una bonita ciudad a orillas del río Teme, dominada por su derruido castillo medieval. Es conocida como un centro de anticuarios, lo cual nos permitió entregarnos a uno de nuestros pasatiempos favoritos. No bien bajamos del tren que nos había traído desde Londres, nos lanzamos a curiosear en media docena de locales de Broad Street. Antes de llegar a nuestra pensión, ya habíamos comprado 4 bastones. Pronto emprendimos una nueva incursión, esta vez con el lema Se mira y no se compra .
Ludlow también es famosa por sus casas con entramado de madera, entre ellas el Feathers Hotel y Castle Lodge, una casa principalmente isabelina, vecina al castillo, donde se filmaron varias escenas de Moll Flanders (1965). Intrincadas figuras y plantas parecen cobrar vida en la tirantería externa, de roble, y la boiserie de sus interiores; cuanto más rico era el propietario, tanto más trabajadas debían ser las tallas.
Caminar frente a una hilera de edificios de comienzos del siglo XVI y ver pasar un auto repleto de adolescentes, ensordeciéndonos con su música, fue una experiencia impactante. Parte del encanto de Ludlow reside en esta mezcla de épocas. Sus calles, transitadas por mujeres con vestidos floreados de los años 50 y hombres en sandalias y medias coloridas, evocan el pasado, en tanto que los letreros de sus comercios apelan a gustos más actuales.
Es una ciudad pequeña (10.000 habitantes). Los lugares históricos se apiñan en el casco viejo, a pocas cuadras unos de otros. Empezamos por el castillo, publicitado como uno de los mejores exponentes de la arquitectura doméstica medieval en Gran Bretaña, aunque está en ruinas. Lo más interesante es la capilla redonda del siglo XII; aún conserva intactos sus esbeltos pilares originales y el decorativo friso en zigzag bajo sus arcos de medio punto.
Desde comienzos del siglo XIV hasta mediados del XV, el castillo perteneció a los Mortimer, señores de una ciudad centrada en su mercado y enriquecido por su comercio lanero y sus telares. Al morir el último heredero varón del patrimonio familiar, Ludlow -bastión de la Casa de York- se vio envuelto en la Guerra de las Dos Rosas y, en 1459, fue saqueada por los partidarios de la Casa de Lancaster. Poco después, pasó a manos de Ricardo Plantagenet, duque de York. Cuando su hijo subió al trono como Eduardo VII, en 1461, fue declarada patrimonio de la corona.
Tras su victoria en la citada guerra, los York premiaron la lealtad de Ludlow designándola centro administrativo de las Marcas, área que comprendía toda la región fronteriza y Gales.
Esto le garantizó otros dos siglos de prosperidad, más el prestigio de frecuentes visitas reales. El príncipe Arturo, hermano mayor del futuro Enrique VIII casado con Catalina de Aragón, murió aquí en su luna de miel.
Sin duda, Arturo oró en la iglesia de St. Laurence, una hermosa muestra del gótico inglés perpendicular del siglo XV. No entramos en ella porque estaban oficiando un servicio religioso; optamos por recorrer su camposanto y descubrimos un árbol plantado por la A.E. Housman Society de Japón en recuerdo del autor del famoso poema Un muchacho de Shropshire .
En 1689, Guillermo de Orange transfirió el centro administrativo a Londres; no obstante, Ludlow siguió atrayendo en invierno a la clase alta local. Familias adineradas restauraron las viejas casas entramadas. Muchas les añadieron fachadas georgianas, dando así a algunas calles el aspecto aristocrático de Bath y otros centros termales del siglo XVIII y principios del XIX. En lo esencial, y por fortuna, la era victoriana la pasó de largo. A veces, el estancamiento económico es una bendición...
Nuestra caminata nos llevó más allá del mercado sabatino en Castle Square. Lo único bueno en él era un quesero que ofrecía una tentadora variedad de productos locales: queso azul de Shropshire, galés de Caerphilly, cheshires y cheddars sin pasteurizar, y un stilton sabroso.
Regresamos a Broad Street, atravesando la zona céntrica, y enfilamos por ella entre casas georgianas hasta la Broad Gate, única sobreviviente de las 7 puertas medievales. Nuestra pensión quedaba literalmente a la sombra de las torres redondas del siglo XIII que flanquean el arco del rastrillo.
P. G. Wodehouse dijo, cierta vez, que residir en la campiña inglesa era vivir dentro de una lechuga mojada. Como pensábamos caminar bastante, vinimos equipados con ponchos y una buena dosis de estoicismo. No hicieron falta: un sol radiante nos bañó, y hasta nos asó, durante cinco días consecutivos.

Recorriendo el condado

Pocos lugares del mundo son tan placenteros para el caminante como las Islas Británicas. Shropshire, con su densa red de sendas peatonales, es una de sus comarcas subestimadas. Allí donde nos alojáramos, siempre había folletos que indicaban los mejores itinerarios desde Ludlow, Church Stretton, Clun y Bishop´s Castle. Cubríamos de 16 a 19 km diarios por caminos serranos de suaves pendientes, y nos quedaba tiempo de sobra para contemplar el paisaje.
Un día exploramos el Long Mynd, una escarpa de 510 metros de altura cuyos alrededores, agrestes y desolados, nos recordaron las Tierras Altas de Escocia. Tuvimos la fortuna de visitarlo durante la floración del brezo purpurino y, desde lo alto, divisamos una ancha franja de Gales.
Caminamos por su cresta. Allá abajo se extendía un paisaje apacible de prados rectangulares, divididos por setos vivos y pelados literalmente por innumerables ovejas.
Otro día escalamos las Stiperstones, una cadena de afloramientos cuarcíferos en la cima de un cerro. Acampamos sobre una colina salpicada de montículos extrañamente evocadores de antiguos asentamientos; tal vez hubo uno allí, aunque el sitio no estaba señalizado. Entre el siglo VI a.C. y la conquista romana, durante la Edad de Hierro, la región fronteriza entre Inglaterra y Gales -los Borders- llegó a tener unos 58.000 habitantes. Vivían en asentamientos fortificados, en la cima de los cerros, y cultivaban las tierras aledañas.
A menos de 1,6 kilómetro de esta ladera espectral, encontramos los restos de un círculo ceremonial de piedras erectas, un Stonehenge más pequeño y peor conservado. No muy lejos, se extendían los restos de Offa´s Dyke, un terraplén con foso levantado a lo largo de la frontera anglo-galesa por Offa, un rey sajón del siglo VIII.
En estas caminatas, el presente era tan agradable como el pasado. Nada hay como bajar de un cerro, cansados y acalorados, y sentarse a beber una o dos pintas de cerveza en la taberna de algún pueblito a salvo de la modernización. Un par de veces nos extraviamos y los lugareños nos invitaron a entrar en sus casas, a compartir una taza de té.

Escapada a Gales

El último día, después de explorar la georgiana Montgomery, tomamos un taxi y nos adentramos algunos kilómetros en Gales para visitar el castillo de Powis, en las afueras de Welshpool. Construido a fines del siglo XIII, encaramado sobre un peñasco que domina jardines aterrazados de fines del siglo XVII, hoy es una casa de campo hermosamente amoblada, en medio de jardines renombrados y un parque con ciervos. En su interior, restaurado hacia 1900, predomina el barroco. Unos pocos retratos espléndidos, pintados por émulos de Reynolds y Gainsborough, avivan sus paredes La finca perteneció sucesivamente a los Herbert y los Clive. Lo más interesante, para mí, fue el botín traído por Robert, lord Clive de Plassey -el famoso Clive de la India-, que a mediados del siglo XVIII completó la conquista de su parte meridional. Vi una pequeña cabeza de león, enjoyada, que perteneció al trono de Tippo Sahib, el sultán derrotado, y su tienda de campaña, de algodón blanco bordado con flores rojas, que revela los orígenes indios del chintz inglés .
Semejante despliegue del poderío imperial británico en una finca de Gales nos pareció un broche adecuado para unas vacaciones que tanto nos recordaron una Inglaterra más antigua, más insular y, para nosotros, más atractiva.
Ann Crittenden
(Traducción de Zoraida J. Valcárcel)

Un viaje que empieza a ser aprovechado en el borde del andén

El viaje en tren de Londres a Ludlow lleva más de 3 horas, con trasbordo en Newport. El medio más fácil de acceder al condado de Shropshire y explorarlo es alquilar un auto.
Nosotros contratamos una estadía de 5 días, con excursiones a pie autoguiadas, en Discerning Traveller Ltd.; para mayores datos sobre esta empresa y cualquier otra información, aconsejamos consultar a la Ludlow Tourist Office (Castle Square; 875053). Atiende diariamente de 10 a 17. Prefijos: 44-1584.

Hoteles

Precios por habitación doble, desayuno e IVA incluidos.
Nº 28 (28 Lower Broad St.; fax 876860): cómoda pensión en una casa georgiana, una cottage estilo Tudor y una terrace house victoriana; en total, 6 cuartos con baño privado -uno con ducha solamente-, sala de estar compartida y jardín; desde 101 dólares. Aclaremos: las terrace houses son casas construidas en hilera sobre terreno elevado.
The Feathers Hotel (Bull Ring; fax 876030): mansión del siglo XVI con un ornamentado exterior de entramado de madera; 39 habitaciones, dos de ellas con camas de cuatro postes; 166 dólares.
Dinham Hall Hotel (By the Castle; fax 876019): elegante casa georgiana enclavada en un jardín rodeado de muros; restaurante premiado; 155 dólares.
The Crown Inn: excelente hostería en Wentnor, una aldea cercana a Bishop´s Castle; buen restaurante, muy concurrido por las noches; 90 dólares. Reservas por fax: (44-1588) 650436.
Bronwylfa (Broad St., Montgomery, Powys): ocupa una casa georgiana en pleno centro de esta histórica ciudad galesa; su propietario es también el pregonero municipal; 74 dólares. Reservas por fax: (44-1686) 668667.

Restaurantes

Precios aproximados por cena de tres platos y vino, para dos personas.
The Merchant House (Lower Corve St.; 875438): ostenta una estrella Michelin... y precios al tono ; imprescindible reservar mesa; 135 dólares.
Restaurante del Dinham Hall Hotel (By the Castle): justamente premiado por su brema -un pez de río- o langosta en vino blanco, salseados con manteca, y otras exquisiteces; 100 dólares.
Oaks Restaurant (17 Corve St.; 872325): su menú propone, entre otras tentaciones, chuletas de cerdo salteadas con alcuzcuz sobre salsa de pomelo al romero; 100 dólares, impuesto incluido.
Wheatsheaf Inn (Lower Broad St,; 872980): típica taberna inglesa con la Broad Gate como telón de fondo; sirven de todo, desde pastel de carne y riñón hasta pollo Sichuan; el plato principal, para una persona, promedia los 8 dólares.
En Montgomery, comimos bien en el Dragon Hotel, una posta del siglo XVII sobre Market Square; un plato típico sería cordero galés en salsa de menta; 100 dólares. En el bar, ofrecen un menú más sencillo a mitad de precio. Reservas: (44-1686) 668359.

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por Redacción OHLALÁ!


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