

En la época del dólar barato, de la convertibilidad uno a uno, cuando el euro no existía, pagar por entrar a un museo no era problema. En cada viaje podíamos correr una maratón visitándolos hasta morir de agotamiento. Porque el conocimiento también cansa.
La realidad ya no es lo que era. Por empezar, tanto en Estados Unidos como en Europa, se han ido transformando aceleradamente en grandes atracciones. El Metropolitano de Nueva York o el MoMA compiten con Broadway. Y hay reventa para las exhibiciones extraordinarias como en un clásico deportivo.
El edificio del Guggenheim de Bilbao, el simbolismo estremecedor del Judisches de Berlín, o el nuevo y polémico Tate de Londres pueden justificar un viaje en sí mismos. En Madrid, para dar un ejemplo, la estada promedio de un extranjero aumentó un par de días para recorrer el Reina Sofía (con el Guernica) o la Colección Thyssen. Y, lo mismo que en cualquier gran espectáculo, los precios suben al compás de la demanda. El promedio está en los 10 dólares o euros. La única facilidad es que se puede pagar con tarjeta de crédito, pero luego viene el resumen que tiene cara de hereje.
Para colmo estamos mal acostumbrados, creemos que la cultura no tiene costo. En nuestros museos nacionales, algunos tan excelentes como el de Bellas Artes, no se cobra entrada. O sólo un peso en los municipales que son buenos. Incluso hasta en el monumental Malba, que es privado, la admisión es baja.
¿Qué hacer entonces cuando salimos al exterior? Por empezar hay que pensarlo antes igual que al pedir un café o un agua mineral, que sale seis o siete pesos de los nuestros. Por supuesto no hay que exagerar en las comparaciones porque uno queda paralizado. Donde fueres, haz lo que puedas, olvidándote de la calculadora.
Luego de esta introducción tremebunda, recordemos que hay algunos rebusques.
En Estados Unidos, por ejemplo, son gratuitos todos los que pertenecen al Instituto Smithsonian, entre ellos el formidable dedicado al Aire y el Espacio en Washington o el didáctico de los indígenas en Wall Street, en Nueva York. En general, en la mayoría de los museos hay un día free por semana con una contribución simbólica.
La astucia, puesta a prueba
Elija el lugar que le interesa y busque en Internet para conocer los detalles de la ganga. De la misma manera se paga menos, después de las 15, los jueves o viernes, cuando algunos grandes quedan abiertos hasta más tarde. Atención que en las exhibiciones temporales no hay descuento que valga.
En Europa pasa algo parecido. Conviene usar los beneficios que se incluyen en algunos pases de transporte público, un tema que contaremos por separado.
Esa carta para turistas representa un ahorro de un 30 a un 50% en algunos museos, no en todos. En los mostradores no hay una única tarifa, sino un sinnúmero de tratos diferenciales para chicos, menores, estudiantes, jubilados, discapacitados... Es cuestión de llevar la mayor cantidad de documentos o comprobantes que nos puedan ubicar en alguna de estas categorías.
Es un lance porque muchas veces sólo rige para sus nacionales, pero no para los ajenos. Por lo general hay un domingo por mes de acceso libre. Es cuestión de madrugar, hacer cola y no molestarse por la multitud.
Otra ventaja es sacar la Carta en París por un día (15 euros) para distintos museos. Conviene más que comprar por separado y no se hace cola. Pero hay que correr de uno a otro antes que cierren. Más razonable es elegir pocos lugares. Recorrerlos con parsimonia, disfrutándolos a fondo. Y comprar los catálogos, que no son tan caros, para luego en casa volver a visitarlos sin costo agregado.
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