
Ayer estuve todo el día con náuseas (no no, no estoy embarazada. Es que tomé un remedio que me hizo mal, sólo eso).
De las cosas más normales con las que nuestra salud se ve atormentada, las náuseas (junto con el dolor de muelas, el de oídos y el de cabeza) son de lo peor.
Los lunes, igualmente, son días bastante movidos.
Suelo atender mucho. Mis chicos están medio retobados por el fin de semana, Mirti un poco dormida y Nicolás con mucho laburo.
Ayer tuve que ocuparme de lo mismo que todos los lunes, claro, pero con el agravante de querer meterme en la cama todo el tiempo.
Qué desesperante no poder descansar. No poder acostarme, apagar las luces y dormir hasta mañana.
En un momento, en el consultorio, me largué a llorar. No podía concebir que aún me faltaran 4 horas para terminar la jornada (y para luego, de todos modos, tener que seguir como 6 horas más haciendo cosas).
Me largué a llorar y Chivi me trajo hielo picado. Parece que si lo tragás así sin más, te adormece el tracto digestivo y te calma la sensación de náusea.
Además de lo obvio, de las cosas que ni hace falta mencionar, una de las cosas más difíciles de ser madre es que no podés enfermarte.
No podés hacerle caso a tu cuerpo y responderle ante los pedidos de, por ejemplo ayer, reposo.
No podés.
Y a veces, es desesperante.
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