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Nostalgias de una ciudad legendaria

Kashgar fue una estación clave de la ruta de la seda, que en la Edad Media recorría el mundo conocido




KASHGAR, China (El País, de Madrid).- Las calles del casco viejo de Kashgar -en el Turquestán chino-, que se corresponde con la región más occidental de China, Xinjiang- gozan de una actividad muy discreta. Un trazado laberíntico, el aspecto de las mujeres uigures que acarrean cestos con la compra y el aire limpio del desierto turquestaní evocan la ciudad de las caravanas.
En este sector, en que la estrechez del entramado urbano no permite que entren vehículos, es fácil dejar volar la imaginación. Sólo unos niños que saludan en inglés y te pisan los talones dan una nota moderna. Visten suéteres adornados con ratones Mickey y muerden piruletas de colores.
Al abandonar el barrio, que antiguamente estaba intramuros, y desembocar en una de las avenidas principales, aparecen los vehículos y, con ellos, la modernidad. Aunque paseando por el centro de Kashgar, uno tiene la impresión de que los artículos que se venden en los bazares han mutado poco en los últimos siglos. Lo que se vende y compra es de primera necesidad: comida, ropa, menaje del hogar. No hay tiendas de artículos deportivos y regalos, ni boutiques. Al sur de la avenida de Renmin Xi Lu, donde viven los chinos, ya es otra cosa.
Kashgar despierta efluvios de ciudad legendaria. Fue una de las estaciones clave en la ruta de la seda, que durante la Edad Media recorría todo el mundo conocido. Era el final del Oriente Lejano. El último punto de abastecimiento antes de enfrentarse a las inciertas altiplanicies del Pamir y cruzar los estribos finales del Himalaya.
Por eso, Kashgar es una cita. La que tuvieron tantos caravaneros durante siglos. La que tienen hoy mercaderes kirguises, uigures, chinos, paquistaníes, tayikos, rusos. La que tenemos los viajeros, que siempre vamos a la caza de sueños que se extinguen. Aunque es una urbe relajada y alegre en la que uno puede pasar varios días con la mayor convicción, la verdad es que los turistas suelen llegar a la caída de la tarde del sábado. Visitan el legendario mercado de los domingos, y ese mismo día o, a lo sumo, el lunes siguen su itinerario. Eso es una ventaja para el que decida alargar la estada.
Encontrará un Kashgar que va a su propio ritmo. Aunque la verdad es que los kashgaríes alteran muy poco su dinámica habitual. Para ellos, también el encuentro semanal es una fiesta, pero porque van a verse con amigos, a ofrecer sus mercancías o a comprar aquello que les hace falta. No por la llegada de foráneos, que todavía no es tan importante como para afectar el curso de las cosas.

Miles de personas

El domingo, un acontecimiento que no decepciona a nadie. Seguramente es el mercado más caótico, embarullado, lioso, enredado y desconcertante del mundo. No gana en colorido a los africanos. No es mejor que un zoco marroquí. No hay más mercancías que en un bazar turco. Pero es increíblemente atractivo.
Nadie puede imaginar cuántas sandías pueden proporcionar los oasis del Taklamakán hasta que llega aquí. O cuántos pollos se ponen a la venta cada semana. O cuántos miles de baúles pueden aparecer de la nada. O cuántas toneladas de carne en forma de pinchito a la brasa pueden engullir los mercaderes kashgaríes. Miles de personas de todos los rincones de la región caen el domingo en la gran explanada que se extiende entre el río Tuman y la avenida de Aizilaiti Lu. Los turistas pueden parecer numerosos si se acude en verano, pero apenas serán un par de centenares que se dispersan entre la masa.
Pruebe el viajero entrar en la zona donde se arreglan transistores y equipos de música: ensordecerá. Entre en el sector de las pieles: verá con lástima cómo cuelgan de las perchas los pellejos de zorros y leopardos. Indague en el área de los frutos secos: sucumbirá a la tentación de unos albaricoques secos de Hunza.
Y comer. Los uigures deben de ser el pueblo que más veces y más abundantemente come de todo el planeta. Los fideos -que engullen compulsivamente-, los panes hervidos, las tajadas de melón van cayendo a un ritmo frenético. Será el clima o la bulimia derivada de vivir en un territorio tan inhóspito, pero la procesión gastronómica se produce en cualquier momento. El mercado alarga su vida hasta la llegada del crepúsculo, cuando comienzan las ráfagas de vientos vespertinos y ya no queda luz suficiente para realizar transacciones. Entonces comienza una disciplinada recogida de materiales, y hasta la semana que viene.

Llamado a la oración

A pequeña escala, el tremendo jaleo del mercado dominical se reproduce a diario en el bazar Id Kah, adyacente a la plaza del mismo nombre, que a su vez lo toma de la principal mezquita de la ciudad. El templo es el centro vital de Kashgar, un delicioso edificio de mediados del siglo XV, con fachada de azulejos amarillos y construido al estilo de Asia central, con minaretes cónicos. En su interior, accesible para los infieles, un relajante jardín y la sala de oración, con techos y columnas de madera trabajados y pintados de vivos colores.
En el exterior, la plaza tiene dos caras, según el momento de la jornada: de día hay un trasiego continuo pero discreto, donde prevalecen los vendedores de tajadas de melón y sandía, un manjar al alcance de quien tenga medio yuan, o lo que es lo mismo, 10 pesetas. Con el atardecer empieza una frenética llegada de vendedores ambulantes de comida. Nuevamente se reproduce el bullicio en el que tan a gusto parecen encontrarse los kashgaríes. Tomar un bol de sopa, un pincho de carne, unos huevos fritos o unas empanadillas vegetales se convierte en una aventura entre la muchedumbre.
Si al turista le va la marcha, podrá prolongar la jornada en los puestecillos que se instalan también con el crepúsculo a lo largo de la avenida de Yunmulakexia Lu. Una prueba de fuego: manos de pollo rebozadas y fritas, caracolas encebolladas, cabezas de cordero enteras en salsa...
Sergi Ramis

Fiestas con temperatura en ascenso

Kashgar es actualmente uno de los principales centros de distribución de productos agrícolas y ganaderos. Además de la intensa actividad diaria, los domingos es posible ir de visita al mercado, pero esta vez con la intención de llevar un souvenir, a bajo costo.
En los puestos se venden artesanías de diferentes regiones, desde cuchillos ornamentados, hasta delicados encajes y trabajos en metales.
La mejor temporada para viajar a la ciudad es de junio a septiembre. Pero julio es el mes más apropiado, especialmente porque se celebran varios festivales, no sólo en Kashgar, sino también en otras localidades de Xinjiang.
Si bien es la mejor época para encontrar un clima festivo, hay que tener en cuenta que durante el verano la temperatura trepa los 40ºC, por lo tanto hay que estar bien preparado.
Para evitar contraer enfermedades conviene no beber agua de la canilla, proveerse de suficiente comida, agua mineral y medicinas.

Datos útiles

Cómo llegar: el pasaje aéreo desde Buenos Aires hasta Kashgar cuesta 2590 dólares, con tasas e impuestos, vía Pekín.
Alojamiento: la habitación en un hotel económico cuesta entre 5 y 12 dólares; uno de mediana categoría, entre 25 y 70, y uno de primer nivel, más de 70. China occidental es mucho más barato que la región oriental.
Gastronomía: una comida económica cuesta entre 1 y 2 dólares. En un restaurante de mediana categoría, entre 2 y 10 y en uno de más nivel, más de 10.
Visa: consulado de China, Crisólogo Larralde 5349; 4541-5085. Se necesita pasaporte y foto. Cuesta 30 pesos y tarda 5 días.
En Internet:
  • http://www.windowsofxj.com

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por Redacción OHLALÁ!

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