

THUN (Suiza).- Cuando el viajero pasa por Berna y decide hacer una escala en Thun, probablemente está eligiendo una opción inmejorable. Sólo 19 minutos de viaje en tren servirán para trasladarlo a una ciudad cuyos rincones, a menudo poéticos y de belleza infrecuente, evocan incontables recuerdos.
El nombre Thun proviene de la palabra celta dunum , que significa fortaleza situada sobre un promontorio y rodeada de empalizadas. Esto es precisamente lo que ve el viajero al llegar.
Un imponente castillo que los duques de Zähringen mandaron a construir hacia 1180, y que llegó hasta nuestros días en perfecto estado de conservación.
Un esfuerzo con recompensa
Desde 1384, la fortificación pasó a manos del gobierno de la ciudad de Berna. Para ingresar hay que animarse a trepar una empinada cuesta, pero bien vale el esfuerzo porque la vista de los alrededores de Thun desde las torres del castillo, con el lago y los Alpes nevados al fondo, tienen un atractivo singular.
En el interior, el castillo alberga el museo histórico, con cinco espaciosas salas que exhiben armas, instrumentos de labranza y muebles que trazan una verdadera historia social de Thun y su más imponente construcción.
Pero la visita a esta ciudad no termina en su castillo. Aún queda todo por descubrir cuando se cruza el angosto río Aare y se recorren las viejas construcciones que rodean a la Rathausplatz. Allí está el Ayuntamiento, levantado en el 1500; la antigua mansión que ocupaba la corporación de los carniceros, que se construyó hacia 1361; todas blancas y pequeñas joyas de la arquitectura bernesa, inmaculadamente conservadas. A pocos metros de allí se accede a la más encantadora de las calles de Thun, la Obere Hauptgasse, construida en dos niveles.
Podemos optar por recorrerla caminando por la calle o -mejor aún- por las anchas veredas o terrazas construidas a la altura del primer piso. Allí se agolpan pequeños negocios, cafés y anticuarios; es posible disfrutar mirando hacia abajo -como si se estuviera en un balcón- y descubrir el plácido movimiento de esta calle.
Al llegar al río Aare y cruzarlo por el puentecito de la Freienhofgasse, un antiguo edificio -el Hotel Freienhof- nos hará volver en el tiempo, ya que era una taberna y posada para viajeros en 1308, y continuó siéndolo durante siglos.
Y si nos abandonamos al encanto de la costanera del río, con su marco de montañas nevadas y el imponente castillo al fondo, encontraremos otra faceta de Thun que nos remite a vívidos recuerdos musicales.
Una placa en la peatonal que bordea el río nos recordará que en ese lugar, en tres distintos veranos vivió allí Johannes Brahms.
El compositor eligió una casa tranquila, algo apartada del centro, para pasar sus días componiendo. Hoy ya no existe. Fue destruida para que pasara por ese lugar la ruta que bordea el lago de Thun, pero el recuerdo de las grandes obras allí gestadas se transmite en los amarillos de las arboledas, en el rumor de las aguas del Aare, como también en los rayos dorados del sol que iluminan los bordes de las montañas antes de teñir las aguas del lago.
Paisajes de poesía
Brahms tenía 53 años cuando llegó por primera vez a Thun, en 1886, y alquiló el primer piso de una casa a orillas del Aare. Desde sus balcones veía la isla de Schlezinger, alguna vez habitada por el poeta Kleist.
Por las mañanas realizaba extensas caminatas bordeando el río o por los senderos de la montaña para observar los hielos eternos del Jungfrau, y luego dedicaba el resto del día a componer.
Con cerveza y tabaco
Uno de sus grandes placeres era llegarse a Freienhof para escuchar música popular mientras tomaba cerveza y fumaba sin prisa sus cigarros. Hoy el Freienhof es un hotel de lujo, pero por entonces era un sitio nada formal donde Brahms parecía absorber silenciosamente las melodías que iba desgranando el pequeño conjunto de músicos.
En aquel momento, en Thun había bicicletas, un medio de transporte que Brahms odiaba, porque su timbre lo sustraía de los pensamientos musicales en los que estaba absorto mientras caminaba.
Sus amigos de Berna solían ir a visitarlo. Entre ellos, la joven soprano Hermine Spies por quien Brahms sentía una apasionada atracción. Risueñamente ella consideraba que se trataba de una Johannes-Passion , en alusión a la obra de Bach. Frecuentaban el Bellevue, un hotel con baños termales en la Hofstettenstrasse ahora cerrado y casi en ruinas, pero cuya construcción permite imaginar su época de esplendor, a fines del siglo XIX.
Cuando en las salas de concierto se escucha la segunda y tercera sonata para violín y piano, el tercero de sus tríos, las canciones de su opus 106, el Doble Concierto o sus Canciones Gitanas, emerge una vez más la magia de Thun, el lugar donde el músico pasó muchas de sus horas más felices.
Datos útiles
Cómo llegar
- El pasaje aéreo, ida y vuelta por Swissair, desde Buenos Aires hasta Berna cuesta aproximadamente 1050 dólares.
Alojamiento
- Una habitación doble en un hotel tres estrellas cuesta entre 60 y 120 dólares y alrededor de 200 en uno de cuatro estrellas.
En auto
- El alquiler de un auto mediano en Berna por diez días cuesta alrededor de 400, con impuesto, seguro y kilometraje libre.
Más información
- Embajada de Suiza, Santa Fe 846, de lunes a viernes de 9 a 12, 4311-6491.
Edgardo Kleinman
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