NUEVO MEXICO.- La capacidad de transformación de la sociedad norteamericana es casi tan asombrosa como la adhesión ciega y unánime de sus individuos al principio rector del lucro y la acumulación.
En las internas del Partido Demócrata, que se celebrarán a principios de 2008 y de las cuales saldrá, muy posiblemente, el próximo presidente de Estados Unidos, los agonistas más conspicuos son una mujer, un hombre de color y un latino.
Bill Richardson, que a pesar de su nombre es hijo de madre mexicana y hablante nativo de español, es desde enero de 2003 gobernador de Nuevo México y, según muchos neomexicanos que lo sueñan en la Casa Blanca, está haciendo un buen trabajo. Paulino Archuleta, un descendiente orgulloso de los navajos que hoy vende aros y colgantes de turquesa en la plaza de Santa Fe, dice en un español macarrónico: "Trae agua al desierto, mejora escuelas, castiga conductores borrachos". Al igual que Paulino, Bill -si bien nació en California- es un digno hijo de Nuevo México, donde las raíces indígenas se mezclan con las españolas y anglosajonas en un interesante trenzado cultural.
A Nuevo México se entra por Albuquerque, centro financiero del estado, una ciudad que poco ofrece y que no inspira más que tedio y una ligera desazón. Alquilar un auto en el aeropuerto es quizá la mejor opción para así recorrer con libertad las vastas carreteras y explorar los pueblos semifantasmas perdidos entre el desierto y las montañas.
La ruta interestatal 25 lleva a Santa Fe, capital política y cultural de Nuevo México. Santa Fe es uno de los centros urbanos más antiguos de Estados Unidos: fundada por don Pedro de Peralta en la primera década del siglo XVII, permaneció en poder de España hasta 1810, pasó luego a ser mexicana y, por fin, parte de la Unión.
En la lejanía, desde la ruta, la ciudad se confunde con el desierto y las montañas que la respaldan, como si de una armoniosa continuación de la geografía se tratara, inmune al tiempo, como es inmune al tiempo el desierto. El hecho es que, por ley, en la ciudad de Santa Fe no se puede edificar nada que no respete el antiquísimo estilo de adobe que la ciudad tiene desde hace siglos. No hay edificios, sólo casas bajas en beige de ventanas pequeñas y paredes gruesas.
Al pasear por Santa Fe de noche, cuando se encienden los farolitos de las casas, cuesta creer que se trata de un país anglosajón; cuesta creer que se trata del siglo XXI. Sobre la arteria principal, Old Pecos Trail, se alza la iglesia de San Miguel, la más antigua de Estados Unidos, con muros de adobe erigidos en 1610. Frente a la iglesia, la taberna legendaria Pink Adobe sirve estimulantes silver coin (tequila reposado, cointreau y jugo de lima, a US$ 9) y exquisitos margaritas (7) para quien prefiera lavar sus culpas de otra manera.
Santa Fe tiene más galerías de arte por habitante que cualquier otra ciudad de Estados Unidos y es el tercer mayor mercado de arte, luego de Nueva York y Los Angeles.
Elegida por intelectuales, artistas y yuppies ilustrados, la ciudad ofrece una vida cultural ajetreada. Georgia O Keeffe y Pablita Velarde, dos hitos de la pintura contemporánea norteamericana, vivieron en Santa Fe y hoy sus obras cuelgan en los varios y muy buenos museos de la ciudad.
Canyon Road es la calle de las galerías, pero también es donde está Geronimo s, uno de los mejores restaurantes. Una cena ahí no costará menos de US$ 50 por persona, pero el bife de alce con puré de hongos vale la pena el derroche. Quien prefiera ahorrar en viandas tiene la opción de El Molero, un puesto ambulante sobre la plaza que prepara fajitas de carne y pollo -deleite para el paladar-, y que cuestan 4 dólares.
Al Norte, al Sur
Hacia el norte de Santa Fe está Taos, un agradable pueblito congelado en el tiempo. Sus habitantes, como en muchas partes del sudoeste norteamericano, gustan de salir de fiesta con sombreros de cowboy y botas con espuelas, herederos orgullosos de la tradición.
Taos es famosa también por su cerro, que alberga uno de los mejores centros de esquí de toda América.
Una particularidad que hace de Taos un sitio espléndido para esquiar es que en sus magníficas pistas está prohibido el snowboarding, para alegría de muchos esquiadores intolerantes.
Ahí, una buena opción para pernoctar es la American Artists Gallery House, atendida por Charles, un afable neoyorquino, y su mujer, LeAn. La posada tiene 10 primorosas habitaciones con chimenea y el desayuno gourmet está incluido. Por sus jardines se pasea un pavo real de nombre George y un discreto grupo de gatos.
Cuando sea hora de volver a Albuquerque a devolver el auto y subirse al avión, se puede elegir una ruta alternativa. Hacia el sur de Santa Fe se encuentra el monumento geológico de Kasha-Katuwe Tent Rocks, una alucinante serie de formaciones rocosas cónicas, producto de erupciones volcánicas de hace 7 millones de años.
Siguiendo el sendero que lleva a las rocas, que las atraviesa y que finaliza en una colina lindera, tendrá uno la sensación de estar perdido en un desierto desconocido. Un paseo estupendo.
Natividad Chidester vive entre Madrid y Cerrillos, sobre la ruta de la turquesa que lleva de Santa Fe a Albuquerque. Mientras cuece vasijas de cerámica en el patio trasero de su casa de lata verde (que luego venderá en Madrid), nos cuenta la historia del pueblo: en el alba del siglo XIX un grupo de hombres afiebrados por el sol del desierto descubrió depósitos de carbón y fundó Madrid a su vera. En 1941 el último minero apagó la luz de su casa y abandonó el pueblo, que permaneció sumido en un letargo fantasmagórico hasta que a fines de los años 60 un grupo de hippies que huía del mundanal ruido lo descubrió y resucitó. Hoy ahí vive una excéntrica comunidad artística que vende sus arbitrarias obras a precios desopilantes.
Volviendo hacia Albuquerque, sobre la autopista 14, pasando Sandía Park, otro centro de esquí, está el Cedar Point Grill, una fonda de ruta donde preparan el mejor chile con carne del estado (US$ 5). Otra exquisitez para probar son las sopapillas con miel, una especie de tortilla frita inflada y crocante.
Con el estómago lleno y el alma en paz puede uno volver y quizá comprarse una alfombra de lana con motivos indígenas en alguno de los megabazares de souvenirs que hay en el centro histórico de Albuquerque. Si es que le queda algún centavo y los precios no lo desalientan.
Datos útiles
Cómo llegar
American Airlines vuela a Albuquerque vía Dallas. El ticket cuesta alrededor de US$ 1500
Dónde alojarse
- Santa Fe: Inn and Spa at Loretto (reservations@innatloretto.com)
- Taos: American Artists Gallery House (aagh@taosnm.com)
Qué hacer
- Esquí: un día de esquí en Taos cuesta alrededor de US$ 85 (incluido el pase diario y el alquiler del equipo)
- Autos: alquilar un automóvil en el aeropuerto de Albuquerque cuesta unos 30 dólares por día ( www.budget.com )
Por Pablo Maurette
Para LA NACION
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