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Oasis de El Principito

Por Horacio de Dios Para LA NACION




El Principito es un cheque al portador aquí y en la China ahora que se hizo capitalista. Porque en la infancia, que es la patria del hombre, todos nos copamos con esa criatura mágica de rulitos rubios revueltos como el autor la dibujó. Sin embargo, los argentinos no lo aprovechamos a fondo en Concordia, donde posiblemente se gestó el personaje.
Antoine de Saint-Exupéry (1900-1944) no se sentía a gusto en las ciudades. Lo atraían la naturaleza, los espacios abiertos, Africa, la Patagonia.

En los pagos de Cadícamo

Cuando llegó a Buenos Aires alquiló un departamento en la galería Güemes, que era uno de los rascacielos porteños que le permitía estar más cerca del cielo. No hablaba español y se sentía tan solo que tenía una foca en su bañera. No iba al cabaret Florida en el subsuelo, entonces frecuentado por Enrique Cadícamo, y sus únicos amigos eran otros pilotos de Aeroposta. Le escribía a su madre quejándose: "Me pregunto cómo puede penetrar la primavera a través de estos millones de metros cúbicos de cemento".
Sin saber que lo estaba esperando un lugar con el que tendría raíces en común. Porque en 1888, Edouard Demachy desde París llegó a Concordia. Traía bastante dinero y la misión de iniciar negocios familiares, de saladeros a una innovadora fábrica de hielo. Levantó una mansión a todo lujo, se fundió por el despilfarro, y desapareció en 1892. La propiedad no se pudo vender y el gobierno la incautó por la deuda en impuestos. Afortunadamente, se la alquilaron por 30 años a Georges Fuchs Vallon, también francés que vivió allí con su mujer y sus dos hijas, Suzanne y Edda, y todos hablaban el idioma de Saint-Exupéry.
El aviador, buscando un lugar intermedio para la eventual línea a Paraguay, aterrizó sobre esta orilla en 1929 y lo impactó de tal manera que le dedicó un capítulo íntegro en Tierra de hombre, donde describió este castillo de leyenda. "Tanto os hablé del desierto que antes de seguir hablando de él me gustaría describir un oasis. La imagen que tengo de él no está perdida en el fondo del Sahara (...) Era cerca de Concordia, en la Argentina, pero hubiera podido ser en cualquier otro lugar, de tal modo está difundido el misterio."
Los alumnos del Colegio El Principito de Concordia encontraron que en la revista Marianne, en 1932, a dos años de haber dejado la Argentina, escribió sobre las Princesas argentinas. Y luego proyectó hacer una película con ese tema junto al director Jean Renoir. Saint-Exupéry, en ese artículo, entre otras cosas, relata cómo una de las niñas (presumiblemente Suzanne) se encuentra un día frente a frente con una serpiente cuando ella estaba subiendo a un árbol.
La joven comenzó a hablarle y a pedirle que no le hiciera daño, ya que ella no había subido allí para lastimarla. La serpiente pareció entenderla y no le hizo nada. Cualquier parecido con El Principito no es simple coincidencia. Por eso estas ruinas, del semiderruido castillo donde el autor quedó deslumbrado por estas niñas que adoraban a los animales, es una visita tan obligada para la fantasía. Lo que da pena es recorrer ese magnífico parque y ver cómo ha sido vandalizado y saqueado. Sólo nos queda la estatua de Amanda May con el personaje en su asteroide y la impresión que está escondido por ahí para recordarnos que lo esencial es invisible a los ojos.

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