Ormeño, un apellido con pueblo propio

Tras unos 5 kilómetros de camino de tierra, custodiado de cada lado por centenarios cardones comienzan a aparecer las pircas prolijamente construidas para separar una finca de la otra en este pequeño poblado rural, que guarda en sus entrañas una curiosidad única en la provincia y muy poco conocida en el país.

Aicuña, a 60 kilómetros de Villa Unión, es conocida también como la tierra de los Ormeño y al ver el padrón electoral pegado en la puerta de la única escuela del pueblo se entiende rápidamente el porqué de tal denominación. De las 200 personas, poco más, poco menos, que figuran en el padrón, 143 se apellidan Ormeño. Y en la escuela las cosas no son muy diferentes. Sobre 100 alumnos, 87 llevan el mismo apellido.

Pero si tal concentración de Ormeño resulta tan llamativa, más aun sorprende que en Aicuña viva una importante comunidad de pobladores albinos que, como es de esperar aquí, también se apellidan Ormeño.

Diversas investigaciones genéticas aseguran que fue un colonizador español el que diseminó este fenómeno y es seguro que el casamiento entre parientes -una de las posibles causas atribuidas a la reproducción de los albinos- es algo bastante usual por estas tierras, con una historia de más de 400 años de aislamiento.

El diccionario define al albino como a una persona que tiene ausencia congénita de pigmentación que genera que la piel, el pelo y las retinas resulten de color más o menos blancos a diferencia de los colores propios de su raza o especie.

Para charlar con uno de ellos -al menos para intentarlo, ya que son bastante reservados- hay que esperar hasta la caída del sol, cuando la luz no afecta tanto sus retinas, casi transparentes.

La mayoría se dedica al cultivo de la nuez, que es el principal recurso de la región, aunque también siembran maíz y, como no podría ser de otra manera en La Rioja, el olivo. En los últimos años han incorporado una nueva actividad: la cría de truchas tipo arco iris, que se cultivan en un embalse cercano. La directora de la escuela, Ana María Páez, cuenta que los albinos “eran mayoría en el pueblo, pero con el tiempo las cosas fueron cambiando. En la escuela hay muy poquitos, porque les afecta mucho la luz y deben estar todo el tiempo con anteojos negros”.

La calidez de la gente es el principal patrimonio del pueblo y siempre el visitante encontrará en esas casas de adobe que parecen de cuento una mesa puesta con una porción de queso de cabra y pan de campo para llevarse un grato recuerdo del lugar.

Pablo Querol