

Viajar a Palermo es una experiencia que enriquece los sentidos. Por su posición a mitad de camino entre Africa y Europa, la isla fue muy codiciada por pueblos invasores que dejaron sus huellas.
Palermo resulta una ciudad contradictoria: culta y decadente, devota y supersticiosa. Su historia conoció el florecimiento con romanos, griegos, musulmanes, franceses y normandos, y la decadencia durante el período hispánico. Incluida en 1860 al reino de Italia, el propio Estado la rezagó del continente.
La ciudad tiene un puerto natural que se abre frente al mar Tirreno con un espectacular paisaje. Su corazón es Quattro Canti, cuatro esquinas con otros tantos palacios barrocos.
En los alrededores de la Piazza Pretoria se encuentra la Fontana, conocida como De la vergüenza por la desnudez de sus esculturas alegóricas. Cerca, la iglesia de Santa Catalina, con su interior de mármol trabajado en exquisito bordado. Frente a ella, La Martorana, con sus mosaicos bizantinos, conocida porque sus religiosas inventaron la frutta martorana, delicioso mazapán con forma de coloridos frutos. A metros, la normanda iglesia de San Cataldo del 1100 conserva su cúpula en forma de bulbo y su piso original.
La majestuosa catedral es una conjunción de estilos: el exterior es islámico-normando; el interior, neoclásico. Custodia las reliquias de Santa Rosalía, patrona de la ciudad, y las tumbas de Roger II, su hija Constanza y Federico II de Suecia, conocido como Stupor Mundi por su avanzada gestión, erudita respecto al resto de Europa.
Hay dos curiosas iglesias: San Juan de los Eremitas y Santa María dello Spasimo, convertidas hoy en centros culturales.
Hay que caminar Palermo mirando hacia arriba, ya que es tanta la belleza de sus palacios barrocos. Causa gran asombro la iglesia de San Giuseppe dei Teatini, cuyo frente modesto no coincide con su riquísimo interior.
La Porta Nuova, el grandioso Palacio Normando y su Capilla Palatina, el viejo mercado de la Vucciria, la comercial y moderna Via Roma, el edificio de Correos -de estilo mussoliniano-, el tradicional Teatro de Títeres, el Teatro Massimo -escenario del dramático final de El Padrino III-, su historia y sobre todo su gente, que quiere ser amable y amada por los turistas, alejándose de la imagen de la mafia, la convierten en una visita obligada para el viajero curioso.
Los sicilianos luchan por rescatar el pasado glorioso. Pese al presente, ellos creen, con absoluta certeza, que la isla está predestinada.
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