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Paraíso... de lluvia y mosquitos

Por Ernestina Pais Para LA NACION




Cuando cumplí 24 fui de viaje a Ilhabela, Brasil. Había tenido un año pésimo, estaba muy mal porque habían muerto dos amigos y necesitaba realmente un mes de vacaciones. Así que llamé a mi mejor amiga y le dije que quería alquilar una casa en una isla de Brasil con playas paradisíacas, y nos fuimos.
La isla me la había recomendado el que entonces era marido de mi hermana, padre de sus hijos. Pero desde que él había vivido allí hasta el día que nosotras llegamos a la isla habían deforestado y matado a un sapo que se come a un mosquito llamado borrachudo, razón por la cual había una invasión de éstos. ¿Cuáles son las características de este insecto? El borrachudo es como un jején que vuela a cincuenta centímetros del piso. En general ataca cuando uno duerme e inyecta una especie de líquido urticante -la picadura es roja, con un punto más rojo en el centro-, y uno no puede parar de rascarse. Es tal la invasión que los habitantes de la isla consumen una vitamina que cuando transpiran larga un olor espantoso, pero al menos ahuyenta al borrachudo. Imaginen lo que será la invasión que a la gente no le importa transpirar con ese olor con tal que no la piquen. Otra forma de evitar las picaduras es untarse aceite de citronela, que lo venden de diez mil maneras diferentes.
Es decir, los borrachudos son un problema de la isla, pero obviamente, yo argentina, lo primero que dije fue: Borrachudos, no pasa nada. Al tercer día tuve que ir a la guardia del hospital, porque todo mi cuerpo era una sola roncha.

La estación húmeda

Este cambio en la vegetación también hizo que se modificara el clima, con lo cual enero era época de lluvias y tuvimos sólo tres días de sol. El resto de las vacaciones, y por mi madre que no estoy exagerando, fue lluvia 24 horas, todos los días.
Entré en una especie de estado de depresión porque, claro, venía mal y me salían horribles las vacaciones. Como realmente había ido decidida a tomarme un mes de descanso, alquilé la casa desde acá, con lo cual nos gastamos un montón de dinero en el alquiler de la casa y no teníamos posibilidad de ir a otro lado.
Le habíamos alquilado la casa a una mujer que nos dijo: Allá está mi ex marido, así que cuando ustedes lleguen, él se va. ¿Qué pasó? Nosotras llegamos a la casa y nos encontramos con una persona absolutamente borracha que no se quería ir. Después de dos o tres horas de negociación, finalmente se fue.
Sin embargo, al día número quince, o veinte como mucho, este hombre volvió y dijo que se le había terminado el dinero que le habíamos dado por el alquiler, que su ex mujer era no sé qué cosa horrible y que le había alquilado la casa a desconocidos sin su permiso. Nos solicitó utilizar una habitación que estaba aparte, en el fondo, hasta que resolviera su situación. Para no tener problemas, aceptamos y le dijimos que podía quedarse un par de días. A la mañana siguiente nos levantamos y nos había robado las cámaras de fotos y había desaparecido. Después vino el llanto, la denuncia a la policía y, por suerte, también la ayuda de un argentino que se había hecho amigo nuestro, y se dedicó a buscarlo por toda la isla hasta que efectivamente lo encontró en un bar, bebiendo.
Las cámaras ya se las había dado al dueño del bar, pero como lo agarró temprano y todavía no había bebido demasiado tuvo la buena onda de devolverlas.
Volví mucho más deprimida de lo que me había ido, llena de picaduras de borrachudos, y hasta desarrollé una alergia. Esas fueron las peores vacaciones de mi existencia.

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por Redacción OHLALÁ!


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