Martes y hoy me quedo en casa. Qué bueno el sol, el calor y el tiempo.
Me encanta quedarme en mi casa. Siempre me encantó.
Cuando era chica, iba al colegio a la mañana pensando: "pero en un rato vuelvo y estoy en mi cuarto, con mis juguetes, y con mi mamá y mis hermanas".
Ahora me pasa lo mismo. Cuando no quiero salir pero tengo que, me voy pensando en qué voy a hacer cuando vuelva.
Es un poco triste, sí, pero por otro lado, es una bendición que así sea.
Que mi remanso sea mi familia y mi hogar.
Hasta ahora, lo único malo de esta casa son los bichos.
ODIO los insectos, y esta humilde morada mía, parece que es de mucho seres vivos más.
Veinte veces al día me encuentro sacándome una hormiguita minúscula que me camina por algún lado y me hace cosquillas.
A la mañana, en la pileta, amanecés flotando todo tipo de criaturas: cucarachas, bichos palo, abejas, avispas (marimbondos se llamaban en Brasil?), pero el colmo fue ayer a la tardecita, que estaba tomando mate y jugando con los chicos en el fondo y escuché un ruido como de máquina, no sé, de motor a lo lejos, y justo estaba el piletero, y me dice "es aquel el que hace ese ruido".
Una avispa del tamaño de, no sé, la ojota de mi hijo menor, negra con amarillo o naranja, me dice el piletero "es un mata caballos".
QUÉ?!?!?!
Estaba apoyado en un charco y al segundo salió volando. Parecía un helicóptero.
Entré corriendo con mis hijos como si en realidad se hubiera tratado de un avión bombardero y adentro me quedé hasta que llegó Nicolás y me tranquilizó un poco.
Marcos está fascinado y pretende salir "de caza" todo el día.
Yo preferiría que se quedara acá metidito, pero no.
La que me espera.