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París bien vale un paseo en bici

Cuando parecía que la capital francesa ya lo había visto todo, llegaron las bicicletas eléctricas. Agiles y livianas, permiten descubrir sin esfuerzo rincones e historias inéditas de la ciudad




PARIS.- Sobre la elegante Place Vendôme, donde se dan cita las fortunas del mundo y las boutiques de Van Cleef et Arpels se codean con las de Dior o Breguet, aterriza de pronto un grupo de bicicletas. El espectáculo ya no es inédito en la París que hace más de un año se volcó a la energía limpia y las dos ruedas y donde pusieron bicicletas gratuitas a disposición de los residentes, que pueden tomarlas y dejarlas en distintos puntos de la ciudad, pero éstas no son las Velib´ que se ven circular un poco por todos lados, sino unas novedosas bicicletas eléctricas cuyos modernos jinetes se ven, después de cuatro horas de paseo asombrosamente descansados.
La Place Vendôme, que exhibe en el centro la columna realizada con el bronce de 1250 cañones capturados en la batalla de Austerlitz, es el punto de partida y de llegada de una de las visitas más originales que ofrece París en estos tiempos, para descubrir insólitos rincones e historias curiosas a medida que se circula por las calles de la ciudad. Olivier Marie-Antoine, el guía del paseo y fundador de Paris Charms & Secrets, agencia especializada en visitas por París en bicicleta eléctrica, es parisiense de nacimiento y de alma, y conocedor del mapa de la ciudad como la palma de la mano.
El primer paso es ir a buscar las bicicletas al estacionamiento subterráneo de la Place Vendôme, donde están todas prolijamente alineadas y con el tanque eléctrico recargado, listas para salir. Una vez en la superficie, Olivier también se encarga de explicar su funcionamiento: algo tan sencillo como hacer girar una llave, empujar con los pies para destrabar, y a pedalear. Lo sorprendente es la suave sensación de dejarse llevar por la bicicleta, sin esfuerzo alguno, ni siquiera en las bajadas y pendientes frecuentes de la irregular geografía parisiense, capaces de desanimar al más flâneur de los viajeros.

Meridianos y palacios

No es difícil adivinar que detrás de las incontables anécdotas y curiosidades que surgen a lo largo de los 25 kilómetros de recorrido hay un largo y paciente trabajo de investigación y revisión de archivos, como para que París dé lo mejor de sí en apenas cuatro horas. Lo bueno es que nadie se pierde los detalles, ya que las visitas se hacen en varios idiomas, español incluido.
Dejando atrás la Place Vendôme, Olivier lleva a su grupo serpenteando sin prisa, pero sin pausa por las calles de París: tantas son las vueltas que al final será difícil reconstruir el recorrido, de modo que no está de más pedirle a nuestro guía que lo marque, de antemano, en algún mapa de la ciudad. Después se estará demasiado ocupado sorteando autos como para pensar en el itinerario... Felizmente, para un porteño avezado no hay tránsito que asuste, y en las calles de París siempre termina primando el respeto por la bicicleta (además de los excelentes carriles expresamente creados para ellas, que permiten avanzar con rapidez y seguridad por los numerosos barrios de esta capital).
De vez en cuando, Olivier invita a hacer una parada, para contar una historia o conocer uno de los "lugares secretos" de París. Como la impresionante caja fuerte del subsuelo en la sede central del Société Générale, uno de los tres principales bancos de Francia, construida con todo el lujo y la imponencia posible a metros de la Opera Garnier, o los discos de bronce incrustados en el suelo que van señalando el recorrido del meridiano de París, cuya medición sirvió de base para la creación del sistema métrico decimal y terminó con el antiguo sistema de pesos y medidas (cuando todo se calculaba en relación con las medidas del rey, como el pie o la pulgada).
Imponer el metro como medida universal fue una larga batalla contra la cultura dominante y popular; para ayudar al uso del nuevo sistema, por todas partes en París se instaló el "metro patrón", que servía de ayuda en el comercio y los intercambios. Uno de los poquísimos que quedan se ve más adelante en el recorrido.
Un poco después, las bicicletas se adentran en los bellísimos jardines del Palais Royal, allí donde los cañonazos del mediodía indicaban la hora a todo París, y donde Dom Pérignon llevó el primer champagne a la corte del rey de Francia. Además de la historia, Olivier matiza el paseo con los secretos del París actual, en una suerte de guía de "direcciones selectas": aquí está Mariage Frères, la casa de té más antigua de la ciudad, y más allá La Grenouille, el más prestigioso restaurante para comer ranas. Pronto hay que volver a dejar las bicicletas, que se traban con una pequeña llave, para seguir a pie: aquí, París descubre de pronto e inesperadamente uno de sus lugares mágicos. Dos pequeños patios empedrados y sombríos llevan a un portal rodeado de plantas: es la Cour de Rohan, un pasaje situado sobre lo que fue antiguamente una de las puertas de París. Cuando los habitantes pasaban y llevaban, por ejemplo, cargamentos de pollos para vender en la capital, algunos tenían que quedar aquí en una suerte de primitivo peaje en especias .
Al menos dos curiosidades saltan a la vista: un pequeño pozo, en una esquina, de los catorce que quedan en París (cuando supo haber hasta 30.000 en aquellos tiempos en que las aguas contaminadas causaban con facilidad pestes y miles de víctimas), y más allá un "pas de mule", el último de la ciudad, una suerte de apoyo metálico para que los ancianos y las mujeres pudieran subir al caballo. La Cour de Rohan desemboca en otro lugar mítico: el Café Procope, el más antiguo de París, frecuentado por Diderot, Danton y Voltaire. Se cuenta que en los pisos superiores, allí donde los caballeros se reunían con sus amantes, se ven aún los espejos rayados por las damas que en ellos probaban la dureza, y por lo tanto, la autenticidad, de las piedras preciosas que recibían como regalo de sus protectores...

Otros secretos

Ya cerca de la mitad del recorrido, las bicicletas siguen avanzando silenciosamente. Alejándose un poco de las calles y avenidas más concurridas, Olivier invita a detener nuevamente las bicicletas para conocer las Arenas de Lutecia (el antiguo nombre de París), un anfiteatro de la época romana, en sus buenos tiempos uno de los más grandes de toda la Galia. Lejos de los gladiadores, en el medio de las arenas algunos muchachos juegan al fútbol, y un grupo de jubilados se ejercita en el arte de la "pétanque", una suerte de juego de bochas muy popular en el sur de Francia.
Nuevamente en las bicicletas, la siguiente parada es en la Congregation du St. Esprit, sede de una congregación misionera que luchó durante siglos en contra de la esclavitud.
A esta altura del paseo ya se está cerca de volver al punto de partida, pero el viajero, que ya se siente algo así como amigo de toda la vida de Olivier y habitué de los mejores lugares de París, siente que esto apenas está empezando. Que los secretos de la Ciudad Luz son muchos más de los que imaginaba unas horas antes, y que hasta el más conocedor debe despedirse pensando en regresar porque, al fin y al cabo, París bien vale una segunda vuelta. En bicicleta.
Pierre Dumas
LA NACION

Datos útiles

  • Puede hacer el paseo en bicicleta eléctrica cualquier persona mayor de 12 años que alcance 1,50 m. Basta con saber pedalear: el guía se encarga luego de llevar al grupo por los lugares adecuados y garantizar un paseo seguro.
  • La visita se hace durante todo el año, sin importar el imprevisible clima de París. Si hace frío, se pueden alquilar por tres euros chalecos eléctricos calefactores; también se prestan si llueve guantes e impermeables .
  • Hay opciones para realizar el paseo de mañana o de tarde: ambos duran cuatro horas. Un poco más corta es la salida nocturna, de tres horas, que ofrece una maravillosa vista de París iluminada por las noches.
  • Para sumarse a un grupo es importante reservar. La visita cuesta 45 euros. Informes y reservas a: contact@parischarmssecrets.com (se puede escribir en español); +33(0)1.40.29.00.00. En Internet: www.parischarmssecrets.com

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