
El año último fui a Francia a hacer un programa de entretenimientos para Canal 13, y como tengo primos hermanos y una tía que viven allá, aproveché la ocasión para visitarlos. Fue algo inolvidable, porque nunca imaginé todo lo que me iba a pasar al reencontrarme con ellos, con quienes prácticamente compartí mi infancia, y hacía treinta años que no veía. Mis primos me llevaron a conocer París y juntos revivimos muchas cosas del pasado, los afectos y la familia. Y como yo iba con mi señora, tuve la oportunidad de compartirlo también con ella.
Más allá de los encantos de París, una ciudad que me fascinó desde el primer día, esta vez tuve la posibilidad de recorrerla desde el punto de vista de sus ciudadanos, con mi tía como guía: fuimos al Sacre Coeur, la Madelaine, la zona del Moulin Rouge, el Palacio de Versalles y los Champs Elysées, donde la producción del programa había hecho las reservas en un hotel muy lindo, a sólo cinco cuadras del Arco de Triunfo.
Me pasó un día en un restaurante que había un plato con frutos de mar, y enseguida lo pedí porque me encantan. Sin embargo, cuando el garon me trajo eso, que estaba casi vivo y chapoteando en el agua, mi sorpresa fue mayúscula. De tan crudo que estaba parecía que me miraba, y apenas pude probarlo.
Al día siguiente decidí que ya no me iba a pasar lo mismo, y pedí un steak a la carta. Pero cuando trajeron la carne, esta vez macerada con limón y sal, también estaba cruda. Por supuesto, como tenía más hambre que la noche anterior, no sólo la comí, sino que me pareció riquísima.
Creo que los franceses tienen muy buen gusto, desde la sensualidad y la cadencia de su idioma, el arreglo de los jardines públicos y la iluminación de la ciudad hasta su vestimenta. Todo muy chic... con excepción de algunas aromas.
Antes de ir a París me hablaban de los olores en los trenes o en los micros, y la verdad es que yo nunca lo tomaba muy en serio. Pero debo reconocer que cuando tomamos el tren de Montmatre a la Rochelle, un viaje de aproximadamente 700 kilómetros que dura tres horas, no podía aguantar tanto olor a transpiración allí concentrado. Un bálsamo extraño, y algo más bien desagradable, tal vez debido a que comen mucho ajo y cebolla, o sencillamente porque no acostumbran bañarse todos los días.
En fin, creo que nadie regresa de un viaje igual que antes de partir. Siempre volvés modificado por nuevos conocimientos, que a su vez te hacen crecer y planificar otras salidas. Si bien yo no he viajado mucho, las pocas experiencias que tuve me hicieron descubrir lugares que ni siquiera imaginaba, formas de vida muy diferentes de la mía y muchísimas historias que me marcaron definitivamente.
El autor es actor y conductor de radio y TV.
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