París nunca se acaba
De la bohemia y la literatura al consumo y las marcas, una misma ciudad con diferentes encantos, según pasan los años
30 de octubre de 2011
Como periodista uno se ha atrevido a escribir sobre decenas de ciudades, aún pasando por ellas no más de tres días, con la validez que da, además de la eventual obligación profesional, la honestidad de contar lo que se sintió, se vio o se creyó ver. Pero la verdad es que uno puede hacer un resumen de Manhattan después de una intensa visita de una semana, porque hay poca historia, pero eso no puede hacerse con Roma u otras ciudades europeas, y mucho menos con París.
Además podríamos pasarnos semanas enteras dedicadas solamente a sentarnos en el Flore o en Les Deux Magots tan sólo para mirar, infatigablemente, la diversidad mundial de gente que pasa. Y así del mismo modo, recorriendo anticuarios, las orillas del Sena, las pequeñas calles ajenas al turismo, los museos, todos los tipos de cafés y restaurantes posibles, la arquitectura y los lugares tan bien descriptos por decenas de guías turísticas que millones de argentinos conocen.
Sobre héroes y casas
Pero también, más que ninguna otra ciudad, París requeriría haber vivido en ella por lo menos un par de años. Por último ocurre que no sólo se dan en ella los permanentes cambios, siempre favorables, sino los propios personales, sobre todo cuando uno comenzó a interesarse en ella muy juvenilmente, por su historia y su literatura, y por todo ese movimiento que se dio después de la liberación de París al terminar la Segunda Guerra Mundial, cuando salimos de los colegios para a ir a festejar a la plaza Francia esa victoria final.
Además, en las primeras visitas llevábamos anotadas todas las direcciones de las casas donde habían vivido o muerto nuestros más queridos escritores, no sólo los franceses, y también las de argentinos como Juan Bautista Alberdi o incluso la de Ricardo Güiraldes.
Y todo eso con las enormes ganas juveniles y, a la vez, el temor reverencial de encontrarnos de pronto frente a Sartre o a Simone de Beauvoir, Raymond Aron, André Malraux, André Mauriac, Claudel. Recorriendo los lugares mencionados en Los Mandarines y luego en París era una fiesta .
Sin ir al Louvre
Pero volvamos a hoy porque todo eso quedó atrás, aunque no olvidado ni exactamente añorado, porque ya se incorporó totalmente a una memoria cultural. Y lo mismo nos pasó con la música de aquellos tiempos, de Juliette Greco, de Charles Trenet, el muchacho del París, de Tino Rossi y de los que siguieron como Gilbert Becaud, Jacques Brel, más el cine con la nouvelle vague. Toda una historia generacional.
Pero ahora, en este nuevo viaje, ya no repetimos los g randes e inamovibles lugares históricos y gracias al milagro de diez días increíbles de sol cuando ya terminaba la primavera, ni siquiera sentimos la necesidad de volver a entrar al Louvre, cualquiera que sea la crítica que dicha omisión nos ocasione.
Pero, en cambio, no nos perdimos la oportunidad de pasar un par de horas en la maravillosa Opera Garnier ni de ver desde el restaurante del Pompidou una puesta de sol detrás de la Torre Eiffel, que compensó no volver a mirar decenas de estáticos cuadros famosos.
De todos modos, no puedo dejar de hacer notar como una cierta pérdida, el avance invasivo de las marcas y de las modas sobre la bohemia o la cultura literaria. Y por dar sólo un ejemplo: encontrar en el lugar que ocupaba la editorial Gallimard, la casa Dior. Claro está que son más famosos hoy los nombres como Kenzo, Armani, Ralph Lauren, Yves Saint Laurent y tantísimos más que los olvidados -salvo en pequeños círculos- de Lacan, Faucault, Camus, Merlau Ponty, Levy-Strauss (ahora el famoso es otro Strauss, pero no por razones intelectuales).
En fin, sólo se trata de gustos personales. Y París sigue cada vez más bella, luminosa, arbolada, con una circulación que ojalá la tuviera nuestra querida Buenos Aires. Tanto es así que hasta las bicicletas que alquila el municipio son un éxito que envidiaría Mauricio Macri, para no mencionar el respeto de los automovilistas por los peatones, que es absoluto.
No voy a incurrir en obvias recomendaciones a nuestros tan viajeros y viajados lectores, pero todavía, si fuera el caso, sigue siendo válida la buena guía para argentinos de Horacio de Dios, aunque en mi edición los precios aún figuran en francos. Y ya se sabe que París da para todos los precios, y se puede disfrutar enormemente sin gastar mucho, como se puede también, si el bolsillo da, gastar muchísimo y, claro está, muy bien. Como se decía en Casablanca : "Siempre nos queda París".