A los turistas no les gusta sentirse turistas. Por eso suelen pedir vivir como los vecinos, los locales e incluso los nativos.
Me ocurre lo mismo. Por eso, en París me propuse conocer el nuevo tranvía o tranguey , como se lo llamaba en la jerga porteña cuando lo vimos abandonar nuestros rieles en los años cincuenta.
Y fue más simple hacerlo que contarlo. Tomé en la estación Madeleine el subte de la línea 14, el más nuevo y automático de la ciudad, el único a salvo de huelgas inesperadas porque es un robot obediente y sin sindicato. En un instante, porque es rapidísimo, como diría Héctor Larrea, me bajé en Chatelet para tomar la línea 7 a Porte d Ivry. No es lo más indicado hacer una combinación en una megaestación porque uno suele perderse, aunque pueda resultar divertido.
En un cuarto de hora llegué a la terminal y con menos de cinco minutos de caminata busqué la gran letra T que marca, igual que la M del metro, la parada del tram, en este caso la T3, para iniciar mi experiencia.
Como no tengo nada que hacer ni apuro cuando viajo para contarlo, esperé un asiento en el punto de partida y me acodé a mirar el paisaje urbano. Son vehículos ultramodernos, muy largos (43 metros), grandes (2,65 de ancho), cómodos y decorados para no desentonar en una revista de arquitectura. Con capacidad para 304 pasajeros y 78 asientos. En este caso me senté sin problemas y disfruté de una ventana al 13, 14 y 15 arrondissement , sector periférico que los visitantes sólo palpitan de costado al llegar del aeropuerto De Gaulle.
Al tranvía lo dieron por muerto al considerarlo un medio anacrónico frente al automotor. Y ahora resucitó como último grito de la modernidad porque es un medio verde (ecológico) y más rápido, y con mayor capacidad que los ómnibus. Ya desplazó al Bus PC1 que abandonó ese itinerario que en el primer año utilizaron 100.000 personas por día.
Arme su propia aventura
Si bien hay otras líneas en proceso que salen a las afueras (T1,T2 y T4), el T3 me parece ideal para un viaje no convencional por un costado del propio París, entre las clásicas puertas de la ciudad. Hasta Pont du Garigliano hay 17 paradas en sólo 8 kilómetros, lo que permite, si uno tiene ganas, pasear por lugares que no son los que suelen frecuentar los extranjeros. Cada estación está separada unos 450 metros, lo que hace recordar el papel pionero de nuestros tranvías, primero a caballo y luego eléctricos, que iban dejando la semilla de cada núcleo de población.
Circulan cada cinco minutos, más o menos en relación con las horas pico, desde la madrugada hasta casi medianoche. Uno puede ir hasta una punta y volver, o bajarse en el camino y recorrer las calles, tomar algo en un bar o bistro donde puede estar seguro que no se cruzará con ningún turista, a menos que se mire al espejo. Además, en este aire de descubrimiento tiene la posibilidad de regresar con varias líneas de metro (4, 7, 8, 12, 13) y muchas de ómnibus.
Aunque no sepa el idioma, es cuestión de prestar atención porque los franceses aman a Descartes y en todas partes hay mapas del quartier para recorrerlo con método. Y si uno saca el Carnet de Paris Visite (no hace falta fotografía) puede viajar sin límite por uno, dos, tres o cinco días consecutivos combinando libremente y sin otro costo, tranvías, subterráneos, ómnibus y hasta el funicular o el minimetrobús en Montmartre.
Estos apuntes son un recorte para conservar y luego mejorar al gusto de cada uno. Porque usar el transporte público en cualquier gran ciudad es una ascenso, un upgrade , para convertirse en un viajero. Son los turistas los que siempre prefieren el taxi.