Viajar siempre fue complicado. Desde Marco Polo hasta las peripecias alucinadas de Don Quijote, sin olvidar a Mozart que se pasó la mitad de su corta vida en carruajes tan incómodos o peligrosos como los que llevaron a la muerte a Facundo Quiroga.
Luego vinieron los turistas, que son primos hermanos de los viajeros, pero más proclives a la comodidad. Por eso quieren eludir las zonas peligrosas. Una cosa es recorrer Vietnam hoy y otra Irak. Nadie hubiera previsto ese cuidado al atravesar la fabulosa Ruta de la Seda de Venecia a China ni las bandas de asaltantes de caminos menos románticos que Robin Hood.
Desde que pasamos a ser miembros de la Generación del 11 de Septiembre retornaron las antiguas pesadillas en el escenario globalizado de los aeropuertos. La mentalidad de viajeros y turistas es igual. Uno sabe que no tiene nada que ocultar y que no se le va a ocurrir armar una bomba a bordo. El problema está en que la seguridad nos considera a todos, incluso a los bebes, sospechosos. Y eso fastidia. Después de años sin incidentes, las medidas parecen aflojarse, pero se vuelven aún más rígidas después de que, en un vuelo a Estados Unidos, un pasajero que se había pasado media hora en el baño intentó detonar un explosivo que acababa de armar con ingredientes que habían pasado los controles en Europa.
Recuerdo que poco tiempo atrás, en una charla sobre las nuevas restricciones para los bolsos de mano, muchos pasajeros frecuentes del mayor nivel me miraron como a un marciano. Les parecía que estaba alimentando una psicosis a la que debe oponerse el sentido común. Proyecté un slide con las medidas permitidas por la Transportation Security Administration, de Estados Unidos, y las recomendaciones de cómo usar bolsitas del freezer para guardar lo que podemos necesitar (maquillaje, remedios con cajita, alimentos para criaturas...). Algunas empresas, por ejemplo, Air France, las entregaban sin costo a los futuros pasajeros, aunque sólo una minoría las usaba.
Además, no había un estándar que se aplicara en todos los aeropuertos, aun dentro de un mismo país. Cada aerolínea interpretaba el tema a su modo. En unos casos las dejaban pasar, en otro las frenaban, era un incordio que paulatinamente pasó al olvido por la falta de una norma sin excepciones. Hasta que el último episodio del vuelo de Navidad nos puso los pelos de punta.
Cada vez peor
Los controles ya no se limitan en el detector de metales del embarque, sino en cualquier momento y lugar. Igual a lo que ya ocurre con los pasaportes. Las demoras se alargan porque dos o tres horas no alcanzan para que no perdamos un vuelo de conexión. Lo que se hace más común y conviene tenerlo en cuenta para darse margen y no ponerse histérico. La ambigua barrera entre lo público y lo privado sufre el ataque de los full-body scanners , que nos desnudan por completo, y que seguramente se usarán de la misma manera que la foto o las impresiones digitales al llegar.
Esto es así y seguramente cada vez será peor. Es útil prepararse. Llevar zapatillas sin cordones, para no sacarlas o por lo menos no necesitar un calzador luego. No usar cinturón y poner en un mismo lugar todo lo pueda ser examinado fácilmente: máquina de fotos, iPod, auriculares antirruido con baterias, celulares, cables para recargar equipos electrónicos, llaves, billeteras, monedas. Para las mujeres, prescindir del corpiño con aros de metal.
También para la compu y las pequeñas netbook lo conveniente es un estuche checkpoint friendly sin demasiados bolsillos o cosas sueltas que no se puedan ver a simple vista. Es una manera de ahorrar tiempo y problemas con el riesgo de perder el avión. Lo mismo ocurre con las valijas que se despachan y que ahora se revisan bajo el signo del miedo. Y dejarlas abiertas porque rompen el candado, aunque en teoría están diseñados para ser vueltos a cerrar después del control. Ponerse siempre en la peor de las hipótesis porque, lo repetimos, cada aeropuerto es un mundo ancho y ajeno. Y seguir viajando aunque Blas Pascal haya explicado que los problemas del hombre ocurren por no saberse quedar en su casa.
Por Horacio de Dios
almadevalija@gmail.com
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