

Hace unos años que tengo una relación algo difícil con los aeropuertos. Todo empezó el día en que decidí llevar a mi hija a conocer Disney World. Tenía pasajes en un charter que iba de acá a Miami, después a Orlando y terminaba en Punta Cana. Tras una semana en Orlando, el avión salía a la cero hora de un sábado.
Llegué con mi hija al aeropuerto y empecé a buscar el check-in de la aerolínea. Mi inglés era deficitario en ese momento; el aeropuerto, enorme y mi hija, chica, estaba cansada y no paraba de llorar.
Yo caminaba de acá para allá, preguntaba, pedía por favor que me ayudaran, agarraba los teléfonos y hablaba con acentos indescifrables. Se acercaba cada vez más la hora de la salida del avión y no encontraba dónde anotarme. Nadie me escuchaba, era una pesadilla. Estaba desolada, hasta que un señor me dijo que me había equivocado de día. Mi avión partía a la medianoche, pero del día anterior.
Como tenía reservado el hotel en Punta Cana, el último tramo de mis vacaciones corría peligro de escurrirse entre mis manos. Primero, conseguí alojarme en un motel que parecía arrancado de una película de asesinatos seriales; al día siguiente volví al aeropuerto y empecé a investigar cómo podía tomar otro vuelo. Lo primero que me informaron fue que tenía que pagar el pasaje de nuevo. Todo iba cada vez peor. Hasta que conseguí un vuelo para dos días después, con escala en Puerto Rico.
Al llegar ahí, como había una espera importante entre un avión y otro, salí a dar una vuelta y otra vez estuve a punto de perder el avión a Punta Cana. Según mis cálculos, había llegado al aeropuerto mucho tiempo antes, pero nunca me enteré de que en Puerto Rico era otra hora. Fui a hacer el check-in, y el empleado me dijo que lo lamentaba, pero que mi avión ya estaba carreteando. Después de suplicarle y rogarle por favor, finalmente llamó por radio, y me hicieron subir con muy mala cara.
Cuando llegamos a Punta Cana fuimos al hotel que había reservado, y me dijeron que no tenían más cuartos. Había pagado todo desde Buenos Aires, pero como no había llegado a tiempo se lo habían dado a otros pasajeros. Para entonces mi sensación interna era que todo estaba mal y que iba a terminar peor. Sin embargo, finalmente nos dieron un cuarto.
Regreso a casa
Después de descansar unos días en Punta Cana llegó el momento de volver a Buenos Aires. El grupo de argentinos con el que íbamos a volar se demoraba mucho, y yo sabía que perderíamos el avión otra vez. Les pedía por favor que nos fuéramos de una vez, pero a pesar de mi insistencia desmedida todos parecían ignorarme como si estuviera desequilibrada, y yo los veía moverse como en cámara lenta. Por suerte, llegamos a tiempo, pero fue una experiencia agotadora.
Otro episodio sucedió el año último, cuando viajé a Truro, un pueblo en la Costa Este de Estados Unidos, para visitar a una prima mía. Mi hija y su padre salían dos días antes porque yo tenía que terminar un trabajo acá en Buenos Aires. Como había un paro no pudieron volar y la aerolínea les dio un hotel donde alojarse. Así que en lugar de volver a casa decidieron quedarse en el hotel.
Después les consiguieron lugar en el mismo vuelo en que viajaba yo, con la condición de que hiciéramos una escala en Miami y otra en Boston, de donde partía el avión para el último tramo hasta Truro. Y ahí empezó otra pesadilla. El avión salió muy demorado, perdimos la conexión en Miami y una vez más nos quedamos varados en el aeropuerto.
Después conseguimos un avión hasta Atlanta, pero como había huracanes, los aviones ya no salían más de allí. Para entonces, todavía nos faltaba volar un tramo hasta Boston, y ya habíamos perdido nuestro avión a Truro. Pasamos tantas horas en los aeropuertos que al final aprendimos a reírnos de nuestra desgracia.
Frustración tras frustración. Supongo que a veces hay tanto miedo de cometer un error que finalmente lo cometés. Pero es bueno perderse porque cuando uno se encuentra ya no es el mismo.La autora es actriz. Se presenta en Nunca estuviste tan adorable , de Javier Daulte, viernes y sábado, a las 23, en el teatro Broadway.
La autora es actriz. Se presenta en Nunca estuviste tan adorable , de Javier Daulte, viernes y sábado, a la 23, en el teatro Broadway.
Por Mirta Busnelli
Para LA NACION
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