Hay varias motivaciones para viajar a Tierra Santa. Se puede ir como peregrino para visitar los Lugares Santos, o como turista, para conocer lugares emblemáticos, o estar interesado en su rica historia y el arte. También puede despertar interés ver como se relacionan en tan pequeño territorio las distintas razas y religiones que lo ocupan.
Con mi esposa participamos de un viaje organizado por un Centro de Espiritualidad en el que la principal motivación fue la primera mencionada, sin dejar de lado las otras.
Iniciamos el viaje en El Cairo, visitando distintos barrios, las pirámides, el Museo Egipcio y navegamos por el Nilo. Luego, siguiendo los pasos del pueblo judío durante el Exodo, caminamos y dormimos en el desierto y subimos al monte Sinaí, donde Moisés recibió las tablas de la Ley.
Bordeando las orillas del mar Rojo pasamos a Jordania y visitamos la interesantísima ciudad de Petra, tantos siglos escondida a la curiosidad de los turistas.
Desde el monte Nebo divisamos, como Moisés, la Tierra prometida, a la que llegamos ese mismo día.
Comenzando por Nazaret y su iglesia de la Anunciación, seguimos nuestro peregrinaje por los lugares relacionados con la vida de Jesús.
Bajo la conducción de Inés, nuestra guía de larga experiencia como peregrina y motivados por sus explicaciones y reflexiones, fuimos visitando los lugares mencionados en los evangelios, meditando en cada uno de ellos sobre su significado.
La gruta de la Anunciación, la iglesia de la Natividad en Belén, Caná de Galilea, el río Jordán, las ruinas de Cafarnaum y su sinagoga, la navegación por el mar de Galilea, Tagba donde se conmemora el milagro de la multiplicación de los panes, el monte de la Transfiguración y el de las Bienaventuranzas, el de las Tentaciones en Jericó? Al estar en estos lugares donde habrían sucedido los hechos tantas veces escuchados, uno los ve más reales al ubicarlos en su entorno.
Por su interés histórico visitamos en Qumrán las ruinas del poblado de los esenios, autores de los manuscritos del mar Muerto, descubiertos en 1947. Al estar en las orillas de ese mar, no podíamos dejar de flotar en sus saladas aguas y de embadurnarnos con su curativo barro.
La culminación del viaje fue lo vivido y experimentado en Jerusalén. Visitar el Muro de los Lamentos, parte del antiguo Templo, caminar por el Huerto de los Olivos entre ejemplares dos veces milenarios, ver la roca de la Agonía en la iglesia del mismo nombre, rezar el Vía crucis por la vía Dolorosa -ahora desvirtuada por los comercios que la bordean- y especialmente pasar la noche en la iglesia del Santo Sepulcro, donde también está el Gólgota, con su profundo significado religioso e histórico, ya que fue motivo de tantas luchas por su posesión, fueron realmente vivencias únicas que dejarán huellas profundas en el alma de los que tuvimos el privilegio de experimentarlas.