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Peregrinaje religioso hacia el monte Kailas, en el Tíbet

Circuito sagrado para cuatro credos, contagia espiritualidad en un paisaje único




LHASA, Tíbet (The New York Times).-- El monte Kailas, una montaña blanca y piramidal en la región occidental del Tíbet, constituye un lugar místico para cuatro grupos religiosos de Asia: budistas, jainíes, hindúes y bonpos, quienes practican una forma de chamanismo que antecedió al budismo tibetano. Peregrinos de estas cuatro religiones llegan a la desaliñada localidad de Darchen para emprender la circunvalación de casi 53 km de esta montaña sagrada, de aproximadamente 6700 m de altura, en el Himalaya.
El monte Kailas es el trono del dios hindú Siva; el ombligo del mundo para hindúes y budistas; la imagen terrenal del monte Meru, cuyas raíces llegan al séptimo infierno de los budistas y su cumbre se alza hasta el paraíso más elevado. Los budistas, que llaman al monte Kang Rinpoche, lo asocian con el dios de la meditación Demchog y el poeta gurú Milarepa, que reclama el monte al médico bonpo Naro Bonchung en una serie de competiciones mágicas. Para los jainíes es el lugar donde el primero de sus santos fundadores, Rishabha, alcanzó la iluminación. Para los hindúes es el hogar de Siva y Paravati. Para los bonpos es donde el fundador de su fe, Tonpa Shenrab, descendió a la Tierra.
Llegamos a Darchen a bordo de un vehículo 4x4 después de un recorrido de cinco días desde Lhasa. Igual que muchas localidades asociadas con lo espiritual tanto en Oriente como Occidente, Darchen es un paraíso sórdido de buscavidas, especialmente a mediados de mayo, plena temporada de peregrinación, que fue cuando estuvimos.
El circuito de la montaña, que los budistas tibetanos llaman kora, comienza a aproximadamente 4500 m de altura. Algunos tibetanos hacen los 53 km en un día. Los occidentales, por lo general, lo hacen en tres. A nosotros, nos llevó cuatro.
Hubo poco aumento de la altitud el primer día de nuestro kora --de 4500 a 4800 m--, pero las formaciones rocosas, los picos desolados y las vistas del monte Kailas eran magníficos. Luego de caminar un par de kilómetros, llegamos al punto de partida oficial del kora, marcado por un hito de piedras apiladas. A lo largo del sendero nos encontramos con más montículos de piedras, cráneos de yacs y una maraña de banderas en colores primarios que marcaban el camino.
Después de agregar nuestras banderas a la enorme red, caminamos hacia Tarboche. Allí está una especie de asta enorme envuelta en banderas de oración y khatas, los pañuelos de seda que los tibetanos presentan a las imágenes sagradas. Se habían izado en el festival de Saga Dawa, en el que se celebra la fecha de iluminación de Buda, por lo general en mayo o junio, según el calendario lunar. Un grupo de peregrinos cantaba y danzaba en torno del asta.

Antiguos monasterios

Del otro lado del río Lha Chu, subimos por un sendero y escalinatas hasta el Choku Gompa, uno de los tres monasterios antiguos del kora destruido durante la Revolución Cultural, pero más tarde reconstruido. En su capilla interna hay una estatua de alabastro de una figura en cuclillas conocida como Choku Rinpoche, y un par de colmillos de elefante. Dos mujeres que estaban tomando té en una habitación vacía me invitaron a compartir un momento con ellas. A la distancia, la cumbre blanca del monte Kailas, rodeado de banderas que flameaban, se elevaba por encima de las montañas desérticas. Esa tarde acampamos junto al Lha Chu. En un momento pasó una caravana de yacs con mantas finas sobre sus monturas. Del otro lado del río, bajo los rayos del sol, comenzó a brotar una pequeña cascada, que a la mañana estaba completamente congelada. Manchones de flores rosadas se aferraban a la tierra alrededor de nuestras carpas.
El segundo día tuvimos vistas del Noroeste, de la cara levemente cóncava del Kailas y más cumbres fantásticas a la izquierda del sendero. El tercer día es matador. Nos levantamos en penumbra, comenzamos a las 8 de la mañana. Ya había peregrinos subiendo hacia Drolma La, un paso a 5580 m de altura. El sendero lo atraviesa, por encima y en medio de grandes cantos rodados que se desprenden de glaciares. Cada tanto veíamos gente durmiendo a un costado del sendero.
Finalmente, haciendo equilibrio sobre el canto rodado, llegamos a la gran roca en lo alto de Drolma La, totalmente envuelta en khatas y banderas de oración. Aquí se perdonan los pecados y se considera que renacen los peregrinos. Los tibetanos se sientan entre las piedras, beben té e intercambian alimentos. Los gritos salvajes y el canto de los peregrinos eufóricos cuesta abajo hacían eco en las laderas.
Karen Sweson (Traducción de Andrea Arko)

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por Redacción OHLALÁ!


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