
Tuve la oportunidad de poder conocer una las maravillas del mundo: Petra, la fantástica, misteriosa y maravillosa capital del antiguo reino nabateo, en Jordania.
Sobre su creación, historia y descubrimiento habría mucho para contar, por eso sólo me limito a relatar mi experiencia y mis sensaciones.
Caminar por el desfiladero, llamado Siq, de un kilómetro, es algo que a uno lo deja sin palabras y casi sin aliento. Ver esas paredes que se elevan hasta 80 metros, que parecen no tener fin y que en algún momento tocan el cielo, y cómo varían sus colores rosados, anaranjados, con vetas y lisas..., no alcanzan los ojos para descubrir cada milímetro. Y ya, el poco aliento que nos queda por ver tanta belleza, se termina al ir descubriendo cómo aparece de a poco como una luz en medio de la oscuridad, la fachada de Al-Khazneh (La Tesorería), con sus 30 metros de ancho y 43 de alto, imponente, intacta como la dejaron los Edomitas en el siglo VII a.C.
Cada mausoleo sorprende, cada rincón transporta a otra era. Luego, y como broche de oro, recomiendo subir los 788 escalones, unos 40 minutos caminando, que a pesar del calor insoportable y la sequedad del lugar, el paisaje es algo impresionante. La gente del pueblo está allí con sus puestos de recuerdos y con la amabilidad que los caracteriza; todo se va tornando más ameno, hasta que por fin allí, imponente, bello, intacto y como joya del lugar está El Monasterio, tan impresionante como La Tesorería.
Por todo esto que me dio Petra, ahora sé por qué es una de las Siete Maravillas del Mundo y Patrimonio de la Humanidad
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