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Pinar del Río, sinónimo de calidad

Los mejores puros del planeta pueden hallarse en ese rincón de Cuba, ideal para degustar también su plácido ambiente campesino.




P INAR DEL RIO.- El hombre apareció de repente y su imagen parecía salida de una tira cómica. Flaco, joven, de movimientos rápidos y algo torpes, se puso a pasarle una esponja al auto gris mientras lanzaba una ráfaga de palabras hacia el chofer que lo observaba sin atinar a impedirle que siguiera su labor comedida de pulido de vidrios y carrocería.
"Soy Chichibombo, el asesino de carros", dijo con su voz aflautada. El conductor, parado en el kilómetro 120 de la carretera que lleva desde La Habana hacia Pinar del Río, parecía resignado a no poder evitar que las manos y la esponja de Chichibombo frotaran el auto detenido frente al parador La Barrigona, llamado así por las características palmas de la región pinareña, que tienen una panza que las asemeja a un palo borracho desnutrido y despeinado.
De repente, empezó a bailar al tiempo que continuaba su tarea de limpieza. "Mire: le estoy haciendo el paso de Cantinflas", dijo, mientras movía las piernas y parecía que se iba a enredar en ellas y caer al piso en cualquier momento. "Sáqueme una foto", pidió. Puso la cara hacia adelante, estirando la mandíbula y con la lengua empujó hacia afuera casi toda la dentadura postiza en una pose verdaderamente digna de una caricatura.
No pasaron más de dos kilómetros, cuando el chofer asumió que el apodo de Chichibombo no era un chiste. "Parece que me hubiera rociado el auto con grasa de cerdo", protestó el conductor, mientras el parabrisas adquiría un color cada vez más turbio. "Realmente es un asesino de carros", se lamentó resignado.
Cuando el hombre que le sacó la foto quiso accionar nuevamente el disparador de la cámara para retratar un sembradío de tabaco, el artefacto no respondió. Ya no funcionaba. Desde ese momento, Chichibombo, el de la triste figura, adquirió un nuevo título, al menos para los ocupantes del coche: "Chichibombo, el asesino de carros y exterminador de cámaras". Se quedó en la ruta, esperando otra víctima y dando sus pasitos de baile mientras saludaba con la esponja y el baldecito de agua jabonosa y oscura.
Pinar del Río es una ciudad pequeña y baja, como lo es la gran mayoría de las ciudades cubanas. Sobre el mediodía, la gente camina buscando sombra y los carros tirados por caballos -transporte público por excelencia en muchos lugares de Cuba a causa de la escasez de combustible derivada del bloqueo- transitan parsimoniosos por esas calles calientes.
Dos lugares son ineludibles en la ciudad: la fábrica de la bebida tradicional lugareña, la Guayabita del Pinar, y la fábrica de tabacos Vegueros. En la primera, el aguardiente de cuarenta grados de graduación alcohólica se produce con métodos artesanales sobre la base de una frutita diminuta que crece en forma silvestre en la zona. Todo el proceso de producción puede recorrerse en unos 15 minutos, explicado por una muchacha joven y bonita que habla con acento cubano y dulce.

Todos los secretos

La fábrica de tabacos, por su parte, permite al viajero descubrir los secretos de fabricación de los mejores puros del mundo, que son los cubanos, más allá de las marcas. Por algo, muchos de los cigarros producidos en otros países incluyen en sus denominaciones la palabra Habana o Havana .
Las mujeres están sentadas en filas de tres y separan las hojas con cuidado, las doblan y enrollan haciéndole un cierre en las puntas y envían el producto terminado al sector de control de calidad, donde otras mujeres y hombres habrán de medir el ancho y el largo, y se cerciorarán de que no tengan fallas en su elaboración.
La palabra Vegueros proviene de la palabra vegas , con la que se designa las plantaciones de este vegetal sensible y preciado en todo el mundo, que debe cuidarse como a un bebe. Como dicen los expertos, "tiempo y agua" es la combinación necesaria para obtener un buen tabaco.
A pocos kilómetros de Pinar del Río se encuentra Viñales, un pueblito minúsculo y encantador en el que se alquilan habitaciones sencillas en casas de familia. En los alrededores de Viñales el viajero encontrará la Cueva del Indio, una gruta oscura apenas iluminada artificialmente, en la que podrá navegar en bote por un río subterráneo y descubrir las formas caprichosas que la naturaleza diseñó bajo la piedra.
Quien quiera darse un gusto en el que se mezclen naturaleza, buena comida criolla y la historia del sincretismo afrocubano no debería dejar de acercarse hasta el Palenque de los Cimarrones, un restaurante al que se accede cruzando una gruta que desemboca en un valle apacible.
Varios quinchos, cada uno de ellos bautizado con el nombre de una deidad, son el entorno que tendrán los comensales mientras escuchan canciones en vivo llegadas hace siglos de Africa.
No muy lejos, el Mural de la Prehistoria es un espectáculo imponente, pintado en 1963 sobre una montaña, y el mirador Los Jazmines, donde hay un hotel con todas las comodidades, ofrece una de las vistas más espléndidas del valle que se encuentra a sus pies.
La ciudad de Pinar del Río y las regiones que la circundan son una variante para el viajero, sin playas, y con un entorno natural espléndido que convoca al sosiego y a disfrutar de los silencios, solamente rotos por el viento y los pájaros en un ambiente campesino salpicado de bohíos.
Leonardo Freidenberg

Anécdotas con sabor romántico

E l dominicano Ulises Rial Barrera tiene 74 años y recuerda que, en agosto de 1941, encendió su primer tabaco. "Fue para enamorar a una muchacha -dijo-, aunque no conseguí el resultado que buscaba." El hombre relató que la chica tosió dos veces antes de pedirle que apagara "esa cosa".
"Allí fue que me di cuenta de que había encontrado a mi verdadero amor", continuó, mientras miraba el humo del cigarro que alzaba vuelo para desparramarse en el aire con el viento suave del ventilador de techo de tres aspas.
-¿Ve usted la ceniza? Es blanca: así debe de ser.
Mostró el cigarro de dimensiones extraordinarias con ademán suave, levantando apenas la muñeca, pero sin mover el antebrazo apoyado en el sillón de pana roja.
-Aquí tiene: pruebe uno -invitó, mientras extendía una caja de cedro abierta para ofrecer a su interlocutor una pieza de lo único que logró hacerle olvidar a aquella chica morena de sus 17 años. El viajero tomó uno y lo miró de costado, y antes de que pudiese echar mano al bolsillo para sacar el encendedor, Rial Barrera había encendido el suyo. Era un Colibrí, modelo Churchill V, un encendedor de gas que viene con un cortador de cigarros incorporado. En algunos negocios de Santo Domingo, ese chiche negro y elegante se vende a 120 dólares, pero en los Estados Unidos -Nueva York o Miami- se consigue a poco menos de 100.
-Muérdale la punta sin miedo -aconsejó-, por la perilla.
A diferencia de lo que pudiera pensarse, la boquilla de un tabaco no es el extremo que se coloca entre los labios, sino el otro, donde se lo enciende.
Lo que se lleva a la boca es la perilla, hombro o cabeza , que antes de comenzar a inhalar el humo, tragándolo o no, da lo mismo, es preciso pellizcar con los dientes o guillotinar con un cortador especial. El precio de los cortadores o guillotinas varía desde los 2 dólares de un utensilio simple de plástico y metal hasta los recubiertos de oro de Alfred Dunhill, que cuestan 380.
Rial Barrera asegura que exhalar suavemente el humo por dentro del puro recién encendido ayuda a calentar el resto del tabaco y permite una mejor combustión. Y que si se traga todo el humo de un habano la cabeza del fumador principiante pueda llegar a embotarse tanto como si hubiese bebido una botella de ron.
-Hay que cuidarlos más que a una mujer, a cada minuto. De lo contrario se apagan y, como suele suceder con la pasión, ya nunca será lo mismo, aunque vuelva a encenderse.
Para un buen fumador, un cigarro apagado por accidente es algo lamentable, sobre todo si se trata de uno de esos habanos reservados para ocasiones especiales. Sucede que, más allá de que es posible encenderlo nuevamente, previo corte de un trocito con un cortador especial o bien con una navaja muy filosa, no se vuelve a recuperar el sabor original en un ciento por ciento.
Aunque en Cuba o Santo Domingo no sea necesario, por la humedad del ambiente, en otros países resulta imprescindible mojar con saliva, apenas, la perilla del puro para humidificar la punta. Por razones atribuibles a la costumbre, el hombre chupaba, literalmente, la perilla de su cigarro y lo hacía girar entre los labios.
Delante suyo, sobre una mesa muy baja de madera noble, había una cajita de cedro.
"Allí tengo mi reserva especial", dijo y, al notar que el viajero miraba con curiosidad la caja, aclaró que "es el humidificador", un utensilio imprescindible para el fumador que ayuda a mantener el 72 por ciento de humedad requerido para asegurar la calidad de un buen tabaco.
Explicó que los hay de diversos tamaños, desde las dimensiones de una cajita como la que estaba sobre la mesa, usado para viajes, hasta otros con las medidas de una caja fuerte, un verdadero mueble de lujo. Los precios de los humidificadores varían entre 200 y 5000 dólares.
Otro detalle importante para los preciosistas en el arte de fumar cigarros es el encendido.
-Nunca con encendedores que funcionen con líquidos combustibles. Lo ideal son los fósforos de cera o madera -enseñó con gesto didáctico, mientras mantenía la ceniza clara del cigarro en su lugar y la miraba con orgullo.
Casi tanto orgullo como cuando tomó la decisión de abandonar a la muchacha que le quitaba el sueño en agosto de 1941, para sentarse a fumar y leer de reojo un periódico que anunciaba que las tropas inglesas del general Harvey, apoyadas por los rusos, habían ocupado los principales pozos petroleros en Persia.

Humos porteños

T ambién en la capital argentina los amantes del puro tienen sus santuarios, aunque la costumbre no está tan extendida como en otras ciudades de América. Por lo pronto, en varias cigarrerías porteñas es posible adquirir diversos tipos de Cohíba, Partagás, Montecristo, H. Upmann u otras marcas de tabacos a precios razonables.
Obviamente, los hay más baratos: es el caso de los holandeses Willem II, que en algunas de sus versiones pequeñas no superan el peso con cincuenta centavos por pieza.
Sin embargo, quienes prefieran adentrarse en los misterios del arte de fumar puros tienen en la Casa del Tabaco, en el primer piso de Viamonte 524, un recinto en el que no solamente es posible comprar las mejores marcas, sino que además cuenta con un espacio para fumar mientras se bebe un ron.
Un depósito repleto de cajas de cigarros de diversas marcas es algo así como la caja fuerte del lugar. Y en los sillones del salón de fumar suelen pasar las tardes más hombres que mujeres, en muchos casos norteamericanos y europeos, que encontraron el sitio ideal para desplegar ese placer todavía negado -por razones de precios y de costumbres- a la mayoría de los mortales argentinos.

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por Redacción OHLALÁ!


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